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Gerardo Hernández Zorroza, Getxo (Vizcaya)

De lo individual y lo social

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El abatimiento ante el futuro es tónica general, un abatimiento que se intenta ocultar tras un manto de falso y vacío positivismo. Se nos pide motivación, pero hacer las cosas a nuestra manera, simplificando y colaborando, está mal visto por el sistema de hipercontrol establecido, que obedece otras consignas y crece como una hidra, aunque carece de visión de futuro, tremendamente sesgada hacia lo que determinados altos intereses programan.

La sabiduría popular advierte que para ser felices, antes de nada, hay que desprenderse de lo que nos sobra, que en lo social equivaldría a cambiar nuestra programación mental que obedece a intereses ajenos. Es cierto que el progreso nos ha facilitado las cosas y el disfrute superficial, pero nos ha vuelto débiles y prisioneros detro de una "jaula de oro".

Enfermos de neoliberalismo y confiando que el mercado se corrija a sí mismo y nos cure de su avaricia, caminamos como burros con zanahoria ante los ojos, hacia el redil que nos marcan.

Seguimos produciendo la misma ponzoña y esperamos que algún día Dios, un partido político, o los extraterrestres que vengan de algún espacio-tiempo distinto y más avanzado, nos traigan el antídoto, la curación milagrosa.

Mientras tanto, sin plantearnos siquiera salirnos individualmente del guión (la verdadera cura), apostamos por la llegada de un mesías salvador, probablemente artificial. Inútilmente, porque la salvación está en cada uno que se descubre a sí mismo eliminando las capas de programación social. Sólo desde allí, desde nuestro reconocimiento es posible juntarnos y solucionar las cosas.

De lo individual y lo social

Gerardo Hernández Zorroza, Getxo (Vizcaya)
Lectores
viernes, 19 de julio de 2019, 10:46 h (CET)

El abatimiento ante el futuro es tónica general, un abatimiento que se intenta ocultar tras un manto de falso y vacío positivismo. Se nos pide motivación, pero hacer las cosas a nuestra manera, simplificando y colaborando, está mal visto por el sistema de hipercontrol establecido, que obedece otras consignas y crece como una hidra, aunque carece de visión de futuro, tremendamente sesgada hacia lo que determinados altos intereses programan.

La sabiduría popular advierte que para ser felices, antes de nada, hay que desprenderse de lo que nos sobra, que en lo social equivaldría a cambiar nuestra programación mental que obedece a intereses ajenos. Es cierto que el progreso nos ha facilitado las cosas y el disfrute superficial, pero nos ha vuelto débiles y prisioneros detro de una "jaula de oro".

Enfermos de neoliberalismo y confiando que el mercado se corrija a sí mismo y nos cure de su avaricia, caminamos como burros con zanahoria ante los ojos, hacia el redil que nos marcan.

Seguimos produciendo la misma ponzoña y esperamos que algún día Dios, un partido político, o los extraterrestres que vengan de algún espacio-tiempo distinto y más avanzado, nos traigan el antídoto, la curación milagrosa.

Mientras tanto, sin plantearnos siquiera salirnos individualmente del guión (la verdadera cura), apostamos por la llegada de un mesías salvador, probablemente artificial. Inútilmente, porque la salvación está en cada uno que se descubre a sí mismo eliminando las capas de programación social. Sólo desde allí, desde nuestro reconocimiento es posible juntarnos y solucionar las cosas.

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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