Por fin comenzó el Mundial de fútbol, y lo cierto es que la cosa pinta bien. Todas las selecciones han hecho ya su puesta de largo y España ha sido, sin duda, una de las mejores en el primer partido. Cuatro a cero contra Ucrania, el supuesto hueso del Grupo H. Desde aquél cinco a uno que le endosamos a Dinamarca en México 86 no habíamos visto tal demostración de fútbol y goles por parte del equipo nacional en un Campeonato del Mundo.
¿Recuerdan aquellos goles de Butragueño? Grandioso partido de octavos de final, en el que los españoles vibramos como nunca festejando una victoria histórica. En cuartos de final nos mandaron para casa los belgas, pero aquella es otra historia. A lo que iba: los goles del Buitre no pasaron sólo a la historia del fútbol patrio, sino también a la de la propaganda política y la publicidad subliminal. En plena celebración del cuarto gol, delirio nacional, aparecieron sobreimpresionadas en la pantalla de TVE las siglas del partido en el Gobierno, el PSOE.
Esto de usar el aspecto emotivo del deporte para mover a las masas no es nada nuevo, por supuesto. Ya fue utilizado, y de forma muy efectiva, por la Alemania nazi, con aquellos Juegos Olímpicos de 1936; por los soviéticos o, si me apuran, por los emperadores romanos. Hoy en día no hay alcalde que se precie que no quiera salir en la foto cuando el equipo de su pueblo gana el campeonato regional del petanca.
Por eso el pasado miércoles, cuando, entre gol y gol de España, aparecían en la retransmisión televisiva los príncipes en el palco del estadio, no me sorprendí demasiado. Aunque subliminal, lo que se dice subliminal, no fue la cosa. Todos pudimos celebrar la goleada acompañados por Felipe y Letizia, que vibraban, sufrían, saltaban y bebían cerveza en vasos de plástico. Como dos españolitos más.