Es un conocido refrán aragonés que tiene alguna equivalencia con el castellano aquel: “De lejanas tierras, grandes mentiras”. El dicho a que se refiere esta columna tiene un carácter realista y pragmático acerca de la verdad, donde quiera que esta se ubique, y dice exactamente, y por ejemplo: En América... “atan los perros con longaniza”. Por si alguien ignora lo que es este apreciado embutido procedente de la matanza del cerdo y curado a los singulares vientos aragoneses de la región del Somontano y La Litera, -en los tiempos que se vive este matiz meteorológico es muy importante, ya que en las tierras catalanas colindantes, tan sólo se consigue, un remedo apreciable de “longaniza”, muy inferior, el “fuet”-.
Trivialidades a parte (cada uno cree tener lo mejor), el hecho es que sería un signo de riqueza “ostentoria” –palabreja inventada por el inefable Jesús Gil, sincopando ostensible y notorio-, la circunstancia de dedicar tan exquisito embutido para sujetar el perro a una puerta, por ejemplo. De aquí, que, cuando alguien se deshace en ponderar el alto grado de bienestar alcanzado por la sociedad norteamericana, se le afirme cachazudamente, que “así” lo hacen en EE.UU. Y la presente columna viene a dar la razón acerca de la sorna con que, además, se hace tal afirmación, y veamos por qué.
Los llamados “latinos” -denominación todavía no aclarada como no sea para “saltarse” su origen español que proviene como raza, en buena parte de los romanos, y en su totalidad del latín como lenguaje-, son ya cuarenta millones residiendo en USA, y en su mayoría en los estados del Sur cercanos a la cada vez menos franqueable y extensa frontera mexicana. En gran parte han encontrado un acomodo que les permite vivir según el estilo americano, pero, en su mayoría están colocados en el sector de servicios, y son la principal fuente de aporte de divisas, con destino a sus familiares, en sus países de origen.
Por lo anterior, es llamativo el comentario de introducción del principal periódico en español de USA del pasado día 7, a un estudio realizado por el Centro de Salud de la Universidad de California en Los Ángeles, la prestigiosa UCLA, y que dice así: ”Hoy, cerca de un millón de personas en el condado de Los Ángeles, estarán pensando qué y cómo le harán para comer el día siguiente”, añadiendo, que, “el número de personas que enfrenta escollos para costear su alimentación continúa aumentando y su tez es cada vez más morena” (¡), y pormenoriza, que, diariamente, más de 670 mil personas tienen problemas para alimentarse y viven al día, mientras que otras 300 mil experimentan hambre y reducen sus alimentos a una vez diaria -personas que tienen, en muchas ocasiones, hasta dos empleos, pero, que, simplemente no ganan lo suficiente para proveer a su familia- (Agustín Durán, La Opinión). A estos datos han de añadirse los que proporciona el Banco de Comida Regional de Los Ángeles, de que el número de personas que depende de organizaciones, iglesias u otras entidades donde regalan alimentos ha crecido, en tal forma, que los latinos, ya forman el 47% de los atendidos. Es difícil imaginar que la exquisita longaniza durase mucho tiempo como cadena para perros en la pomposa California.
El hambre, que, generalmente se asocia con países del tercer mundo, se ve que no es exclusivo de ellos, lo cual da mucho para pensar. No significando que el poderío americano sea un mito, sino que, al menos la sensibilización social permite atender el hambre de un sector de la población al que, en justicia, debía retribuirse, con papeles o sin ellos, para que, al menos, coman por su cuenta. Es un aspecto a tener presente cuando la televisión y el cine nos empachan con sus “glamourosas” exhibiciones de ostentación.