No importa cuántos hayan sido en la manifestación del sábado en Madrid. Carece de importancia unos cientos de miles más o menos de personas que se hayan manifestado. No hay que entrar en esa guerra de cifras: guerra, cuando la otra, la que no había sino sólo asesinatos, extorsiones e intimidaciones por una de las partes, se está negociando, para que los asesinos continúen extorsionando a la población por otras vías.
Lo importante es lo que se ha dicho. La pura verdad. Sin retóricas, sin eufemismos, sin engaños.
La cruda realidad de quienes no sólo no se arrepienten de nada, sino que ni siquiera han declarado la paz. Sólo la tregua para cosechar concesiones políticas. O volverán a matar.
Así de sencillo. Así de inmoral. Así de fácil de entender para quien conserve un resto de dignidad, entre ellos muchos socialistas de base, incapaces de comprender lo que está haciendo este Gobierno.
Si los asesinos quieren la paz... que la declaren. Incluso sin arrepentirse de lo anterior, pero que abracen la causa de la paz permanente. A partir de ahí, todo o casi todo sería negociable y aceptable: sin inmoralidades.
Lo que actualmente ha hecho ya, está haciendo y seguirá pactando en secreto el Gobierno con una banda de sangrientos asesinos que expresan su triunfo en cada uno de sus gestos de chulería y en cada una de sus declaraciones públicas y privadas, sólo puede interpretarse de una forma.
La verdad, la dignidad y el mínimo respeto por lo que han sucedido en este país durante ya casi cuarenta años son unas víctimas más que han acudido a manifestarse este sábado, en Madrid. También deben contabilizarse entre quienes acudieron a manifestarse.