El Profeta Ezequiel utiliza la figura del centinela para alertar a los sacerdotes y profetas de Israel para que se comporten como centinelas responsables de la protección de pueblo. El centinela debe velar, no dormirse, mientras esté en el puesto de guardia.
El texto de Ezequiel es muy interesante porque destaca tanto la responsabilidad del centinela como la del ciudadano. Es responsabilidad del centinela que si se acercarse el enemigo “tocar la trompeta y avisar al pueblo” (v.3). Si alguien que habiendo oído el sonido de la trompeta anunciando un peligro inminente no hace caso del aviso “y viniendo la espada lo hiriere, su sangre será sobre su cabeza” (v.4). El centinela no es responsable de la muerte de la persona que habiendo oído el sonido de la trompeta piensa que no es para tanto, que puede revolcarse un poco más en la cama o seguir con sus quehaceres.
Mi interés es destacar la responsabilidad del centinela: “Pero si el centinela ve venir la espada y no toca la trompeta, y el pueblo no se apercibe, y viniendo la espada hiere de él a alguno, este fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de la mano del centinela” (v.6). Como el texto indica, la responsabilidad del centinela es muy grande. El profeta Ezequiel, como centinela que es, se dirige a su Dios, de ser destruido por Nabucodonosor, rey de Babilonia y del templo. La catástrofe culminaría con la toma y destrucción de Jerusalén y del templo que era el símbolo de la presencia de Dios entre su pueblo. La causa de tan terrible desastre se debió a que los dirigentes religiosos no se comportaron como centinelas diligentes en anunciar que la destrucción inminente se debía a su apostasía.
El Señor dirigiéndose al profeta Ezequiel le da el encargo que, procediendo de Dios era de obligado cumplimiento: “A ti, pues, hijo del hombre, te he puesto como centinela de la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al impío: de cierto morirás, si tú no hablas para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá, por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisas al impío para que se aparte de él y él no se aparta de su camino, el morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida (vv. 7-9).
La Biblia por ser Palabra de Dios es atemporal. Sirve para instruir en los caminos del Señor a todas las generaciones. Desgraciadamente muchos que han pertenecido a generaciones pasadas perecieron eternamente porque los centinelas que Dios disponía para que anunciaran el peligro de muerte eterna no cumplieron con su deber. Son elocuentes las advertencias que los profetas de Dios hicieron a los “falsos profetas” que siguieron durmiendo en sus puestos de guardia sin anunciar el peligro que se cernía sobre la población.
El pasado es pasado y no puede deshacerse lo que los centinelas hicieron mal, pero, ¿qué debe decirse de los centinelas que el Señor de la Iglesia ha puesto hoy para que alerten del peligro de muerte eterna que se cierne sobre las personas si no se arrepienten y se vuelvan a Él? ¿Cumplen con su deber si no hacen sonar las trompetas avisando que el diablo, el enemigo de sus almas está al acecho para arrastrarlas hacia las cavernas infernales?
El centinela, cuanto más encumbrado sea el puesto de vigilancia que se le ha otorgado, mayor es su responsabilidad si no hace sonar la trompeta y las personas mueren en sus delitos y pecados. La trompeta no debe dar un sonido incierto dejando a los oyentes en la incertidumbre de qué deben hacer. Debe anunciar con toda claridad el Nombre JESÚS ya que “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 12).
Muchos centinelas de nuestros días predican “a otro Jesús que el que hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis” (2 Corintios 11:4). El apóstol Pablo como buen centinela que era alerta a los cristianos que junto con el Evangelio que predicaba se estaba difundiendo otro que no era el apostólico que edifica la Iglesia de Cristo sobre la piedra angular que es el Señor Jesucristo.
Los que están muertos en sus delitos y pecados desconocen el verdadero Evangelio y que los centinelas que el Señor de la Iglesia no ha colocado en los puestos de vigilancia engañan a las almas que perecen diciéndoles que el agua bautismal limpia el pecado original y supuestamente entran a formar parte de la Iglesia de Cristo, que la confesión auricular perdona los pecados cometidos después del bautismo, que la “buenas obras” merecen la aprobación de Dios, que el entierro cristiano es una puerta al cielo, y otras muchas más doctrinas que no son el Evangelio. Que no alertan del peligro de muerte eterna que se cierne sobre ellas es evidente. ¡Centinelas que no cumplís con el encargo de avisar del peligro inminente de muerte eterna, el señor de la Iglesia demandará de vosotros la sangre de los que perecen por no haber sido alertados del peligro en que se encuentran! ¿Seguiréis durmiendo?