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“Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones” O.Wilde

De tropiezo en tropiezo. Otro fracaso de España en Eurovisión

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Se puede perder, se puede incluso perder de una manera que se podría calificar de humillante quedando relegada a los últimos lugares de una clasificación y se puede perder si no se han tenido un montón de oportunidades para rectificar, de aprender la lección y de haber intentado, al menos, que los que se ocupen de organizar el evento, quien debe participar en el mismo representando a España y la canción que se debe escoger para acudir al certamen, tengan algunas posibilidades de ocupar un lugar digno, como nos corresponde a una nación que participa en el certamen de Eurovisión desde sus primeras ediciones. Lo que no es admisible es que los sufridos espectadores que, con un masoquismo rayano en la estupidez, año tras año, tengamos que seguir viendo el triste espectáculo de que, quienes acuden a representarnos, sin verse obligados a tener que pasar por la selección previa a la que son sometidos los participantes de otros países, que no tienen la bula que tenemos nosotros para evitar semejante trámite, cuando durante todo el entramado que tiene organizado la TVE, con toda la parafernalia inherente necesaria para intentar darle la máxima publicidad posible, para darle solemnidad al largo proceso en el que se da oportunidad a autores noveles y canciones inéditas para demostrar que, en España, hay personas con suficiente talento para componer una melodía lo bastante buena para ser interpretada por un cantante que ha tenido el tiempo suficiente para dominarla a la perfección y con posibilidades de ser tenida en cuenta por los distintos jurados de los 41 países que votaron, dando su opinión, en el festival de Eurovisión celebrado ayer noche en la ciudad israelí de Tel Aviv trasmitido, como cada año, por TVE.

Nos preguntamos si quedar, como ha sucedido en los últimos años, en los últimos lugares de la clasificación compensan los 400.000 euros que se calcula cuesta a la TVE el acudir al certamen de Eurovisión. Por ejemplo: en el 2015 la canción española quedo en el lugar 21 de 27 países; en el 2016, quedamos en el puesto 22 de 26; en el 2017, en el 26 de 26; en el 2018, en el 23 de 26 y este año, 2019, en el 22 de 26. Algo no se hace bien para que desde el 2014 con “Dancing in de rain” defendida por Rhuth Lorenzo, no hemos repetido ningún resultado que supere el décimo de 26 participantes, que consiguió la cantante española.

Ya se sabe que la TVE es una ruina para el Estado, también que el dinero que entra en ella en forma de subvenciones desaparece con la misma facilidad con la que entra, gracias a los contratos millonarios de las empresas con las que tiene contratos el ente sin que, al parecer, exista un control efectivo para que se dejen de producir estos despilfarros que, al fin, como sucede habitualmente, acaban por repercutir en los impuestos de todos los españoles.

Siempre las mismas excusas. Nos acordamos del malogrado José Luis Uribarri, que fue el comentarista que más veces acudió a las retrasmisiones de Eurovisión, que siempre achacaba a contubernios entre las distintas naciones el hecho de los repetidos fracasos de las canciones que se enviaban en representación de España. Y no es que sólo las canciones fueran malas, es que además nunca se acertaba en el tipo de música que, en cada momento, era la preferida del gran público. ¿A quién le correspondía la responsabilidad de que ello ocurriera con más frecuencia de la que hubiera sido normal? Pues a los trapicheos que se llevaban en el ente con las productoras a las que se les encargaba la preparación, selección y valoración de las canciones y los cantantes que deberían presentarlas. En realidad, las hay que mandan más dentro de la TVE que el mismo director de la cadena.

Ya se sabe que, el mismo festival en sí, adolece de estar manipulado por las grandes discográficas que son las que en realidad están interesadas en la propaganda que se deriva del mismo ( propaganda que, naturalmente, nada más beneficia a las canciones y cantantes que acaban clasificados en los primeros lugares del ranking) y se da la circunstancia de que, especialmente en las ediciones de los últimos años, la escenificación del espectáculo, sus juegos de luces, sus espléndidos decorados, sus efectos especiales y sus combinaciones técnicas se convierten en un importante factor más a la hora de que, el público, acabe decidiéndose por una determinada canción a la hora de votarla. Pero, si se decide acudir a él, ya se sabe que hay que intentar estar en la vanguardia de tales complementos si no se quiere estar en desventaja.

Y por lo que respeta a la canción de este año La venda, la que se le entregó al cantante Miki, para que la defendiera, por mucho que desde la publicidad se haya intentado defenderla es evidente que no estaba a la altura de ninguna de las que han ocupado los primeros lugares, incluida la que todos los expertos daban por vencedora, la balada intimista “Arcade” presentada por Holanda y magníficamente interpretada por el cantante que la defendía, Duncan Laurence. La gala tuvo momentos en los que se pretendió dar protagonismo a alguno de los vencedores de ediciones anteriores como la barbuda y especialmente desagradable, el transgénico, Conchita Wurst, con sus lúbricos movimientos y procaces posturas. La presencia de Madona, de la que se dice que ha percibido por su actuación un millón y medio de dólares, ha demostrado una vez más aquello de “creas fama y échate a dormir”, algo que, esta señora, a punto de llegar a la edad de retiro, se ha tomado al pie de la letra si se tiene en cuenta la poca calidad de las canciones que interpretó y la evidente baja forma de la que dio muestras la cantante.

Si la canción La venda, que nos presentó el cantante Miki, era evidente que tenía escasísimas posibilidad de ganar ante el resto de canciones que se presentaron y que estuvieron, casi todas, por encima de la española; tenemos la impresión de que este festival, a medida que va adquiriendo espectacularidad en cuanto a la presentación de los distintos participantes, con momentos en los que la técnica ( la representante de Australia en lo alto de una pértiga balanceándose, ingrávida, en el espacio) adquiría un protagonismo por encima de la canción que se interpretaba; parece que empieza a dar señales de ir a menos, a pesar de que la audiencia parece mantenerse en niveles parecidos. A destacar la caída en picado de naciones que en su tiempo figuraban siempre en lo alto del palmarés del certamen, que han ido perdiendo fuelle en favor de otras presentados por países más modestos. Alemania y GB son un ejemplo de ello.

Y, por favor, déjense los perdedores, en especial estos que, en las últimas ediciones del festival, han quedado en los lugares últimos de la calificación de los jurados (el último para España), mejorados ligeramente por la votación popular; que no intenten salvar la cara con expresiones, casi de triunfo, queriendo hacer entender que los equivocados eran los que les asignaron la calificación, pero mostrándose encantados del resultado de su actuación, porque resulta penoso y causa vergüenza ajena el observar esta absoluta falta de autocrítica.

O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, una vez más hemos querido comentar este evento que anualmente nos visita, a través de los televisores de nuestras casas, sin que, en esta ocasión, como en casi todas las otras en las que lo hemos hecho, no hemos podido menos que recordar, una vez más, que solamente hemos ganado el certamen en dos ocasiones: la primera con Massiel y el “La,la,lá”, en 1968 y, al año siguiente, aunque fuera compartido con otros tres países, con "Vivo cantando", que defendió la barcelonesa Salomé. Escaso bagaje para 57 años de presencia de España en Eurovisión.

De tropiezo en tropiezo. Otro fracaso de España en Eurovisión

“Experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones” O.Wilde
Miguel Massanet
lunes, 20 de mayo de 2019, 16:42 h (CET)

Se puede perder, se puede incluso perder de una manera que se podría calificar de humillante quedando relegada a los últimos lugares de una clasificación y se puede perder si no se han tenido un montón de oportunidades para rectificar, de aprender la lección y de haber intentado, al menos, que los que se ocupen de organizar el evento, quien debe participar en el mismo representando a España y la canción que se debe escoger para acudir al certamen, tengan algunas posibilidades de ocupar un lugar digno, como nos corresponde a una nación que participa en el certamen de Eurovisión desde sus primeras ediciones. Lo que no es admisible es que los sufridos espectadores que, con un masoquismo rayano en la estupidez, año tras año, tengamos que seguir viendo el triste espectáculo de que, quienes acuden a representarnos, sin verse obligados a tener que pasar por la selección previa a la que son sometidos los participantes de otros países, que no tienen la bula que tenemos nosotros para evitar semejante trámite, cuando durante todo el entramado que tiene organizado la TVE, con toda la parafernalia inherente necesaria para intentar darle la máxima publicidad posible, para darle solemnidad al largo proceso en el que se da oportunidad a autores noveles y canciones inéditas para demostrar que, en España, hay personas con suficiente talento para componer una melodía lo bastante buena para ser interpretada por un cantante que ha tenido el tiempo suficiente para dominarla a la perfección y con posibilidades de ser tenida en cuenta por los distintos jurados de los 41 países que votaron, dando su opinión, en el festival de Eurovisión celebrado ayer noche en la ciudad israelí de Tel Aviv trasmitido, como cada año, por TVE.

Nos preguntamos si quedar, como ha sucedido en los últimos años, en los últimos lugares de la clasificación compensan los 400.000 euros que se calcula cuesta a la TVE el acudir al certamen de Eurovisión. Por ejemplo: en el 2015 la canción española quedo en el lugar 21 de 27 países; en el 2016, quedamos en el puesto 22 de 26; en el 2017, en el 26 de 26; en el 2018, en el 23 de 26 y este año, 2019, en el 22 de 26. Algo no se hace bien para que desde el 2014 con “Dancing in de rain” defendida por Rhuth Lorenzo, no hemos repetido ningún resultado que supere el décimo de 26 participantes, que consiguió la cantante española.

Ya se sabe que la TVE es una ruina para el Estado, también que el dinero que entra en ella en forma de subvenciones desaparece con la misma facilidad con la que entra, gracias a los contratos millonarios de las empresas con las que tiene contratos el ente sin que, al parecer, exista un control efectivo para que se dejen de producir estos despilfarros que, al fin, como sucede habitualmente, acaban por repercutir en los impuestos de todos los españoles.

Siempre las mismas excusas. Nos acordamos del malogrado José Luis Uribarri, que fue el comentarista que más veces acudió a las retrasmisiones de Eurovisión, que siempre achacaba a contubernios entre las distintas naciones el hecho de los repetidos fracasos de las canciones que se enviaban en representación de España. Y no es que sólo las canciones fueran malas, es que además nunca se acertaba en el tipo de música que, en cada momento, era la preferida del gran público. ¿A quién le correspondía la responsabilidad de que ello ocurriera con más frecuencia de la que hubiera sido normal? Pues a los trapicheos que se llevaban en el ente con las productoras a las que se les encargaba la preparación, selección y valoración de las canciones y los cantantes que deberían presentarlas. En realidad, las hay que mandan más dentro de la TVE que el mismo director de la cadena.

Ya se sabe que, el mismo festival en sí, adolece de estar manipulado por las grandes discográficas que son las que en realidad están interesadas en la propaganda que se deriva del mismo ( propaganda que, naturalmente, nada más beneficia a las canciones y cantantes que acaban clasificados en los primeros lugares del ranking) y se da la circunstancia de que, especialmente en las ediciones de los últimos años, la escenificación del espectáculo, sus juegos de luces, sus espléndidos decorados, sus efectos especiales y sus combinaciones técnicas se convierten en un importante factor más a la hora de que, el público, acabe decidiéndose por una determinada canción a la hora de votarla. Pero, si se decide acudir a él, ya se sabe que hay que intentar estar en la vanguardia de tales complementos si no se quiere estar en desventaja.

Y por lo que respeta a la canción de este año La venda, la que se le entregó al cantante Miki, para que la defendiera, por mucho que desde la publicidad se haya intentado defenderla es evidente que no estaba a la altura de ninguna de las que han ocupado los primeros lugares, incluida la que todos los expertos daban por vencedora, la balada intimista “Arcade” presentada por Holanda y magníficamente interpretada por el cantante que la defendía, Duncan Laurence. La gala tuvo momentos en los que se pretendió dar protagonismo a alguno de los vencedores de ediciones anteriores como la barbuda y especialmente desagradable, el transgénico, Conchita Wurst, con sus lúbricos movimientos y procaces posturas. La presencia de Madona, de la que se dice que ha percibido por su actuación un millón y medio de dólares, ha demostrado una vez más aquello de “creas fama y échate a dormir”, algo que, esta señora, a punto de llegar a la edad de retiro, se ha tomado al pie de la letra si se tiene en cuenta la poca calidad de las canciones que interpretó y la evidente baja forma de la que dio muestras la cantante.

Si la canción La venda, que nos presentó el cantante Miki, era evidente que tenía escasísimas posibilidad de ganar ante el resto de canciones que se presentaron y que estuvieron, casi todas, por encima de la española; tenemos la impresión de que este festival, a medida que va adquiriendo espectacularidad en cuanto a la presentación de los distintos participantes, con momentos en los que la técnica ( la representante de Australia en lo alto de una pértiga balanceándose, ingrávida, en el espacio) adquiría un protagonismo por encima de la canción que se interpretaba; parece que empieza a dar señales de ir a menos, a pesar de que la audiencia parece mantenerse en niveles parecidos. A destacar la caída en picado de naciones que en su tiempo figuraban siempre en lo alto del palmarés del certamen, que han ido perdiendo fuelle en favor de otras presentados por países más modestos. Alemania y GB son un ejemplo de ello.

Y, por favor, déjense los perdedores, en especial estos que, en las últimas ediciones del festival, han quedado en los lugares últimos de la calificación de los jurados (el último para España), mejorados ligeramente por la votación popular; que no intenten salvar la cara con expresiones, casi de triunfo, queriendo hacer entender que los equivocados eran los que les asignaron la calificación, pero mostrándose encantados del resultado de su actuación, porque resulta penoso y causa vergüenza ajena el observar esta absoluta falta de autocrítica.

O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, una vez más hemos querido comentar este evento que anualmente nos visita, a través de los televisores de nuestras casas, sin que, en esta ocasión, como en casi todas las otras en las que lo hemos hecho, no hemos podido menos que recordar, una vez más, que solamente hemos ganado el certamen en dos ocasiones: la primera con Massiel y el “La,la,lá”, en 1968 y, al año siguiente, aunque fuera compartido con otros tres países, con "Vivo cantando", que defendió la barcelonesa Salomé. Escaso bagaje para 57 años de presencia de España en Eurovisión.

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