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Ignacio de Cossío

La Tauromaquia de Goya

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Con la invasión napoleónica se viene abajo el statu quo existente en nuestro país, ante la irrupción de la libertad de pensamiento y de la cultura racional lo que constituyó una auténtica revolución. Con ellas entra Goya en una fase sustancialmente inestable y trágica en la que se habla de la muerte de las culturas existentes y su sustitución por unas nuevas formas en el arte, al propio tiempo que aparece el escepticismo atropellando a todo lo anterior. Goya se sumerge conscientemente bajo esa nueva ola y por eso presenta con esta su nueva forma de aproximarse a la pintura, buscando lo esencial donde se halle, que tanto y tan bien ha sorprendido a todos. Su arte está lleno de vida y de sentido de lo trágico, pero sobre todo es muy español y de ahí que el fenómeno de los toros llegue a convertirse para Goya en elemento de referencia y reflejo de nuestras pasiones, sin que ello supusiera duplicidad. Por ello ha llegado a ser uno de los más grandes de todos, de forma que este mundo de la tauromaquia con él recibe un riguroso empujón que lo ha catapultado para siempre a la eternidad.

Francisco de Goya es a la pintura española lo que Juan Belmonte al toreo, según nos recuerda Delgado de la Cámara. D. Francisco el de los toros, como le cantaran los madriles del XVIII, empieza a romper con las normas establecidas y comienza a investigar con lo nuevo. Ya no se trata de seguir los cánones clásicos establecidos por Velázquez, que a modo de Joselito El Gallo se alzaban entre el realismo y el enciclopedismo, sino que hace nacer una nueva estética basada en el subjetivismo como expresión plástica.

Goya absorbido desde su infancia por la imágenes crudas, sangrientas y desordenadas del toreo vasconavarro en el coso de la Misericordia de Zaragoza, recobra la fuerza inspiradora de lo auténtico una de sus más celebres obras maestras, La Tauromaquia.

En las 40 láminas de Goya se nos aparecen, casi sin orden aparente, numerosas suertes del toreo, enmarcadas en cuatro clases de grabados diferentes. Una primera serie podrían ser las estampas históricas con recreaciones fantasiosas de Moros en la brega, sin duda influenciadas por Moratín y la intervención de El Cid y Carlos V alanceando toros, entre otros. En una segunda serie destacan la tauromaquia vasconavarra con ilustres representantes como Martincho sentado en una silla matando a un astado, a la salida del toril, poniendo banderillas al quiebro o intentando saltar a un toro encima de una mesa; la célebre imagen de Juanito Apeñaniz, saltando a la garrocha; Nicolasa Escamilla “La Pajuelera”, picando en Zaragoza; o el Licenciado de Falces en un remedo de Chicuelina. En la tercera serie aparece una Tauromaquia mucho más moderna propia de los andaluces con la estocada de Pedro Romero, el lance de frente por detrás de Costillares, un cite en varas con el picador onubense Fernando del Toro y la mortal cogida del diestro sanbernardino Pepe Hillo, heredero y vengador de Costillares ante el gran Pedro de Ronda, por el toro Barbudo en Madrid; Por último la cuarta serie representa escenas caóticas llenas de locura e imaginación, que por otra parte conservan de manera acusada una atracción sugestiva muy personal. Ejemplos de esto último son las que representan al Indio Ceballos rejoneando toros en Madrid, el disparate de toritos sobrevolando el aire o las desgracias en el tendido con muerte incluida del Alcalde de Torrejón en la vieja plaza de toros de Madrid.

A Goya no le interesa el momento actual del toreo, en el que por otra parte intervienen dos mediocres toreros sevillanos como fueron Juan León y El Sombrerero, simplemente regresa constantemente al pasado como un anhelo crítico y nostálgico a la vez de la época que le tocó vivir.

El maestro aragonés, notario ilustre de la torería, en el periodo más caótico y crucial que ha dado la Tauromaquia a lo largo de toda su historia tras la Guerra de la Independencia y medio siglo después de la irrupción de Paquiro en los ruedos, marcará el camino a seguir. Tras su paleta surgirá una nueva pintura española y bajo sus grabados se gestarán los pasajes fundacionales de la lidia tal y como hoy la conocemos.

El retratista convencional de Romero y Costillares, el pintor de Cámara de la Corte de Carlos IV; se convierte con los años en el dramático, siniestro y genial artífice de la pintura que luego se imitará casi un siglo después. Nadie escapa al influjo universal de Goya ni siquiera Picasso, que a modo de El Cordobés acaba con las distancias y pinta El Güernica bajo una clara inspiración de la Tauromaquia goyesca. De ahí que los colores negros y grises cubran los espacios anárquicos de la obra. Tampoco Dalí elude a Goya y con aquel su mundo surrealista, como le ocurriese a Manolete, éste le hace cruzar la linde misma de la mitología artística.

Los toros para Goya son un asunto de primer orden, siempre presente durante todas las etapas de su carrera. Se manifiestan como un hecho emocional y artístico de gran calado, que le permite soñar e investigar sobre un mundo cambiante y a la vez arraigado a sus costumbres y tradiciones más ancestrales. Goya es el gran pintor de los toros que cubrirá, hasta la llegada medio siglo después con el parisino Roberto Domingo, toda una época convulsa para la historia de las corridas de toros en España.

La Tauromaquia de Goya

Ignacio de Cossío
Ignacio de Cossío
viernes, 19 de enero de 2007, 19:10 h (CET)
Con la invasión napoleónica se viene abajo el statu quo existente en nuestro país, ante la irrupción de la libertad de pensamiento y de la cultura racional lo que constituyó una auténtica revolución. Con ellas entra Goya en una fase sustancialmente inestable y trágica en la que se habla de la muerte de las culturas existentes y su sustitución por unas nuevas formas en el arte, al propio tiempo que aparece el escepticismo atropellando a todo lo anterior. Goya se sumerge conscientemente bajo esa nueva ola y por eso presenta con esta su nueva forma de aproximarse a la pintura, buscando lo esencial donde se halle, que tanto y tan bien ha sorprendido a todos. Su arte está lleno de vida y de sentido de lo trágico, pero sobre todo es muy español y de ahí que el fenómeno de los toros llegue a convertirse para Goya en elemento de referencia y reflejo de nuestras pasiones, sin que ello supusiera duplicidad. Por ello ha llegado a ser uno de los más grandes de todos, de forma que este mundo de la tauromaquia con él recibe un riguroso empujón que lo ha catapultado para siempre a la eternidad.

Francisco de Goya es a la pintura española lo que Juan Belmonte al toreo, según nos recuerda Delgado de la Cámara. D. Francisco el de los toros, como le cantaran los madriles del XVIII, empieza a romper con las normas establecidas y comienza a investigar con lo nuevo. Ya no se trata de seguir los cánones clásicos establecidos por Velázquez, que a modo de Joselito El Gallo se alzaban entre el realismo y el enciclopedismo, sino que hace nacer una nueva estética basada en el subjetivismo como expresión plástica.

Goya absorbido desde su infancia por la imágenes crudas, sangrientas y desordenadas del toreo vasconavarro en el coso de la Misericordia de Zaragoza, recobra la fuerza inspiradora de lo auténtico una de sus más celebres obras maestras, La Tauromaquia.

En las 40 láminas de Goya se nos aparecen, casi sin orden aparente, numerosas suertes del toreo, enmarcadas en cuatro clases de grabados diferentes. Una primera serie podrían ser las estampas históricas con recreaciones fantasiosas de Moros en la brega, sin duda influenciadas por Moratín y la intervención de El Cid y Carlos V alanceando toros, entre otros. En una segunda serie destacan la tauromaquia vasconavarra con ilustres representantes como Martincho sentado en una silla matando a un astado, a la salida del toril, poniendo banderillas al quiebro o intentando saltar a un toro encima de una mesa; la célebre imagen de Juanito Apeñaniz, saltando a la garrocha; Nicolasa Escamilla “La Pajuelera”, picando en Zaragoza; o el Licenciado de Falces en un remedo de Chicuelina. En la tercera serie aparece una Tauromaquia mucho más moderna propia de los andaluces con la estocada de Pedro Romero, el lance de frente por detrás de Costillares, un cite en varas con el picador onubense Fernando del Toro y la mortal cogida del diestro sanbernardino Pepe Hillo, heredero y vengador de Costillares ante el gran Pedro de Ronda, por el toro Barbudo en Madrid; Por último la cuarta serie representa escenas caóticas llenas de locura e imaginación, que por otra parte conservan de manera acusada una atracción sugestiva muy personal. Ejemplos de esto último son las que representan al Indio Ceballos rejoneando toros en Madrid, el disparate de toritos sobrevolando el aire o las desgracias en el tendido con muerte incluida del Alcalde de Torrejón en la vieja plaza de toros de Madrid.

A Goya no le interesa el momento actual del toreo, en el que por otra parte intervienen dos mediocres toreros sevillanos como fueron Juan León y El Sombrerero, simplemente regresa constantemente al pasado como un anhelo crítico y nostálgico a la vez de la época que le tocó vivir.

El maestro aragonés, notario ilustre de la torería, en el periodo más caótico y crucial que ha dado la Tauromaquia a lo largo de toda su historia tras la Guerra de la Independencia y medio siglo después de la irrupción de Paquiro en los ruedos, marcará el camino a seguir. Tras su paleta surgirá una nueva pintura española y bajo sus grabados se gestarán los pasajes fundacionales de la lidia tal y como hoy la conocemos.

El retratista convencional de Romero y Costillares, el pintor de Cámara de la Corte de Carlos IV; se convierte con los años en el dramático, siniestro y genial artífice de la pintura que luego se imitará casi un siglo después. Nadie escapa al influjo universal de Goya ni siquiera Picasso, que a modo de El Cordobés acaba con las distancias y pinta El Güernica bajo una clara inspiración de la Tauromaquia goyesca. De ahí que los colores negros y grises cubran los espacios anárquicos de la obra. Tampoco Dalí elude a Goya y con aquel su mundo surrealista, como le ocurriese a Manolete, éste le hace cruzar la linde misma de la mitología artística.

Los toros para Goya son un asunto de primer orden, siempre presente durante todas las etapas de su carrera. Se manifiestan como un hecho emocional y artístico de gran calado, que le permite soñar e investigar sobre un mundo cambiante y a la vez arraigado a sus costumbres y tradiciones más ancestrales. Goya es el gran pintor de los toros que cubrirá, hasta la llegada medio siglo después con el parisino Roberto Domingo, toda una época convulsa para la historia de las corridas de toros en España.

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