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Luciano Sabatini

Con Zizou, el fútbol dice adiós

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Los tres FIFA World player, el Balón de Oro en 1998, el Mundial conquistado con Francia o el trofeo de la Champions conseguido literalmente de sus botas con el Madrid no son suficientes para definir el jugador que ha sido, es y será en su recuerdo Zinedine Zidane. Un fuera de serie con la pelota, uno de esos jugadores de los que su pérdida se llora más por que se antoja improbable que surja otro jugador como él en los próximos 100 años de fútbol. Discutir o no si ha sido el quinto grande es un error. El fútbol no es el mismo que el que revolucionó Di Stéfano, glorificó Pelé, burló Johan Cruyff o reinventó el dios Maradona. Me inclino a pensar si en el olimpo de los dioses los cuatro tronos ya estaban ocupados, Zizou se merece al menos un virreinato.

Un jugador diferente por su concepción futbolística, único en su gesto técnico: alguien para el que lo más importante en el juego no son los regates ni las fintas, ni siquiera tener un poderoso disparo, sino que le da una preponderancia absoluta al control cuando llega la pelota, y eso denota grandes dosis de inteligencia futbolística. El control, como él explica, es un gesto ineludible, y si se hace bien se convierte en un regate y puede crear una ocasión de gol. En la retina de todo buen aficionado quedarán siempre esos balones que cayendo desde el infinito solo él sabe calmarlos, matarlos casi literalmente, por que quedan muertos a sus pies. Un maestro en su especie. Viéndole jugar dan ganas de darle un balón solo a él y otro para el resto, por que parecen jugar deportes distintos.

“Pelota suelta en el medio, no es de nadie. Zidane se acerca sin prisa, la mira, intenta seducirla en cámara lenta, mientras el contrario corre como un poseso, no vaya a ser que se quede sin novia. Y entonces, el galo se sube, baila sobre la pelota, la arrastra con mimo, en un demiplié la esconde, y gira para darle salida con el campo por delante y el rival por detrás”. Es el toque por detrás de Cruyff al estilo propio del mariscal, la ruleta. Un solo gesto por el que merece la pena pagar la entrada a un campo de fútbol, y que Zizou de vez en cuanto dejaba ahí, como el que pinta un cuadro, o escribe un poema, para ser admirado.

Zidane no se divierte más. Y no me extraña. Él mejor que nadie, conocedor de lo que es el buen fútbol y cómo jugarlo, sabe que este pseudofútbol que ahora practican los blancos dista años luz de lo que pretende, y que los paños de agua caliente y las falacias en la sala de prensa no engañan a nadie, y menos a él. La triste retirada y la forma en la que ésta se produce, sin cumplir el año que le quedaba de contrato, es el más valiente acto de sinceridad que anuncia a grito limpio que el club de Chamartín atraviesa una de las crisis más serias que se recuerdan, y que el enfermo necesita de los mejores doctores para salir de la UVI.

Zidane se ha convertido en una víctima más de esta vorágine infame en la que se ha transformado el Real Madrid. ¿Acaso alguien duda de que Zidane seguiría jugando uno o dos años más si el equipo fuera campeón?

Pero si por algo se va a recordar al dios del fútbol francés es por la novena, la nona Copa de Europa del Real Madrid. Los blancos y el Bayern Leverkusen los testigos, y la copa brillante en el Hampden Park de Glasgow, padrino de ceremonias de la boda entre la pelota y el francés, que casi sin quererlo se iba a producir. Un balón que bajaba con nieve de pies de Roberto Carlos, lo recogió el mariscal francés, lo empaló en una elegante trayectoria bota-escuadra, para hacer que millones de gargantas blancas de todo el mundo pudieran festejar su Copa, y el fútbol mundial le hiciera un merecido hueco en la historia a Zinedine Zidane. Unanimidad de público y crítica. Un gol digno de un genio del balón, un gol para enmarcar y enseñarlo en las escuelas de fútbol.

El gesto de Zizou es llorado por el mundo entero, por Francia en concreto, y especialmente por los cercanos al Marsella, equipo que le vió nacer, y que mantenía las esperanzas de contar con su privilegio en el ocaso de su carrera. Pero las circunstacias han sido crueles con el mariscal. La reflexión hace que sea el galo quien acabe con el fútbol, y no el fútbol con él; admirable.

Parafraseando a aquel, Víctor Hugo Morales, locutor argentino que narró el segundo gol de Maradona a los ingleses, el más importante de la historia de los mundiales: “quiero llorar, viva el fútbol! Gracias Dios, por el fútbol, por Zidane, por estas lágrimas”, las que te dicen adiós, au revoir Zizo

Con Zizou, el fútbol dice adiós

Luciano Sabatini
Luciano Sabatini
domingo, 30 de abril de 2006, 21:31 h (CET)
Los tres FIFA World player, el Balón de Oro en 1998, el Mundial conquistado con Francia o el trofeo de la Champions conseguido literalmente de sus botas con el Madrid no son suficientes para definir el jugador que ha sido, es y será en su recuerdo Zinedine Zidane. Un fuera de serie con la pelota, uno de esos jugadores de los que su pérdida se llora más por que se antoja improbable que surja otro jugador como él en los próximos 100 años de fútbol. Discutir o no si ha sido el quinto grande es un error. El fútbol no es el mismo que el que revolucionó Di Stéfano, glorificó Pelé, burló Johan Cruyff o reinventó el dios Maradona. Me inclino a pensar si en el olimpo de los dioses los cuatro tronos ya estaban ocupados, Zizou se merece al menos un virreinato.

Un jugador diferente por su concepción futbolística, único en su gesto técnico: alguien para el que lo más importante en el juego no son los regates ni las fintas, ni siquiera tener un poderoso disparo, sino que le da una preponderancia absoluta al control cuando llega la pelota, y eso denota grandes dosis de inteligencia futbolística. El control, como él explica, es un gesto ineludible, y si se hace bien se convierte en un regate y puede crear una ocasión de gol. En la retina de todo buen aficionado quedarán siempre esos balones que cayendo desde el infinito solo él sabe calmarlos, matarlos casi literalmente, por que quedan muertos a sus pies. Un maestro en su especie. Viéndole jugar dan ganas de darle un balón solo a él y otro para el resto, por que parecen jugar deportes distintos.

“Pelota suelta en el medio, no es de nadie. Zidane se acerca sin prisa, la mira, intenta seducirla en cámara lenta, mientras el contrario corre como un poseso, no vaya a ser que se quede sin novia. Y entonces, el galo se sube, baila sobre la pelota, la arrastra con mimo, en un demiplié la esconde, y gira para darle salida con el campo por delante y el rival por detrás”. Es el toque por detrás de Cruyff al estilo propio del mariscal, la ruleta. Un solo gesto por el que merece la pena pagar la entrada a un campo de fútbol, y que Zizou de vez en cuanto dejaba ahí, como el que pinta un cuadro, o escribe un poema, para ser admirado.

Zidane no se divierte más. Y no me extraña. Él mejor que nadie, conocedor de lo que es el buen fútbol y cómo jugarlo, sabe que este pseudofútbol que ahora practican los blancos dista años luz de lo que pretende, y que los paños de agua caliente y las falacias en la sala de prensa no engañan a nadie, y menos a él. La triste retirada y la forma en la que ésta se produce, sin cumplir el año que le quedaba de contrato, es el más valiente acto de sinceridad que anuncia a grito limpio que el club de Chamartín atraviesa una de las crisis más serias que se recuerdan, y que el enfermo necesita de los mejores doctores para salir de la UVI.

Zidane se ha convertido en una víctima más de esta vorágine infame en la que se ha transformado el Real Madrid. ¿Acaso alguien duda de que Zidane seguiría jugando uno o dos años más si el equipo fuera campeón?

Pero si por algo se va a recordar al dios del fútbol francés es por la novena, la nona Copa de Europa del Real Madrid. Los blancos y el Bayern Leverkusen los testigos, y la copa brillante en el Hampden Park de Glasgow, padrino de ceremonias de la boda entre la pelota y el francés, que casi sin quererlo se iba a producir. Un balón que bajaba con nieve de pies de Roberto Carlos, lo recogió el mariscal francés, lo empaló en una elegante trayectoria bota-escuadra, para hacer que millones de gargantas blancas de todo el mundo pudieran festejar su Copa, y el fútbol mundial le hiciera un merecido hueco en la historia a Zinedine Zidane. Unanimidad de público y crítica. Un gol digno de un genio del balón, un gol para enmarcar y enseñarlo en las escuelas de fútbol.

El gesto de Zizou es llorado por el mundo entero, por Francia en concreto, y especialmente por los cercanos al Marsella, equipo que le vió nacer, y que mantenía las esperanzas de contar con su privilegio en el ocaso de su carrera. Pero las circunstacias han sido crueles con el mariscal. La reflexión hace que sea el galo quien acabe con el fútbol, y no el fútbol con él; admirable.

Parafraseando a aquel, Víctor Hugo Morales, locutor argentino que narró el segundo gol de Maradona a los ingleses, el más importante de la historia de los mundiales: “quiero llorar, viva el fútbol! Gracias Dios, por el fútbol, por Zidane, por estas lágrimas”, las que te dicen adiós, au revoir Zizo

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