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Libros
Etiquetas | Jesús Lizano | Poeta | Barcelona
Lo recordaré siempre a través de sus poemas -de su verdad personal llevada al extremo de ser vivida intensamente-, quizá el mejor “Los picapedreros"

Mi experiencia con Jesús Lizano

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El 27 de mayo de 2015 los periódicos de tirada nacional (esos que siempre le negaron entrada a su voz bondadodísima pero insumisa), nos ensombrecían la mañana a miles de personas que conocíamos al vate más insuperable en anarquismo poético que ha dado este país, moría Jesús Lizano a los 84 años, dejando un número enorme de obras publicadas por editoriales independientes y periféricas, y sobre todo habiendo publicado su mastodóntica obra “Lizania. Aventura poética. 1945-2000”.

La larga enfermedad que padecía al final pudo con su entereza admirable de carácter, pero el cuerpo es otra cosa, y se le apagó aquel día, dejándonos para siempre la joya, insólita y relevantísima en la lírica castellana, de su profunda y visionaria palabra poética.

Del “Lizania” destaco como bellísimos los sonetos, los poemas de verso libre y libertario que recitaba en los múltiples encuentros poéticos a los que asistía, siempre con su gravedad al recitar, iracundo, hímnico, pero también con su enorme sentido del humor. De esos poemas que tanto gustaban a la gente escuchar en sus lecturas se sitúan “Las personas curvas”, “La columna poética”, “Mamíferos” o su divertido pero a la vez acusadamente irreverente -señalador con sorna de todo lo correcto en esta sociedad- poema “Mierda”.

En lo que él llamaba su aventura poética, pasando desde licenciarse en Filosofía y ser uno de los poetas fundamentales de la década de los 50, pasó a sumergirse en un ostracismo por los extrarradios de lo social, inmersión total en la soledad personal que siempre nombró que padecía, y sólo daba sus libros a editoriales periféricas (las grandes lo tenían vetado, su feroz anarquismo, su ataque a los dominantes en favor de los dominados, su acusación constante a los poderes públicos, su llamada a la inocencia y a la fraternidad y al “ni dominantes ni dominados” lo convirtieron en un poeta difícil para los medios ortodoxos, problemático. Tanto que dedicó una extensa obra, en esa última etapa de su vida, titulada “Cartas abiertas al poder literario” donde los acusaba de matar la poesía, el arte y a los artistas, y de poner paredes al pueblo a tanta belleza, para empobrecerlo y poder dominarlo con más dura vara.

De su etapa de profesor de instituto, él, que era un poeta-poesía y no se engañaba a sí mismo, a sus impulsos, a su visión del Mundo Real Poético al que a todos nos llamaba, invitaba a los alumnos a salir al jardín, a realizar las clases, como charlas en los campos del instituto. Y se jactaba -riéndose de la competición, del saber sesgado- de que iba a aprobarlos a todos. Allí terminó su etapa como profesor.

Llegada a la casa de Jesús Lizano


Lo siguiente fueron unos largos años en su pequeña casa de Barcelona, donde acumuló sin cesar libros y manuscritos, hasta completar una “casa libro” donde él era como el dios medio alucinado y aturdido de estar entre tanto papelajo, sentado en un silloncito que cabía al final de las hileras de estanterías colmadas de libros y de hojas que medio caían de ellas, esa imagen vi cuando fui a visitarlo a Barcelona para que fuera el maestro de ceremonias en la presentación de la edición en Parnaso de mi novela animalista “Mundo al revés”.

Antes de conocerlo en persona, en esta primera ocasión, ya lo conocía de hablar por teléfono de vez en cuando y por las cartas que nos dirigíamos, hablando de literatura y vida. Para mí desde el principio fue un gran referente, un genio, desde que en una revista de anarquía llamada “Al Margen” leí una pequeña entrevista que un joven le hizo, por ese tiempo (correría el año 2000, o mucho antes) y lo presentaba como un insólito hombre que hablaba en versos, tal cual. Y, efectivamente, las respuestas que Jesús le daba al chaval no venían con lenguaje normal sino llenas de efecto poético, de ira de flor que abre, de colores y de metáforas. No, no era un lenguaje conocido. Era como hablar con un libro de poemas en lugar de con un hombre.

Pero yo cuando hablaba por teléfono con él la comunicación era normal. Aunque con estas particularidades: era dado al enfado rápido. Si algo de lo dicho lo veía estúpido o desafortunado, comenzaba a alzar la voz, incluso a gritar como entonando una grave protesta iracunda ante todo un pueblo. Yo me reía, porque en mi inmenso respeto a todos los seres, los acepto como son, si su fondo es bueno -el de él lo era- y si una persona es puramente asertiva, yo también lo soy, entonces seamos como somos, respetando las diferencias, lo que nos hace únicos... Cuando él se afectaba gravemente ante alguna cosa dicha, por ejemplo cuando nombre, no sé por qué, que alguien había comentado mi obra en cierta forma... Me cortó gritando “¡En la obra de uno no entra nadie!” “Tú escribes, ¿no? Es tu escrito, es el mundo que dibujas, pues nadie debe meter las narices allí. Ni en mi obra ni en la tuya ni en la de nadie! No críticos, sino hacedores de arte. Si luego se falla, falla uno. ¡Pero uno nada tiene que pintar en la esfera creativa de otro!”

Al llegar a su piso, en Barcelona, para la presentación antes nombrada, nos recibió el Jesús Lizano de las fotografías salvajes, el profeta loco y bello de larguísima barba blanca, sonreía. Yo acudí con dos amigas. Me sorprendió (eso no sale en las fotos) que tenía además de la barba larga, el pelo largo, también blanco, se lo recogía en una especie de moño desaliñadamente girado y que le caía en guedejas descuidadas pero mágicas hacia la parte trasera de la cabeza y hombros. “Hombre, el Padilla. ¡Qué pelo más largo!”, dijo, tocándomelo un poco; inmediatamente se dirigó hacia las compañeras y las saludó, con dos besos, pero vi claramente que los besos los daba muy cerca de la boca, a lo que las chicas esquivaron como pudieron. Para él era un juego. ¡Qué guapas sois! Exclamó, y dijo: Pasad. Vamos.

Como dije, esa casa no era de este mundo, era una habitación del mundo de la poesía, si ese mundo tuviera en realidad entidad física. Casi no se podían ver las paredes -o la configuración estructural del piso-, porque estaban cubiertas por altas estanterías atestadas de libros, revistas, hojas, adornos, trastos... Estantes combados, algunos tan combados que parecía imposible que la madera no hubiera quebrado. Y lo más curioso, él se sentó en su silloncito y nos pidió que cogiéramos dos sillas: y en mitad del comedor había una montaña, una auténtica montaña que llegaba fácilmente al cuello de un hombre, de libros, revistas, papeles y hasta... increíble... máquinas de escribir, antiguas, al menos vi tres, sobresaliendo del montón o entrevistas en alguna parte del núcleo de aquella montaña de papel y libros que suponía el poeta había ido subiendo conforme le llegaban las revistas underground que recogían sus poemas, también las hojas donde escribía sus poemas, poemas buenos o abortados, se veían hojas escritas a máquina, otras manuscritas...

Papeles arrugados, rotos, todas las formas que puede adoptar un papel. Más tarde, hablando con él por teléfono se lamentó de que para dejar como quería su Lizania (ya editada por Lumen, autoeditada por el propio autor) y que una editorial (por fin, por fin, después de toda una vida de gran poesía y obra de vida, se le hacía caso desde una editorial importante, pero le ponía plazo de entrega!), debía poner en orden muchos poemas, y se estaba volviendo loco, que nadie le ayudaba, que estaba solo. Haciendo esto en soledad, “no avanzo... No sé cómo ordenar esto...” Eso dijo, y lo vi claramente aturdido. Aunque también noté que, en ese presunto desastre, el poeta sabía muy bien cómo estaba aclarando su finalización anárquica, como debía ser, de su gran monumento a la palabra “Lizania”.

Desde su sillón nos informó de que le encontramos en un momento delicado, acababan de ponerle un bypass y no se encontraba bien de fuerzas. Aunque de mostrar cansancio vital pasaba a entonar la voz con alegría contando tal o cual cosa o recitando un poema, de pronto, con dínamo vital inusitado. “Aquí viene de vez en cuándo alguien, sí. Pero siempre esta soledad. Ahora me van a aprobar una ayuda para que venga una persona a asistirme en las cosas de la casa, porque solo no puedo. Pero aún no ha llegado la ayuda”, dijo. Su tiempo mental no era el de los relojes. En sus ojos se observaba la mirada de los animales libres, que viven el eterno instante. Me excuse yendo al baño por un instante. El baño -perdona por este detalle que cuento, Jesús, pero de los artistas la gente desea saber todo, para entender su obra y figura- era un desastre con mayúsculas. Me gritó desde su sillón que para tirar de la cadena mirase hacia arriba; efectivamente, había una cuerda amarilla, que bajaba no sé de qué parte del techo, que hizo caer algo de agua al retrete. En el lavabo había, en su borde, multitud de cepillos de pelo llenos de madejas de pelo de años de recoger cabello, estaba sin pasar un trapo se notaba años, la vivienda toda. El poeta descuidaba, sin importarle lo más mínimo, el estado de su vivienda. Sólo escribía, y pensaba en poesía. Restaba interés a las cosas terrenas, eso era palmario. Resultaba cómico, también algo trágico, el lavabo tenía en su hueco cosas, estaba inutilizado, cosas diversas, inexplicables...

De camino al Centro Comercial, Lizano en estado puro


Indiqué que ya era hora de marchar, que la presentación se acercaba. En la calle entró inopinadamente en una panadería y cogió del mostrador una croqueta; las chicas que atendían se rieron -era claro que lo conocían bien-. Él dijo: ellas son mis novias, me la regalan, ¿verdad? Coge las que quieras, Jesús, dijeron las chicas, entre risas amistosas. Realmente era gracioso y ante lo que cualquier observador viera, en ese gesto de llamarlas novias, a un viejo verde, hay que recordar que el poeta tiene un poema llamado “Novios”, en el que invita a ennoviarse a los policías, a los políticos, a los árboles con el mar, a todo y a todos, novias y novios todos, inocente y altísimo poema en que se convoca un amor fraterno universal de todo y con todos. Había que conocer bien su forma de enunciar y ver el mundo para calificar sus hechos. Desde luego, los besos de saludo más cerca de la boca de la cuenta eran de verde, las cosas como son.

Por la Diagonal de Barcelona, camino al Centro Comercial y a la presentación de la novela, yo conducía y Lizano se sacó de la chaqueta una radio antigua, de las de la antenita, plateadas y con muchos agujeritos por donde salía el sonido; la estiró la antenita e intentó sintonizar. Yo apagué la radio del coche. Jesús Intentaba sintonizar una emisora, la de música clásica. Porque sonaba un fragmento nítido de alguna pieza de algún compositor clásico, en alternancia con un SSHHHHHHRRRR en que la antena no cogía la emisora bien. Eso ocurría sin cesar, música y ruido, música y ruido. Además, había en la Diagonal un tapón de coches impresionante, llegaríamos tarde. El poeta comenzó, con su bastón, a golpear el suelo del coche, al lado de sus pies, maldiciendo. “¡Mierda!, ¡mierda...!, ¡mierda!!!”. No pude evitarlo, sabía que estaba delicado, por el bypass, pero que alguien no sintonizase una emisora y se enfadase tan iracundo por ello, me hizo reír a carcajada, avanzando lento el coche a cada avance lento del coche de delante, y le dije “Pues menos mal que te has comido una croqueta”; lo que a él le molestó profundamente. Se giró, mirándome rídigo, y me dijo: “¿Te burlas de mí?” Le dije que por supuesto que no, sólo que me hacía gracia. “Tú te burlas”, dijo.

Aparcamos y la sorprendente comitiva comenzó a caminar, por fin, al lugar destinado para la presentación. Cuando ya pisábamos suelo del centro comercial, Helena Escoda, que era quien había preparado todo para que se pudiera presentar mi novela en Barcelona y en cierta forma coordinaba todo, nos salío corriendo al paso, para ayudar en lo que pudiera, para indicarnos dónde debíamos ir. Entre mi pelo largo, mi chaqueta negra llena de pins heavys, mis pantalones vaqueros rotos y botas destrozadas, el aspecto de Lizano como un Noé enloquecido, porque cuando ya venía Helena a lo lejos andando rápido hacia nosotros por los anchos y abarrotados pasillos del Centro Comercial, Jesús había comenzado a golpear el suelo con su bastón gritando “¿Y cómo salgo yo luego de este maldito lugar? ¿Aquí por dónde entran los taxis?” Las compañeras intentaban calmarlo, yo miré a Helena, entrecruzamos miradas de complicidad, decían dichas miradas: cosas de genios. Vi cómo una mujer que llevaba a su niño en un carrito nos esquivaba, los bastonazos de Jesús en el suelo resonaban en todo el centro, y sus gritos: “Pero ¿Qué sitio es este?” Helena le explicó. “No se preocupe, Jesús, cuando usted termine su intervención llamaremos un taxi, y le acompañaremos al coche. “¿Pero por dónde puede entrar un taxi aquí?” Helena lo calmó, la voz de Helena era dulce y conciliadora; se notó rápido cómo Jesús quedó conforme. Así, siguió caminando, ya sin vociferar ni bastonear, pero oí que decía, cuando me adelantaba con Helena a examinar el lugar de lecturas: “Míralo, a él no le importo, se va y me deja así. Vosotras sí me queréis -se refería a las compañeras que fueron conmigo y que le acompañaban para que avanzara, pues, allí, era como un niño perdido en una metrópoli-”.

El “público”, la soledad...
Nos adentramos entre el público que nos esperaba y nos sentamos a la mesa de presentaciones. Jesús se encontraba nervioso realmente, tanto que agachó un poco la cabeza sujetándosela con la mano, el público mostraba un silencio expectante. Expliqué que no estaba en su mejor momento pero que había tenido la gran deferencia de venir a arroparme, como hermano anarquista, en la presentación de mi libro en esa Barcelona en la que aún existía -ya no- uno de los poetas más singulares y quijotescos de esta España que sólo advierte sus genios años, siglos, después. Inesperadamente se puso las gafas, dijo: ya estoy mejor, se recompuso con rapidez y sacó un papelito que tenía bien dobladito, de apuntes que se había hecho sobre -imagino- la lectura de mi novela, pero lo dejó a un lado. Prefirió la espontaneidad. Comenzó a hablar con el público como si estuviéramos en una cueva antigua, de la prehistoria, y todo fuera fraterno, todos hermanas y hermanos, habló de que era importante que atendiésemos a mi obra, porque toda obra que enunciase una crítica a este sistema era una gran noticia. Hablé yo algo, recité algún poema antitaurino (anarquía pura, leía cosas que no tenían que ver con el libro...) y en un momento concreto el bardo de larga blanca barba bajó los escalones desde la mesa al público y comenzó a hablar con ellos, era como en el teatro, el “pánico”, pero en una presentación, uno ponente niño que se sale de todos los esquemas. Arrabal pero sin haber bebido ni gota. Yo estaba encantado porque a lo largo de los años nunca he realizado una presentación convencional, sino salvaje, como lo era él, pero en ese entonces su forma de hacer tan “libre” me reafirmó en cómo debía vivirse la vida. Lo gracioso es que lo que buscaba entre el público era mujeres. Como si estuviera solo ante una chica morena a la que le comenzó a hablar, solos ambos en un parque con hojas otoñales, el sol y el silencio, todos pudimos escuchar cómo le decía: “¿Me visitarás a mi casa algún día? Te daré libros míos.” Se sacó un papel del bolsillo y le pidió a la chica si podía escribir su teléfono. La gente se reía a carcajadas, la chica también; quien ni le dio el teléfono ni nada parecido. Y aun en ese momento el poeta expreso que era el hombre más solitario de la tierra. La gente lo miraba como un animal extraño y salvajísimo. Luego retornó a la mesa, perseguido por un enorme aplauso, que tuvo su continuidad en más alto y generoso cuando Lizano recitó su poema “Mamíferos”. Hubo un cruce de generaciones libertarias cuando le pregunté qué opinaba del veganismo, porque el resto de los animales también anhelan la liberación. Ahí todo su gran mundo de sabiduría se desmoronó, había una laguna epocal, porque se zafó de la cuestión explicando que en la naturaleza los animales se comen unos a otros, y por ello... (en fin, nada nuevo en la anarquía antigua, que no observa con igual fraternidad a los animales no humanos; cada vez más la anarquía se está convirtiendo en ineluctablemente, y no puede ser de otra forma, antiespecista). No obstante, es muy probable que si Lizano hubiera vivido algunos años más, habría abrazado el veganismo. Esa asignatura le llegó tarde, nació nada menos que en el 31.

Una vez Jesús Lizano, el gigante autor del bellísimo y demoledor “El libro de la soledad”, organizó una manifestación por Barcelona, cuyas pancartas rezaban “Mundo Real Poético”. Los integrantes sostenían globos de colores. Una pancarta ponía, en letras negras enormes “Qué poemo!” Y al frente, en mitad de todos, avanzando, Jesús vestido de negro y sonriendo levemente, como en un fragmento de su mundo inocente soñado. Así lo recordaré siempre, recorriendo él como verso o poema la ciudad y transfigurándola.

Siempre vivo en su Palabra y legado, Jesús Lizano


Lo recordaré siempre a través de sus poemas -de su verdad personal llevada al extremo de ser vivida intensamente-, quizá el mejor, “Los picapedreros”, quizá el más hímnico y memorable :

La columna poética
Versos en lugar de soldados,

metáforas en lugar de fusiles,

olivos en lugar de mástiles,

imágenes,

no trincheras, no aviones,

estrofas,

flores en lugar de banderas,

jardines,

no checas, no uniformes,

poemas,

ingenuos en lugar de espías,

libertad, no victoria,

verso libre en lugar de leyes,

molinos en lugar de gigantes,

niños con piel de hombre,

no asesinos con piel de justicieros,

romances en lugar de estrategias,

musas, no jefes y subalternos,

sonetos en lugar de tanques,

églogas en lugar de tácticas,

liras en lugar de tambores,

soledad, no alianza, no intriga,

música,

sueños en lugar de radares,

coplas, no discursos y arengas,

viajes, no desfi les,

licencias poéticas,

no reclutamientos, no fronteras,

soñadores,

no dominantes y dominados,

la conquista de la inocencia

no la conquista del mundo,

nocturnos, en lugar de cuarteles,

odas cánticos, no armamentos,

ideas al servicio de las vidas

no vidas esclavas de las ideas,

de sus profetas,

románticos, en lugar de locos,

líricos, no fanáticos,

contemplación, no ordeno y mando.

¿Cómo?

¿Cuándo?

¡Adelante la columna poética!

Mi experiencia con Jesús Lizano

Lo recordaré siempre a través de sus poemas -de su verdad personal llevada al extremo de ser vivida intensamente-, quizá el mejor “Los picapedreros"
Ángel Padilla
miércoles, 13 de marzo de 2019, 15:33 h (CET)

El 27 de mayo de 2015 los periódicos de tirada nacional (esos que siempre le negaron entrada a su voz bondadodísima pero insumisa), nos ensombrecían la mañana a miles de personas que conocíamos al vate más insuperable en anarquismo poético que ha dado este país, moría Jesús Lizano a los 84 años, dejando un número enorme de obras publicadas por editoriales independientes y periféricas, y sobre todo habiendo publicado su mastodóntica obra “Lizania. Aventura poética. 1945-2000”.

La larga enfermedad que padecía al final pudo con su entereza admirable de carácter, pero el cuerpo es otra cosa, y se le apagó aquel día, dejándonos para siempre la joya, insólita y relevantísima en la lírica castellana, de su profunda y visionaria palabra poética.

Del “Lizania” destaco como bellísimos los sonetos, los poemas de verso libre y libertario que recitaba en los múltiples encuentros poéticos a los que asistía, siempre con su gravedad al recitar, iracundo, hímnico, pero también con su enorme sentido del humor. De esos poemas que tanto gustaban a la gente escuchar en sus lecturas se sitúan “Las personas curvas”, “La columna poética”, “Mamíferos” o su divertido pero a la vez acusadamente irreverente -señalador con sorna de todo lo correcto en esta sociedad- poema “Mierda”.

En lo que él llamaba su aventura poética, pasando desde licenciarse en Filosofía y ser uno de los poetas fundamentales de la década de los 50, pasó a sumergirse en un ostracismo por los extrarradios de lo social, inmersión total en la soledad personal que siempre nombró que padecía, y sólo daba sus libros a editoriales periféricas (las grandes lo tenían vetado, su feroz anarquismo, su ataque a los dominantes en favor de los dominados, su acusación constante a los poderes públicos, su llamada a la inocencia y a la fraternidad y al “ni dominantes ni dominados” lo convirtieron en un poeta difícil para los medios ortodoxos, problemático. Tanto que dedicó una extensa obra, en esa última etapa de su vida, titulada “Cartas abiertas al poder literario” donde los acusaba de matar la poesía, el arte y a los artistas, y de poner paredes al pueblo a tanta belleza, para empobrecerlo y poder dominarlo con más dura vara.

De su etapa de profesor de instituto, él, que era un poeta-poesía y no se engañaba a sí mismo, a sus impulsos, a su visión del Mundo Real Poético al que a todos nos llamaba, invitaba a los alumnos a salir al jardín, a realizar las clases, como charlas en los campos del instituto. Y se jactaba -riéndose de la competición, del saber sesgado- de que iba a aprobarlos a todos. Allí terminó su etapa como profesor.

Llegada a la casa de Jesús Lizano


Lo siguiente fueron unos largos años en su pequeña casa de Barcelona, donde acumuló sin cesar libros y manuscritos, hasta completar una “casa libro” donde él era como el dios medio alucinado y aturdido de estar entre tanto papelajo, sentado en un silloncito que cabía al final de las hileras de estanterías colmadas de libros y de hojas que medio caían de ellas, esa imagen vi cuando fui a visitarlo a Barcelona para que fuera el maestro de ceremonias en la presentación de la edición en Parnaso de mi novela animalista “Mundo al revés”.

Antes de conocerlo en persona, en esta primera ocasión, ya lo conocía de hablar por teléfono de vez en cuando y por las cartas que nos dirigíamos, hablando de literatura y vida. Para mí desde el principio fue un gran referente, un genio, desde que en una revista de anarquía llamada “Al Margen” leí una pequeña entrevista que un joven le hizo, por ese tiempo (correría el año 2000, o mucho antes) y lo presentaba como un insólito hombre que hablaba en versos, tal cual. Y, efectivamente, las respuestas que Jesús le daba al chaval no venían con lenguaje normal sino llenas de efecto poético, de ira de flor que abre, de colores y de metáforas. No, no era un lenguaje conocido. Era como hablar con un libro de poemas en lugar de con un hombre.

Pero yo cuando hablaba por teléfono con él la comunicación era normal. Aunque con estas particularidades: era dado al enfado rápido. Si algo de lo dicho lo veía estúpido o desafortunado, comenzaba a alzar la voz, incluso a gritar como entonando una grave protesta iracunda ante todo un pueblo. Yo me reía, porque en mi inmenso respeto a todos los seres, los acepto como son, si su fondo es bueno -el de él lo era- y si una persona es puramente asertiva, yo también lo soy, entonces seamos como somos, respetando las diferencias, lo que nos hace únicos... Cuando él se afectaba gravemente ante alguna cosa dicha, por ejemplo cuando nombre, no sé por qué, que alguien había comentado mi obra en cierta forma... Me cortó gritando “¡En la obra de uno no entra nadie!” “Tú escribes, ¿no? Es tu escrito, es el mundo que dibujas, pues nadie debe meter las narices allí. Ni en mi obra ni en la tuya ni en la de nadie! No críticos, sino hacedores de arte. Si luego se falla, falla uno. ¡Pero uno nada tiene que pintar en la esfera creativa de otro!”

Al llegar a su piso, en Barcelona, para la presentación antes nombrada, nos recibió el Jesús Lizano de las fotografías salvajes, el profeta loco y bello de larguísima barba blanca, sonreía. Yo acudí con dos amigas. Me sorprendió (eso no sale en las fotos) que tenía además de la barba larga, el pelo largo, también blanco, se lo recogía en una especie de moño desaliñadamente girado y que le caía en guedejas descuidadas pero mágicas hacia la parte trasera de la cabeza y hombros. “Hombre, el Padilla. ¡Qué pelo más largo!”, dijo, tocándomelo un poco; inmediatamente se dirigó hacia las compañeras y las saludó, con dos besos, pero vi claramente que los besos los daba muy cerca de la boca, a lo que las chicas esquivaron como pudieron. Para él era un juego. ¡Qué guapas sois! Exclamó, y dijo: Pasad. Vamos.

Como dije, esa casa no era de este mundo, era una habitación del mundo de la poesía, si ese mundo tuviera en realidad entidad física. Casi no se podían ver las paredes -o la configuración estructural del piso-, porque estaban cubiertas por altas estanterías atestadas de libros, revistas, hojas, adornos, trastos... Estantes combados, algunos tan combados que parecía imposible que la madera no hubiera quebrado. Y lo más curioso, él se sentó en su silloncito y nos pidió que cogiéramos dos sillas: y en mitad del comedor había una montaña, una auténtica montaña que llegaba fácilmente al cuello de un hombre, de libros, revistas, papeles y hasta... increíble... máquinas de escribir, antiguas, al menos vi tres, sobresaliendo del montón o entrevistas en alguna parte del núcleo de aquella montaña de papel y libros que suponía el poeta había ido subiendo conforme le llegaban las revistas underground que recogían sus poemas, también las hojas donde escribía sus poemas, poemas buenos o abortados, se veían hojas escritas a máquina, otras manuscritas...

Papeles arrugados, rotos, todas las formas que puede adoptar un papel. Más tarde, hablando con él por teléfono se lamentó de que para dejar como quería su Lizania (ya editada por Lumen, autoeditada por el propio autor) y que una editorial (por fin, por fin, después de toda una vida de gran poesía y obra de vida, se le hacía caso desde una editorial importante, pero le ponía plazo de entrega!), debía poner en orden muchos poemas, y se estaba volviendo loco, que nadie le ayudaba, que estaba solo. Haciendo esto en soledad, “no avanzo... No sé cómo ordenar esto...” Eso dijo, y lo vi claramente aturdido. Aunque también noté que, en ese presunto desastre, el poeta sabía muy bien cómo estaba aclarando su finalización anárquica, como debía ser, de su gran monumento a la palabra “Lizania”.

Desde su sillón nos informó de que le encontramos en un momento delicado, acababan de ponerle un bypass y no se encontraba bien de fuerzas. Aunque de mostrar cansancio vital pasaba a entonar la voz con alegría contando tal o cual cosa o recitando un poema, de pronto, con dínamo vital inusitado. “Aquí viene de vez en cuándo alguien, sí. Pero siempre esta soledad. Ahora me van a aprobar una ayuda para que venga una persona a asistirme en las cosas de la casa, porque solo no puedo. Pero aún no ha llegado la ayuda”, dijo. Su tiempo mental no era el de los relojes. En sus ojos se observaba la mirada de los animales libres, que viven el eterno instante. Me excuse yendo al baño por un instante. El baño -perdona por este detalle que cuento, Jesús, pero de los artistas la gente desea saber todo, para entender su obra y figura- era un desastre con mayúsculas. Me gritó desde su sillón que para tirar de la cadena mirase hacia arriba; efectivamente, había una cuerda amarilla, que bajaba no sé de qué parte del techo, que hizo caer algo de agua al retrete. En el lavabo había, en su borde, multitud de cepillos de pelo llenos de madejas de pelo de años de recoger cabello, estaba sin pasar un trapo se notaba años, la vivienda toda. El poeta descuidaba, sin importarle lo más mínimo, el estado de su vivienda. Sólo escribía, y pensaba en poesía. Restaba interés a las cosas terrenas, eso era palmario. Resultaba cómico, también algo trágico, el lavabo tenía en su hueco cosas, estaba inutilizado, cosas diversas, inexplicables...

De camino al Centro Comercial, Lizano en estado puro


Indiqué que ya era hora de marchar, que la presentación se acercaba. En la calle entró inopinadamente en una panadería y cogió del mostrador una croqueta; las chicas que atendían se rieron -era claro que lo conocían bien-. Él dijo: ellas son mis novias, me la regalan, ¿verdad? Coge las que quieras, Jesús, dijeron las chicas, entre risas amistosas. Realmente era gracioso y ante lo que cualquier observador viera, en ese gesto de llamarlas novias, a un viejo verde, hay que recordar que el poeta tiene un poema llamado “Novios”, en el que invita a ennoviarse a los policías, a los políticos, a los árboles con el mar, a todo y a todos, novias y novios todos, inocente y altísimo poema en que se convoca un amor fraterno universal de todo y con todos. Había que conocer bien su forma de enunciar y ver el mundo para calificar sus hechos. Desde luego, los besos de saludo más cerca de la boca de la cuenta eran de verde, las cosas como son.

Por la Diagonal de Barcelona, camino al Centro Comercial y a la presentación de la novela, yo conducía y Lizano se sacó de la chaqueta una radio antigua, de las de la antenita, plateadas y con muchos agujeritos por donde salía el sonido; la estiró la antenita e intentó sintonizar. Yo apagué la radio del coche. Jesús Intentaba sintonizar una emisora, la de música clásica. Porque sonaba un fragmento nítido de alguna pieza de algún compositor clásico, en alternancia con un SSHHHHHHRRRR en que la antena no cogía la emisora bien. Eso ocurría sin cesar, música y ruido, música y ruido. Además, había en la Diagonal un tapón de coches impresionante, llegaríamos tarde. El poeta comenzó, con su bastón, a golpear el suelo del coche, al lado de sus pies, maldiciendo. “¡Mierda!, ¡mierda...!, ¡mierda!!!”. No pude evitarlo, sabía que estaba delicado, por el bypass, pero que alguien no sintonizase una emisora y se enfadase tan iracundo por ello, me hizo reír a carcajada, avanzando lento el coche a cada avance lento del coche de delante, y le dije “Pues menos mal que te has comido una croqueta”; lo que a él le molestó profundamente. Se giró, mirándome rídigo, y me dijo: “¿Te burlas de mí?” Le dije que por supuesto que no, sólo que me hacía gracia. “Tú te burlas”, dijo.

Aparcamos y la sorprendente comitiva comenzó a caminar, por fin, al lugar destinado para la presentación. Cuando ya pisábamos suelo del centro comercial, Helena Escoda, que era quien había preparado todo para que se pudiera presentar mi novela en Barcelona y en cierta forma coordinaba todo, nos salío corriendo al paso, para ayudar en lo que pudiera, para indicarnos dónde debíamos ir. Entre mi pelo largo, mi chaqueta negra llena de pins heavys, mis pantalones vaqueros rotos y botas destrozadas, el aspecto de Lizano como un Noé enloquecido, porque cuando ya venía Helena a lo lejos andando rápido hacia nosotros por los anchos y abarrotados pasillos del Centro Comercial, Jesús había comenzado a golpear el suelo con su bastón gritando “¿Y cómo salgo yo luego de este maldito lugar? ¿Aquí por dónde entran los taxis?” Las compañeras intentaban calmarlo, yo miré a Helena, entrecruzamos miradas de complicidad, decían dichas miradas: cosas de genios. Vi cómo una mujer que llevaba a su niño en un carrito nos esquivaba, los bastonazos de Jesús en el suelo resonaban en todo el centro, y sus gritos: “Pero ¿Qué sitio es este?” Helena le explicó. “No se preocupe, Jesús, cuando usted termine su intervención llamaremos un taxi, y le acompañaremos al coche. “¿Pero por dónde puede entrar un taxi aquí?” Helena lo calmó, la voz de Helena era dulce y conciliadora; se notó rápido cómo Jesús quedó conforme. Así, siguió caminando, ya sin vociferar ni bastonear, pero oí que decía, cuando me adelantaba con Helena a examinar el lugar de lecturas: “Míralo, a él no le importo, se va y me deja así. Vosotras sí me queréis -se refería a las compañeras que fueron conmigo y que le acompañaban para que avanzara, pues, allí, era como un niño perdido en una metrópoli-”.

El “público”, la soledad...
Nos adentramos entre el público que nos esperaba y nos sentamos a la mesa de presentaciones. Jesús se encontraba nervioso realmente, tanto que agachó un poco la cabeza sujetándosela con la mano, el público mostraba un silencio expectante. Expliqué que no estaba en su mejor momento pero que había tenido la gran deferencia de venir a arroparme, como hermano anarquista, en la presentación de mi libro en esa Barcelona en la que aún existía -ya no- uno de los poetas más singulares y quijotescos de esta España que sólo advierte sus genios años, siglos, después. Inesperadamente se puso las gafas, dijo: ya estoy mejor, se recompuso con rapidez y sacó un papelito que tenía bien dobladito, de apuntes que se había hecho sobre -imagino- la lectura de mi novela, pero lo dejó a un lado. Prefirió la espontaneidad. Comenzó a hablar con el público como si estuviéramos en una cueva antigua, de la prehistoria, y todo fuera fraterno, todos hermanas y hermanos, habló de que era importante que atendiésemos a mi obra, porque toda obra que enunciase una crítica a este sistema era una gran noticia. Hablé yo algo, recité algún poema antitaurino (anarquía pura, leía cosas que no tenían que ver con el libro...) y en un momento concreto el bardo de larga blanca barba bajó los escalones desde la mesa al público y comenzó a hablar con ellos, era como en el teatro, el “pánico”, pero en una presentación, uno ponente niño que se sale de todos los esquemas. Arrabal pero sin haber bebido ni gota. Yo estaba encantado porque a lo largo de los años nunca he realizado una presentación convencional, sino salvaje, como lo era él, pero en ese entonces su forma de hacer tan “libre” me reafirmó en cómo debía vivirse la vida. Lo gracioso es que lo que buscaba entre el público era mujeres. Como si estuviera solo ante una chica morena a la que le comenzó a hablar, solos ambos en un parque con hojas otoñales, el sol y el silencio, todos pudimos escuchar cómo le decía: “¿Me visitarás a mi casa algún día? Te daré libros míos.” Se sacó un papel del bolsillo y le pidió a la chica si podía escribir su teléfono. La gente se reía a carcajadas, la chica también; quien ni le dio el teléfono ni nada parecido. Y aun en ese momento el poeta expreso que era el hombre más solitario de la tierra. La gente lo miraba como un animal extraño y salvajísimo. Luego retornó a la mesa, perseguido por un enorme aplauso, que tuvo su continuidad en más alto y generoso cuando Lizano recitó su poema “Mamíferos”. Hubo un cruce de generaciones libertarias cuando le pregunté qué opinaba del veganismo, porque el resto de los animales también anhelan la liberación. Ahí todo su gran mundo de sabiduría se desmoronó, había una laguna epocal, porque se zafó de la cuestión explicando que en la naturaleza los animales se comen unos a otros, y por ello... (en fin, nada nuevo en la anarquía antigua, que no observa con igual fraternidad a los animales no humanos; cada vez más la anarquía se está convirtiendo en ineluctablemente, y no puede ser de otra forma, antiespecista). No obstante, es muy probable que si Lizano hubiera vivido algunos años más, habría abrazado el veganismo. Esa asignatura le llegó tarde, nació nada menos que en el 31.

Una vez Jesús Lizano, el gigante autor del bellísimo y demoledor “El libro de la soledad”, organizó una manifestación por Barcelona, cuyas pancartas rezaban “Mundo Real Poético”. Los integrantes sostenían globos de colores. Una pancarta ponía, en letras negras enormes “Qué poemo!” Y al frente, en mitad de todos, avanzando, Jesús vestido de negro y sonriendo levemente, como en un fragmento de su mundo inocente soñado. Así lo recordaré siempre, recorriendo él como verso o poema la ciudad y transfigurándola.

Siempre vivo en su Palabra y legado, Jesús Lizano


Lo recordaré siempre a través de sus poemas -de su verdad personal llevada al extremo de ser vivida intensamente-, quizá el mejor, “Los picapedreros”, quizá el más hímnico y memorable :

La columna poética
Versos en lugar de soldados,

metáforas en lugar de fusiles,

olivos en lugar de mástiles,

imágenes,

no trincheras, no aviones,

estrofas,

flores en lugar de banderas,

jardines,

no checas, no uniformes,

poemas,

ingenuos en lugar de espías,

libertad, no victoria,

verso libre en lugar de leyes,

molinos en lugar de gigantes,

niños con piel de hombre,

no asesinos con piel de justicieros,

romances en lugar de estrategias,

musas, no jefes y subalternos,

sonetos en lugar de tanques,

églogas en lugar de tácticas,

liras en lugar de tambores,

soledad, no alianza, no intriga,

música,

sueños en lugar de radares,

coplas, no discursos y arengas,

viajes, no desfi les,

licencias poéticas,

no reclutamientos, no fronteras,

soñadores,

no dominantes y dominados,

la conquista de la inocencia

no la conquista del mundo,

nocturnos, en lugar de cuarteles,

odas cánticos, no armamentos,

ideas al servicio de las vidas

no vidas esclavas de las ideas,

de sus profetas,

románticos, en lugar de locos,

líricos, no fanáticos,

contemplación, no ordeno y mando.

¿Cómo?

¿Cuándo?

¡Adelante la columna poética!

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