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Opinión
Etiquetas | Política | Pedro Sánchez | Comportamiento
El ser humano necesita constantemente el alimento de la coherencia

Puede haber otras razones

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La vida política, tanto a nivel nacional como internacional, tanto ahora como antaño, como siempre, ofrece tipos que ante la mayoría de las personas pueden parecer, como poco, extravagantes o incoherentes.

Convivir con tanta extravagancia, sobre todo hoy día, donde es posible seguir en directo el juicio del procéss o una sesión del parlamento británico o el anuncio de elecciones generales para el 28 de abril próximo por parte de Pedro Sánchez, nos puede hacer perder la capacidad crítica hacia lo que tenemos delante, en el televisor. Podemos llegar a acostumbrarnos a esas extravagancias y considerarlas como algo normal.

Cualquiera que haya leído la biografía de Felipe V de Henri Kamen o alguna de las numerosas de Fernando VII, podrá entender muchas cosas y darse cuenta de que, objetivamente, tanta excentricidad y desequilibrio bien pudieran deberse a que, dicho de una manera suave, tenían un tornillo suelto.

Como quiera que, en quienes se dedican a la política, se producen desequilibrios en sus comportamientos que no se producían antes de dicha dedicación, cabe pensar si no estaremos ante una causa común de dichos desequilibrios cuyo origen es el poder.

Desde hace unos años suelo fijarme en la cara de mis interlocutores cuando escuchan algo que les estoy diciendo. Escudriñar el rostro de las personas es una actividad de alto interés, porque según he leído, con la palabra o por escrito se puede mentir, pero con el rostro es más difícil.


El trastorno bipolar que parece que tuvo Felipe V bien podría ser la causa de un comportamiento desequilibrado y de una dificultad casi sobrehumana para cargar con las responsabilidades del cargo. Esa dolencia pasó desapercibida a sus coetáneos.


Todos los gobernantes de todos los tiempos han tenido su talón de Aquiles, pero a mi modo de ver los talones de Aquiles más graves son los psicológicos, o por decirlo más directamente, las enfermedades mentales, más o menos graves.


Tener una enfermedad mental no es un desdoro, pero no es el mejor equipaje para gobernar y tener responsabilidades importantes en la cosa pública. Por eso a mí, llegado un nivel de desequilibrio de comportamiento, se me hace difícil la crítica a determinados políticos, porque entiendo que más que una persona astuta o incluso malvada, lo que tengo delante es un enfermo.


Un enfermo inspira piedad, es verdad; pero un enfermo mental no debería ocupar puestos de responsabilidad política, puesto que de ello se derivará un grave daño para su país.


Mangar un par de tarros de cremas en un supermercado por un valor de 30 euros es, objetivamente, una gilipollez. Sin embargo, eso fue la gota que colmó el vaso de la dimisión de Cristina Cifuentes. Pero ese hecho tan tonto también puede denotar cosas más profundas acerca de la salud mental de su protagonista. Esos detalles, aunque en el momento presente no tengan relevancia, conviene no olvidarlos, más que por el hecho en sí, por lo que tales hechos revelan acerca de la psicología de sus protagonistas.


La mirada del rostro de Gorvachov cuando fue elegido presidente de la Unión Soviética ya indicaba que este personaje era distinto a los demás y que iba a hacer algo distinto a lo que se había hecho en la Unión Soviética desde 1917. El rostro denota mucho.


El rostro de Pedro Sánchez cuando habla en público indica también muchas cosas. Quizá con las palabras, mienta continuamente, pero su rostro es muy revelador. Se ha dicho de él que es un malvado, un felón, un mentiroso profesional y muchas cosas más. He seguido la pista a los análisis que se hacen de él y veo que cada vez va tomando más cuerpo el comentario acerca de una posible enfermedad mental parecida a la que ya se advirtió en su día en Zapatero, teoría que dejó de prosperar, simplemente porque ZP dejó de ser noticia, para bien suyo y de los demás, ya que en el supuesto de que estuviera loco, un loco sin poder no interesa. Con poder, sí.


El rostro de Pedro Sánchez revela un esfuerzo titánico permanente por sobreponerse a lo que está diciendo simultáneamente a esas expresiones faciales. No hace falta ser psicólogo para advertir que cada vez que comparece en público, vive una tensión muy fuerte en la que él mismo ya no sabe dónde está la verdad de lo que está diciendo. Es un rostro que manifiesta una inseguridad personal grande, propia de quien lleva huyendo hacia adelante desde hace mucho tiempo.


Las contradicciones de Pedro Sánchez se han hecho famosas y circulan por las redes sociales abundantemente. Pero esas contradicciones tienen un origen y quien principalmente las padece es su protagonista, que ya no sabe ni de dónde viene ni a dónde va. No soy psicólogo, pero no tener la vida orientada produce un desgarrón interior que hace que todo suponga insatisfacción.


¿En qué piensa Pedro Sánchez? Por supuesto que nadie lo sabe, pero lo más grave es que probablemente quizá él tampoco lo sepa. Más allá de la verborrea vacía y del discurso estereotipado, fácil de componer técnicamente, es probable que ni el propio Pedro Sánchez tenga una sola idea política o económica bien asentada, un ideal, un programa de nada, unas metas hacia las que ir.


Convertir el arte de lo posible en la idolatría de lo posible puede volverle tarumba a cualquiera. Un comportamiento de loco puede dañar la salud mental si se convierte en hábito. El ser humano necesita constantemente el alimento de la coherencia. Se podrá estar equivocado en algo, pero no mentir. Mentir es algo tóxico, y no querer abandonar la mentira es algo todavía más tóxico, principalmente para uno mismo. Estoy convencido de que el hábito de la mentira termina pasando factura psicológica con el tiempo.


Puede haber otras razones. Puede ser que Pedro Sánchez sea "malo", como dicen otros. Quizá yo sea un ingenuo, pero me parece que el comportamiento de Pedro Sánchez obedece más a otras causas que no me atrevo a formular de modo explícito, pues ni soy psicólogo ni tengo todos los datos. Solo me limito a observar su rostro, sin apriorismos, que no es poco.

Puede haber otras razones

El ser humano necesita constantemente el alimento de la coherencia
Antonio Moya Somolinos
viernes, 15 de febrero de 2019, 17:29 h (CET)

La vida política, tanto a nivel nacional como internacional, tanto ahora como antaño, como siempre, ofrece tipos que ante la mayoría de las personas pueden parecer, como poco, extravagantes o incoherentes.

Convivir con tanta extravagancia, sobre todo hoy día, donde es posible seguir en directo el juicio del procéss o una sesión del parlamento británico o el anuncio de elecciones generales para el 28 de abril próximo por parte de Pedro Sánchez, nos puede hacer perder la capacidad crítica hacia lo que tenemos delante, en el televisor. Podemos llegar a acostumbrarnos a esas extravagancias y considerarlas como algo normal.

Cualquiera que haya leído la biografía de Felipe V de Henri Kamen o alguna de las numerosas de Fernando VII, podrá entender muchas cosas y darse cuenta de que, objetivamente, tanta excentricidad y desequilibrio bien pudieran deberse a que, dicho de una manera suave, tenían un tornillo suelto.

Como quiera que, en quienes se dedican a la política, se producen desequilibrios en sus comportamientos que no se producían antes de dicha dedicación, cabe pensar si no estaremos ante una causa común de dichos desequilibrios cuyo origen es el poder.

Desde hace unos años suelo fijarme en la cara de mis interlocutores cuando escuchan algo que les estoy diciendo. Escudriñar el rostro de las personas es una actividad de alto interés, porque según he leído, con la palabra o por escrito se puede mentir, pero con el rostro es más difícil.


El trastorno bipolar que parece que tuvo Felipe V bien podría ser la causa de un comportamiento desequilibrado y de una dificultad casi sobrehumana para cargar con las responsabilidades del cargo. Esa dolencia pasó desapercibida a sus coetáneos.


Todos los gobernantes de todos los tiempos han tenido su talón de Aquiles, pero a mi modo de ver los talones de Aquiles más graves son los psicológicos, o por decirlo más directamente, las enfermedades mentales, más o menos graves.


Tener una enfermedad mental no es un desdoro, pero no es el mejor equipaje para gobernar y tener responsabilidades importantes en la cosa pública. Por eso a mí, llegado un nivel de desequilibrio de comportamiento, se me hace difícil la crítica a determinados políticos, porque entiendo que más que una persona astuta o incluso malvada, lo que tengo delante es un enfermo.


Un enfermo inspira piedad, es verdad; pero un enfermo mental no debería ocupar puestos de responsabilidad política, puesto que de ello se derivará un grave daño para su país.


Mangar un par de tarros de cremas en un supermercado por un valor de 30 euros es, objetivamente, una gilipollez. Sin embargo, eso fue la gota que colmó el vaso de la dimisión de Cristina Cifuentes. Pero ese hecho tan tonto también puede denotar cosas más profundas acerca de la salud mental de su protagonista. Esos detalles, aunque en el momento presente no tengan relevancia, conviene no olvidarlos, más que por el hecho en sí, por lo que tales hechos revelan acerca de la psicología de sus protagonistas.


La mirada del rostro de Gorvachov cuando fue elegido presidente de la Unión Soviética ya indicaba que este personaje era distinto a los demás y que iba a hacer algo distinto a lo que se había hecho en la Unión Soviética desde 1917. El rostro denota mucho.


El rostro de Pedro Sánchez cuando habla en público indica también muchas cosas. Quizá con las palabras, mienta continuamente, pero su rostro es muy revelador. Se ha dicho de él que es un malvado, un felón, un mentiroso profesional y muchas cosas más. He seguido la pista a los análisis que se hacen de él y veo que cada vez va tomando más cuerpo el comentario acerca de una posible enfermedad mental parecida a la que ya se advirtió en su día en Zapatero, teoría que dejó de prosperar, simplemente porque ZP dejó de ser noticia, para bien suyo y de los demás, ya que en el supuesto de que estuviera loco, un loco sin poder no interesa. Con poder, sí.


El rostro de Pedro Sánchez revela un esfuerzo titánico permanente por sobreponerse a lo que está diciendo simultáneamente a esas expresiones faciales. No hace falta ser psicólogo para advertir que cada vez que comparece en público, vive una tensión muy fuerte en la que él mismo ya no sabe dónde está la verdad de lo que está diciendo. Es un rostro que manifiesta una inseguridad personal grande, propia de quien lleva huyendo hacia adelante desde hace mucho tiempo.


Las contradicciones de Pedro Sánchez se han hecho famosas y circulan por las redes sociales abundantemente. Pero esas contradicciones tienen un origen y quien principalmente las padece es su protagonista, que ya no sabe ni de dónde viene ni a dónde va. No soy psicólogo, pero no tener la vida orientada produce un desgarrón interior que hace que todo suponga insatisfacción.


¿En qué piensa Pedro Sánchez? Por supuesto que nadie lo sabe, pero lo más grave es que probablemente quizá él tampoco lo sepa. Más allá de la verborrea vacía y del discurso estereotipado, fácil de componer técnicamente, es probable que ni el propio Pedro Sánchez tenga una sola idea política o económica bien asentada, un ideal, un programa de nada, unas metas hacia las que ir.


Convertir el arte de lo posible en la idolatría de lo posible puede volverle tarumba a cualquiera. Un comportamiento de loco puede dañar la salud mental si se convierte en hábito. El ser humano necesita constantemente el alimento de la coherencia. Se podrá estar equivocado en algo, pero no mentir. Mentir es algo tóxico, y no querer abandonar la mentira es algo todavía más tóxico, principalmente para uno mismo. Estoy convencido de que el hábito de la mentira termina pasando factura psicológica con el tiempo.


Puede haber otras razones. Puede ser que Pedro Sánchez sea "malo", como dicen otros. Quizá yo sea un ingenuo, pero me parece que el comportamiento de Pedro Sánchez obedece más a otras causas que no me atrevo a formular de modo explícito, pues ni soy psicólogo ni tengo todos los datos. Solo me limito a observar su rostro, sin apriorismos, que no es poco.

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