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Universalizar la educación tiene que ser la mayor de las prioridades

Obligaciones colectivas

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Fruto de ese destino común, al que todos estamos llamados a transitar por él, germinan una serie de responsabilidades colectivas, a las que no hay que temer, pero si ponerse en acción, con determinación firme y perseverante, lo que nos exige también una vigilancia activa y eficaz, para que todos podamos avanzar, creciendo en dignidad y en respeto fundamentalmente. En consecuencia, si sustancial es favorecer el acceso a los bienes del espíritu, también es prioritario romper el ciclo de pobreza que deja rezagados a millones de niños, jóvenes y adultos, a los que no se les da oportunidad a desarrollarse en el aprendizaje de la vida.


A propósito, el titular de la ONU, acaba de señalar que la economía y la tecnología han provocado actitudes de desolación. En verdad, mucha gente se mueve sin esperanza alguna, camina a la deriva, desorientada, a merced del pánico, los nacionalismos y el populismo. Evidentemente, la mejor protección contra este recelo es que los Gobiernos respondan a esos temores y ansiedades y que lo hagan mediante la cooperación y el multilateralismo; sabiendo que el pilar educativo, de predicar con el ejemplo, es el mejor referente para toda la humanidad.


Hoy las palabras ya no son suficientes, hemos de poner coraje y ser más eficaces en la reivindicación de nuestros valores, que son los que realmente nos hermanan. Urge, como jamás, movilizar todos los sectores sociales del mundo para abordar problemas tan graves, como la incitación al odio, la xenofobia y la intolerancia. Indudablemente, la urgente respuesta al problema requiere de un plan de acción global. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Desde luego, es básico que todos nos comprometamos, según el ámbito que nos corresponda, y trabajemos unidos para huir de la desconfianza entre semejantes, precisamente para frenar la lucha y la venganza entre nosotros y recobrar, de este modo, el amor mutuo y la concordia. No es cuestión de engañarse unos a otros, sino de ayudarse, de ver que el vínculo de la unión social es lo que nos hace ser una sociedad solidaria y humana. Pensemos, entonces, que educar no sólo es transmitir conocimientos, sino modos y maneras de ser, de actuar, y de vivir.


A mi juicio, universalizar la educación tiene que ser la mayor de las prioridades. Es tan importante como respirar, un motor clave para la inclusión, para poder desarrollar la confianza y la seguridad en uno mismo, en nuestras capacidades y en su potencial, en la importancia de las tareas y decisiones que, sin duda, nos van a afectar positivamente. Instruirse, sabemos que es un derecho humano, un bien público, pero hacemos bien poco aún porque sea una realidad en el plano mundial. Sólo así podremos transformar este deshumanizado planeta en mejoras significativas para toda la especie. El mundo de la traición se gesta precisamente en la cobardía, en nuestra propia fragilidad humana. Por eso, es vital no dejarse vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo vayamos hacia adelante como constructores de caminos nuevos, sin entornos frágiles y vulnerables. Y esto se alcanza, con el lenguaje más eficaz para cambiar el mundo, la formación integral de la persona.


Naturalmente, hemos de lograr que los sistemas educativos funcionen para todos a fin de no dejar a nadie en la exclusión. No olvidemos que únicamente en conjunto es como se avanza en principios, en la perspectiva humanística, comprometiéndonos colectivamente en actuar en este sentido. Una obligación que nos incumbe a todos, y aún más a las autoridades políticas de cada Estado y a la Comunidad Internacional, en vista a elaborar una respuesta contundente que nos mundialice, principalmente orientada en un modelo de avance que ponga en el centro de toda existencia al propio ser humano, a través de una dirección más considerada con la creación y con su propia historia. Ojalá, pues, aprendamos del pasado, y no hagamos más distinciones entre ciudadanos. Cada cual tiene su misión. Es cuestión de hacerse piña; y, por ello, acusarse a uno mismo puede ser un buen comienzo, al menos demuestra que el sistema educativo ha funcionado. 

Obligaciones colectivas

Universalizar la educación tiene que ser la mayor de las prioridades
Víctor Corcoba
lunes, 21 de enero de 2019, 08:23 h (CET)

Fruto de ese destino común, al que todos estamos llamados a transitar por él, germinan una serie de responsabilidades colectivas, a las que no hay que temer, pero si ponerse en acción, con determinación firme y perseverante, lo que nos exige también una vigilancia activa y eficaz, para que todos podamos avanzar, creciendo en dignidad y en respeto fundamentalmente. En consecuencia, si sustancial es favorecer el acceso a los bienes del espíritu, también es prioritario romper el ciclo de pobreza que deja rezagados a millones de niños, jóvenes y adultos, a los que no se les da oportunidad a desarrollarse en el aprendizaje de la vida.


A propósito, el titular de la ONU, acaba de señalar que la economía y la tecnología han provocado actitudes de desolación. En verdad, mucha gente se mueve sin esperanza alguna, camina a la deriva, desorientada, a merced del pánico, los nacionalismos y el populismo. Evidentemente, la mejor protección contra este recelo es que los Gobiernos respondan a esos temores y ansiedades y que lo hagan mediante la cooperación y el multilateralismo; sabiendo que el pilar educativo, de predicar con el ejemplo, es el mejor referente para toda la humanidad.


Hoy las palabras ya no son suficientes, hemos de poner coraje y ser más eficaces en la reivindicación de nuestros valores, que son los que realmente nos hermanan. Urge, como jamás, movilizar todos los sectores sociales del mundo para abordar problemas tan graves, como la incitación al odio, la xenofobia y la intolerancia. Indudablemente, la urgente respuesta al problema requiere de un plan de acción global. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Desde luego, es básico que todos nos comprometamos, según el ámbito que nos corresponda, y trabajemos unidos para huir de la desconfianza entre semejantes, precisamente para frenar la lucha y la venganza entre nosotros y recobrar, de este modo, el amor mutuo y la concordia. No es cuestión de engañarse unos a otros, sino de ayudarse, de ver que el vínculo de la unión social es lo que nos hace ser una sociedad solidaria y humana. Pensemos, entonces, que educar no sólo es transmitir conocimientos, sino modos y maneras de ser, de actuar, y de vivir.


A mi juicio, universalizar la educación tiene que ser la mayor de las prioridades. Es tan importante como respirar, un motor clave para la inclusión, para poder desarrollar la confianza y la seguridad en uno mismo, en nuestras capacidades y en su potencial, en la importancia de las tareas y decisiones que, sin duda, nos van a afectar positivamente. Instruirse, sabemos que es un derecho humano, un bien público, pero hacemos bien poco aún porque sea una realidad en el plano mundial. Sólo así podremos transformar este deshumanizado planeta en mejoras significativas para toda la especie. El mundo de la traición se gesta precisamente en la cobardía, en nuestra propia fragilidad humana. Por eso, es vital no dejarse vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo vayamos hacia adelante como constructores de caminos nuevos, sin entornos frágiles y vulnerables. Y esto se alcanza, con el lenguaje más eficaz para cambiar el mundo, la formación integral de la persona.


Naturalmente, hemos de lograr que los sistemas educativos funcionen para todos a fin de no dejar a nadie en la exclusión. No olvidemos que únicamente en conjunto es como se avanza en principios, en la perspectiva humanística, comprometiéndonos colectivamente en actuar en este sentido. Una obligación que nos incumbe a todos, y aún más a las autoridades políticas de cada Estado y a la Comunidad Internacional, en vista a elaborar una respuesta contundente que nos mundialice, principalmente orientada en un modelo de avance que ponga en el centro de toda existencia al propio ser humano, a través de una dirección más considerada con la creación y con su propia historia. Ojalá, pues, aprendamos del pasado, y no hagamos más distinciones entre ciudadanos. Cada cual tiene su misión. Es cuestión de hacerse piña; y, por ello, acusarse a uno mismo puede ser un buen comienzo, al menos demuestra que el sistema educativo ha funcionado. 

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