Tsotsi tiene visos de película anglosajona, sofisticada y técnicamente impoluta, pero su argumento tiene poco que ver con los dramas vidriosos que llegan de Hollywood todas las semanas. Los suburbios de Johannesburgo, una ciudad terriblemente racial desde los tiempos del apartheid, son contemplados por la cámara de Gavin Hood desde una perspectiva muy alejada del conocimiento empírico; sus imágenes son pinturas en movimiento, sus encuadres poseen un equilibrio fuera de lo común en una producción no-americana y la fotografía -preciosista al máximo- apura cada tono para que el espectador sienta que la historia nos va a llevar a lugares ominosos y esperanzadores por igual, pero siempre en grado mayúsculo.
Es curioso este "querer parecerse a" de Tsotsi, cuyos fotogramas recuerdan no pocas veces a cualquier película de Sam Mendes, jugando con el color como si se tratase de un personaje más, mientras el relato sigue su curso por un cauce clásico inalterable. Esto puede provocar que el público se distancie de lo que le están contando para centrarse en lo que está viendo, pues en más de una ocasión parece que los artificios visuales de Tsotsi no giran en torno a los cuerpos que retrata la cámara sino a la consecución de un objetivo más estilizado, más esteta.
A pesar de todo la historia de Tsotsi (Presley Chweneyagae) llega a nosotros con las dosis necesarias de tragedia que merece, pues la situación de la población negra en Sudáfrica no está para bromear precisamente. Y es que pasa lo mismo que en muchas grandes urbes ocupadas por enormes edificios de oficinas -donde trabajan blancos- que desplazan al proletariado a una periferia chabolista dominada por la violencia y la amoralidad: Johannesburgo, en este sentido, tiene algo que ver -tampoco demasiado- con la brasileña Río de Ciudad de Dios, una película que me parece bastante menos lograda que la que estoy comentando, pero que igualmente narra las vivencias de una serie de individuos aislados entre armas y estupefacientes. La película de Fernando Meirelles optaba por una perspectiva de cómic muy próxima al videoclip incluso en el montaje de algunas secuencias, mientras este film sudafricano dirigido por Gavin Hood sondea las viñetas modernas pero siempre tapando las fuentes, como si intentase aunar la ira de los encuadres tebeísticos con un aroma artesanal más propio de algunos cineastas contemporáneos de notable rúbrica personal.
La historia, fruto de esa violencia de las barriadas pobres, juega con los conceptos -ya un tanto manidos- del arrepentimiento y la redención que tanto gustan a los académicos, de ahí su (¿in?)merecido Oscar a la mejor película de habla no inglesa.