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No existen condiciones políticas, en España, para una república

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El resentimiento, el comunismo, el separatismo y el desprecio por la moral y la ética, factores que imposibilitan que cualquier república que se instaurase en España pudiera mejorar el actual sistema de monarquía parlamentaria.


Desde el punto de vista de quien alberga sentimientos favorables a un régimen republicano, se tiene que reconocer que, en las circunstancias actuales, en manos de un gobierno minoritario de carácter poco democrático, con el Parlamento de la nación convertido en un verdadero desaguisado, en el que se juntan partidos poco representativos debido a un funcionamiento poco eficiente del sistema electoral, fruto de la aplicación de la ley D’Hont en los comicios legislativos que se celebran en nuestro país, que permiten que minorías escasamente representativas, por las pocas personas a las que personifican, se puedan convertir (hemos tenido ocasión de comprobar, en las últimas ocasiones en las que se ha consultado a los ciudadanos españoles, los problemas que causan estas minorías para la correcta marcha del Estado) en verdaderos obstáculos para la gobernación y, en ocasiones, llegan a tener en sus manos la clave para que el país opte por la mejor solución o, por el contrario, se vea obligado a incurrir en la mayor torpeza en perjuicio de toda su población. Un tema que, ni los gobiernos de derechas ni los de izquierdas que han pasado por la Moncloa, ha tenido el acierto, la valentía o la sensatez de ponerle remedio aunque, es evidente, que finalmente nos hemos quedado con uno de los peores sistemas de representación popular.


La desorganización que se aprecia a la hora de contemplar el panorama político español, la cantidad de pequeños partidos inscritos en el Registro de Partidos políticos puede que esté por encima de los 4.772 ¡Una verdadera barbaridad si los comparamos con lo que sucede en naciones como EE.UU, donde entre los mayoritarios, los regionales y los que no se presentan a las elecciones, solamente hemos podido encontrar 66! Ni que decir tiene lo que significa que, en nuestro país, tengamos que convivir con 4.772 formas distintas de pensar y con la posibilidad de que muchos de ellos participen en elecciones, como ha venido sucediendo últimamente, facilitando que en nuestro parlamento hayan entrado partidos que, por su dimensión y poca representatividad en el total del país, resultan superfluos pero, no obstante, dada la división existente en el origen de los votos, en determinadas circunstancias, son capaces de obstruir el buen funcionamiento de la nación cuando pueden decantar una votación hacia resultados verdaderamente absurdos.


Pero lo que más preocupa es que, una gran parte de todos estos partidos, agrupan a personas que desearían que la anarquía reinase en España, otros que se oponen directamente al sistema de gobierno actual, otros comunistas de distintas tendencias, otros que pretenden defender políticas imposibles respecto a cuestiones ecológicas, regresivas, inconstitucionales, o aquellas que, en la mayoría de casos, resultan ser utopías irrealizables fruto de mentes poco preparadas o influenciadas por políticas inspiradas en mentes lunáticas. No se ve, en los actuales dirigentes de los partidos que podrían llegar a formar mayorías si se coaligaran con otros, lo que se podría considerar un interés verdadero de pactar para darle a la política del país un rumbo encaminado a conseguir mejorar la situación de la nación entera, destinado a conseguir avances tecnológicos, sociales, económicos, financieros y de I+D+I, aunque tuviesen que renunciar, todos ellos, a cuestiones que, sin negarles su importancia, no son esenciales para que la nación emprenda el camino hacia la prosperidad.


Cuando escuchamos a algunos, como Podemos o los separatistas catalanes, hablar de repúblicas no entendemos que ellos, debido a las ideas que mantienen, entiendan que las repúblicas que proponen tengan las mismas características democráticas de aquellas que vienen existiendo en algunos países europeos, en los que se siguen respetando principios como la libertad de comercio, la propiedad privada, las libertades ciudadanas, la defensa de elecciones libres y la aceptación de los resultados, fueren los que fueren, otorgando a los vencedores el derecho a aplicar sus políticas por mucho que, en los respectivos parlamentos, las oposiciones puedan llevar a cabo su función fiscalizadora de la acción de gobierno. En España, en estos momentos, no hay la más mínima posibilidad de que se instaurara una república en la que se respetaran, por igual, los derechos de los que mantienen sus ideas conservadoras respecto a aquellos otros que, como se viene demostrando, no tienen el sentido democrático preciso para aceptar que hay situaciones en las que se debe pactar sin anteponer cuestiones de orden interior de un partido o intereses de tipo electoral por encima de lo que se precisa para favorecer todo aquello que beneficie a los ciudadanos, sea sostenible y no signifique emprender una política de derroche, como ocurre con el gobierno socialista actual, para comprar los votos de la ciudadanía mediante una estrategia de despilfarro de concesiones sociales que puede que, a no tardar, no `puedan ser sostenidas, debido a que las previsiones de recaudación hechas por el Gobierno no se produzcan, por mucho que sigan aumentando los impuestos, utilizando una política absurda consistente en dar, con una , mejoras sociales como aumentos de salarios a los funcionarios o incrementos de las pensiones a los jubilados y, con la otra mano, aumentando los impuestos sobre la ciudadanía, de modo que cuando vayamos a comprar los artículos de primera necesidad que hacen falta, nos encontremos que se han encarecido debido a las cargas fiscales que soportan.


Una república requiere, en primer lugar, no caer en los gravísimos errores en los que incurrieron los que pusieron la II República en España, cuando el rey Alfonso XIII decidió retirarse sin haber esperado a comprobar los resultados finales de las votaciones que, contrariamente a lo sucedido en las grandes ciudades, en el recuento del ámbito rural la victoria se decantó del bando monárquico. La aconsejaron mal y, seguramente, pensó que a él y su familia les podría volver a suceder lo que al Zar de Rusia en manos de los bolcheviques. Una república en poder de exaltados, como es el caso de todos estos podemitas como Pablo Iglesias, Monedero, Errejón o cualquiera de las mujeres que forman parte de la directiva del partido, incapaces, todos , de respetar las leyes de las mayorías salvo en el caso de que los beneficiados fueran ellos; ya que, en caso contrario, recurren a los pataleos, las protestas callejeras o las descalificaciones de otros partidos que, como sucedió con las elecciones Andaluzas, por los medios legales y democráticamente, lograron instalarse en el Parlamento Andaluz por mucho que a algunos, constituidos en fiscales improvisados, por auto elección, se permiten abominar del resto de parlamentarios, negándoles un derecho ganado limpiamente, por el simple hecho de que sus planteamientos políticos difieren de los suyos.


Y en este punto tenemos que hacer una consideración respecto al partido de Ciudadanos y su líder, el señor Albert Rivera. En efecto, este señor se nos pone estupendo adhiriéndose a esta tomadura de pelo generalizada de aceptar como palabras de sabio Salomón, todo lo que las mujeres, enroladas en más de 300 sociedades feministas, están aireando en todos aquellos casos en los que ellas, subjetivamente, consideren que se sienten perjudicadas, por mucho que las leyes aplicadas por los juzgados lo sean según fueron promulgadas, en su momento, por el Parlamento de la nación. Resulta penoso ver como muchas mujeres son manejadas por activistas gritonas, voceando contra los hombres, los magistrados y jueces y todo ello, con la aprobación de las ministras y ministros y del propio Presidente del gobierno, todo para no indisponerse por una de las mejores fuentes de votos del país. Una república con todos estos elementos sería el fracaso mayor para la nación española, para sus ciudadanos y para todos aquellos que creemos en el régimen republicano siempre que garantice la democracia, mantenga el orden y la seguridad física y jurídica de los ciudadanos y esté compuesta, como ha sucedido desde la llegada de la democracia, al dictamen de las urnas sólo que, en este caso, con un cambio de sistema electoral que evite tanta proliferación de pequeñas formaciones que no hacen más que impedir con sus absurdas pretensiones el buen funcionamiento de cualquier gobierno que intente honradamente llevar adelante la gestión de la nación española. El señor Rivera tiene el vicio o costumbre de girar como un veleta cada vez que le conviene, sin que le importe dejar colgados a aquellos que confiaron en su lealtad.


Para volver a la República del Frente Popular de febrero de 1936, señores, mejor es seguir con la monarquía parlamentaria que, en honor a la verdad, en esta ocasión está dirigida por un Rey que cumple a la perfección con el cometido que le ha asignado la Carta Magna de nuestro país.


O así es como, desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, sentimos una honda preocupación por el hecho de que el país se encuentre alterado desde la izquierda comunista, el separatismo disgregador y la acometida programada del feminismo organizado que, bajo la excusa de los llamados asesinatos de género que, por mucho que se empeñen quienes piensan que es cosa de la justicia o el gobierno, es un simple problema de educación de las personas y no de la acción preventiva o represiva gubernamental que, como se ha venido demostrando a lo largo de los últimos años, tanto bajo la dirección de las derechas como de la izquierdas, no han conseguido mejorar en cuanto al número de víctimas que se vienen produciendo. Ni las asambleas callejeras, ni las comparecencias delante de los ayuntamientos, ni los aplausos al paso de los coches portadores de los restos de las víctimas, han tenido efecto alguno en las mentes de asesinos, que no se rigen por razonamientos sensatos, sino que siguen sus instintos de venganza ante una situación que, para ellos, constituye un atentado a su propio ego que quieren remediar, aunque sea mediante la muerte de la persona sobre la que recae su propia insania. La formación de una juventud, en la actualidad sin valores éticos ni morales que se les hayan inculcado desde la familia (excluida de la función educativa) ni desde los centros de enseñanza (dedicados a doctrinarlos en idearios de izquierdas) ha propiciado hombres, sin topes morales de ninguna clase que toman lo que quieren, cuando quieren y de la forma que sus más bajos instintos les indican. La responsabilidad es de esta sociedad a la que nos han llevado quienes han prescindido de la religión y de los escrúpulos y remordimientos morales que servían de freno para que, muchos de los que actualmente matan, contuvieran sus instintos antes de caer en el paroxismo criminal.

No existen condiciones políticas, en España, para una república

Miguel Massanet
domingo, 6 de enero de 2019, 09:21 h (CET)

El resentimiento, el comunismo, el separatismo y el desprecio por la moral y la ética, factores que imposibilitan que cualquier república que se instaurase en España pudiera mejorar el actual sistema de monarquía parlamentaria.


Desde el punto de vista de quien alberga sentimientos favorables a un régimen republicano, se tiene que reconocer que, en las circunstancias actuales, en manos de un gobierno minoritario de carácter poco democrático, con el Parlamento de la nación convertido en un verdadero desaguisado, en el que se juntan partidos poco representativos debido a un funcionamiento poco eficiente del sistema electoral, fruto de la aplicación de la ley D’Hont en los comicios legislativos que se celebran en nuestro país, que permiten que minorías escasamente representativas, por las pocas personas a las que personifican, se puedan convertir (hemos tenido ocasión de comprobar, en las últimas ocasiones en las que se ha consultado a los ciudadanos españoles, los problemas que causan estas minorías para la correcta marcha del Estado) en verdaderos obstáculos para la gobernación y, en ocasiones, llegan a tener en sus manos la clave para que el país opte por la mejor solución o, por el contrario, se vea obligado a incurrir en la mayor torpeza en perjuicio de toda su población. Un tema que, ni los gobiernos de derechas ni los de izquierdas que han pasado por la Moncloa, ha tenido el acierto, la valentía o la sensatez de ponerle remedio aunque, es evidente, que finalmente nos hemos quedado con uno de los peores sistemas de representación popular.


La desorganización que se aprecia a la hora de contemplar el panorama político español, la cantidad de pequeños partidos inscritos en el Registro de Partidos políticos puede que esté por encima de los 4.772 ¡Una verdadera barbaridad si los comparamos con lo que sucede en naciones como EE.UU, donde entre los mayoritarios, los regionales y los que no se presentan a las elecciones, solamente hemos podido encontrar 66! Ni que decir tiene lo que significa que, en nuestro país, tengamos que convivir con 4.772 formas distintas de pensar y con la posibilidad de que muchos de ellos participen en elecciones, como ha venido sucediendo últimamente, facilitando que en nuestro parlamento hayan entrado partidos que, por su dimensión y poca representatividad en el total del país, resultan superfluos pero, no obstante, dada la división existente en el origen de los votos, en determinadas circunstancias, son capaces de obstruir el buen funcionamiento de la nación cuando pueden decantar una votación hacia resultados verdaderamente absurdos.


Pero lo que más preocupa es que, una gran parte de todos estos partidos, agrupan a personas que desearían que la anarquía reinase en España, otros que se oponen directamente al sistema de gobierno actual, otros comunistas de distintas tendencias, otros que pretenden defender políticas imposibles respecto a cuestiones ecológicas, regresivas, inconstitucionales, o aquellas que, en la mayoría de casos, resultan ser utopías irrealizables fruto de mentes poco preparadas o influenciadas por políticas inspiradas en mentes lunáticas. No se ve, en los actuales dirigentes de los partidos que podrían llegar a formar mayorías si se coaligaran con otros, lo que se podría considerar un interés verdadero de pactar para darle a la política del país un rumbo encaminado a conseguir mejorar la situación de la nación entera, destinado a conseguir avances tecnológicos, sociales, económicos, financieros y de I+D+I, aunque tuviesen que renunciar, todos ellos, a cuestiones que, sin negarles su importancia, no son esenciales para que la nación emprenda el camino hacia la prosperidad.


Cuando escuchamos a algunos, como Podemos o los separatistas catalanes, hablar de repúblicas no entendemos que ellos, debido a las ideas que mantienen, entiendan que las repúblicas que proponen tengan las mismas características democráticas de aquellas que vienen existiendo en algunos países europeos, en los que se siguen respetando principios como la libertad de comercio, la propiedad privada, las libertades ciudadanas, la defensa de elecciones libres y la aceptación de los resultados, fueren los que fueren, otorgando a los vencedores el derecho a aplicar sus políticas por mucho que, en los respectivos parlamentos, las oposiciones puedan llevar a cabo su función fiscalizadora de la acción de gobierno. En España, en estos momentos, no hay la más mínima posibilidad de que se instaurara una república en la que se respetaran, por igual, los derechos de los que mantienen sus ideas conservadoras respecto a aquellos otros que, como se viene demostrando, no tienen el sentido democrático preciso para aceptar que hay situaciones en las que se debe pactar sin anteponer cuestiones de orden interior de un partido o intereses de tipo electoral por encima de lo que se precisa para favorecer todo aquello que beneficie a los ciudadanos, sea sostenible y no signifique emprender una política de derroche, como ocurre con el gobierno socialista actual, para comprar los votos de la ciudadanía mediante una estrategia de despilfarro de concesiones sociales que puede que, a no tardar, no `puedan ser sostenidas, debido a que las previsiones de recaudación hechas por el Gobierno no se produzcan, por mucho que sigan aumentando los impuestos, utilizando una política absurda consistente en dar, con una , mejoras sociales como aumentos de salarios a los funcionarios o incrementos de las pensiones a los jubilados y, con la otra mano, aumentando los impuestos sobre la ciudadanía, de modo que cuando vayamos a comprar los artículos de primera necesidad que hacen falta, nos encontremos que se han encarecido debido a las cargas fiscales que soportan.


Una república requiere, en primer lugar, no caer en los gravísimos errores en los que incurrieron los que pusieron la II República en España, cuando el rey Alfonso XIII decidió retirarse sin haber esperado a comprobar los resultados finales de las votaciones que, contrariamente a lo sucedido en las grandes ciudades, en el recuento del ámbito rural la victoria se decantó del bando monárquico. La aconsejaron mal y, seguramente, pensó que a él y su familia les podría volver a suceder lo que al Zar de Rusia en manos de los bolcheviques. Una república en poder de exaltados, como es el caso de todos estos podemitas como Pablo Iglesias, Monedero, Errejón o cualquiera de las mujeres que forman parte de la directiva del partido, incapaces, todos , de respetar las leyes de las mayorías salvo en el caso de que los beneficiados fueran ellos; ya que, en caso contrario, recurren a los pataleos, las protestas callejeras o las descalificaciones de otros partidos que, como sucedió con las elecciones Andaluzas, por los medios legales y democráticamente, lograron instalarse en el Parlamento Andaluz por mucho que a algunos, constituidos en fiscales improvisados, por auto elección, se permiten abominar del resto de parlamentarios, negándoles un derecho ganado limpiamente, por el simple hecho de que sus planteamientos políticos difieren de los suyos.


Y en este punto tenemos que hacer una consideración respecto al partido de Ciudadanos y su líder, el señor Albert Rivera. En efecto, este señor se nos pone estupendo adhiriéndose a esta tomadura de pelo generalizada de aceptar como palabras de sabio Salomón, todo lo que las mujeres, enroladas en más de 300 sociedades feministas, están aireando en todos aquellos casos en los que ellas, subjetivamente, consideren que se sienten perjudicadas, por mucho que las leyes aplicadas por los juzgados lo sean según fueron promulgadas, en su momento, por el Parlamento de la nación. Resulta penoso ver como muchas mujeres son manejadas por activistas gritonas, voceando contra los hombres, los magistrados y jueces y todo ello, con la aprobación de las ministras y ministros y del propio Presidente del gobierno, todo para no indisponerse por una de las mejores fuentes de votos del país. Una república con todos estos elementos sería el fracaso mayor para la nación española, para sus ciudadanos y para todos aquellos que creemos en el régimen republicano siempre que garantice la democracia, mantenga el orden y la seguridad física y jurídica de los ciudadanos y esté compuesta, como ha sucedido desde la llegada de la democracia, al dictamen de las urnas sólo que, en este caso, con un cambio de sistema electoral que evite tanta proliferación de pequeñas formaciones que no hacen más que impedir con sus absurdas pretensiones el buen funcionamiento de cualquier gobierno que intente honradamente llevar adelante la gestión de la nación española. El señor Rivera tiene el vicio o costumbre de girar como un veleta cada vez que le conviene, sin que le importe dejar colgados a aquellos que confiaron en su lealtad.


Para volver a la República del Frente Popular de febrero de 1936, señores, mejor es seguir con la monarquía parlamentaria que, en honor a la verdad, en esta ocasión está dirigida por un Rey que cumple a la perfección con el cometido que le ha asignado la Carta Magna de nuestro país.


O así es como, desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, sentimos una honda preocupación por el hecho de que el país se encuentre alterado desde la izquierda comunista, el separatismo disgregador y la acometida programada del feminismo organizado que, bajo la excusa de los llamados asesinatos de género que, por mucho que se empeñen quienes piensan que es cosa de la justicia o el gobierno, es un simple problema de educación de las personas y no de la acción preventiva o represiva gubernamental que, como se ha venido demostrando a lo largo de los últimos años, tanto bajo la dirección de las derechas como de la izquierdas, no han conseguido mejorar en cuanto al número de víctimas que se vienen produciendo. Ni las asambleas callejeras, ni las comparecencias delante de los ayuntamientos, ni los aplausos al paso de los coches portadores de los restos de las víctimas, han tenido efecto alguno en las mentes de asesinos, que no se rigen por razonamientos sensatos, sino que siguen sus instintos de venganza ante una situación que, para ellos, constituye un atentado a su propio ego que quieren remediar, aunque sea mediante la muerte de la persona sobre la que recae su propia insania. La formación de una juventud, en la actualidad sin valores éticos ni morales que se les hayan inculcado desde la familia (excluida de la función educativa) ni desde los centros de enseñanza (dedicados a doctrinarlos en idearios de izquierdas) ha propiciado hombres, sin topes morales de ninguna clase que toman lo que quieren, cuando quieren y de la forma que sus más bajos instintos les indican. La responsabilidad es de esta sociedad a la que nos han llevado quienes han prescindido de la religión y de los escrúpulos y remordimientos morales que servían de freno para que, muchos de los que actualmente matan, contuvieran sus instintos antes de caer en el paroxismo criminal.

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