El pasado miércoles fue el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Como cada año, desde 1911 (1909 en Estados Unidos), el 8 de marzo se conmemora en distintos países, en algunos es un día festivo, y también se rinde cierto tributo en la sede de Naciones Unidas. Desde hace unos años se está suprimiendo del título lo de “Trabajadora” para, imagino, extender la celebración a todas las mujeres del mundo, tengan estas un trabajo remunerado o no.
Uno de los lemas que año tras año nos recuerdan las organizaciones feministas, y otras que se solidarizan con estas ese día, es que este día se refiere “a las mujeres corrientes como artífices de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre”. Igualdad con el hombre. No deja de sorprender.
No creo en las cuotas o discriminaciones positivas a la hora de ocupar determinados lugares de trabajo. Creo que a largo plazo perjudica más que se impongan cuotas femeninas en las listas electorales o en los consejos de administración de las grandes empresas, como el Gobierno Zapatero ha establecido, ya que se niega, de antemano, la capacidad de la mujer a optar a ese cargo por sus aptitudes, y se barre el paso a las personas mejor preparadas, indistintamente hombres o mujeres. Es decir, que con la obligatoriedad de las cuotas por sexo se beneficia a las personas por una cuestión de nacimiento –suerte: hombre o mujer-, en lugar de seleccionar a los mejor preparados. Y ese es el error. En lugar de facilitar a todas las personas, sin distinción de sexo, la posibilidad de educación, preparación y especialización, se da la vuelta al sistema y se aparcan unos espacios en exclusiva a unas personas simplemente por el hecho de haber nacido mujer.
Sorprende, a todo esto, que las organizaciones feministas occidentales -¿necesarias?- callen ante las atrocidades que se cometen contra las mujeres en los lugares en que sí son necesarias organizaciones feministas. No se ven manifestaciones ante las embajadas de países que permiten la mutilación del clítoris en niñas que apenas llegan a los 10 años de edad (algunos estudios calculan que se realizan dos millones al año); y tampoco se exige como debiera, desde esas mismas organizaciones, que mujeres y hombres tengan los mismos derechos y deberes en los estados musulmanes.
En Teherán, el pasado día 8, se concentraron alrededor de 400 personas en el parque Daneshyoo, en su mayoría mujeres y niños, para reclamar “paz, igualdad y justicia” (como otros años) entre hombres y mujeres. La manifestación, evidentemente, fue considerada ilegal por las autoridades iraníes, y los policías recibieron órdenes para desalojar el lugar lo antes posible. Porras en mano y con gritos como: “¡Volved a vuestras casa, rameras!”, la manifestación se disolvió en apenas tres minutos. ¿Dónde están las protestas de las organizaciones feministas españolas? ¿Dónde las protestas de la Administración Zapatero? ¿Igualdad con el hombre, dice?
No se ven las protestas en occidente por los abusos que la mujer sufre del hombre en los lugares que realmente suceden. La igualdad, entre el hombre y la mujer, no está en asegurar un 40% de los escaños del Parlamento español a las mujeres. No está, ni siquiera, en reservar un tanto por ciento de lugares de trabajo en una empresa a las mujeres. Y mucho menos en sancionar de diferente manera delitos según los cometa una mujer o un hombre. Se trata de una igualdad en oportunidades. Se trata de poder divorciarse, de poder conducir, de poder mostrar el rostro –o las piernas-… en definitiva, de que no prevalezca una decisión del hombre –per se- sobre la mujer. Se trata de que no se disuelvan manifestaciones en Irán, por ejemplo, al grito de ¡rameras!