La pasada jornada se produjo un hecho histórico en la Liga española de fútbol: por primera vez, que uno recuerde, se homenajeó a la figura del árbitro, parte tan imprescindible como infravalorada en el mundillo balompédico.

Y es que este colectivo es, por encima de cualquier otra cosa, el blanco de las iras del resto de participantes de este deporte: jugadores, entrenadores, dirigentes y público les exigen la perfección mientras disculpan los errores de su propia gente. Pura esquizofrenia, digna de estudio científico.

Por si alguien pensaba que la celebración iba a acabar de golpe y porrazo con las polémicas arbitrales, ya desde el sábado la cosa se animó en Valencia con Sergio Ramos y Ronaldo, y terminó el domingo con el piscinazo de Milosevic ante Edmilson. Vamos, que nada nuevo bajo el sol.

Así pues, lo del pasado fin de semana se queda en un gesto que hay que agradecer, pero que debería ir acompañado de una concienciación sobre el papel del árbitro en el fútbol y, si esto no es suficiente, sanciones realmente duras contra todo el que menosprecie a un colegiado. De lo contrario, nos quedaremos sin árbitros de Primera. Y digo de Primera porque en las canteras empieza a no haberlos. Es cuestión de tiempo. Y sin árbitros no hay fútbol: que nadie lo olvide.