El fin de semana pasado, el Partido Popular quiso sorprendernos a todos con una convención a la americana. De hecho, sólo faltó Bush, pero ya se sabe que aunque sea muy querido por los líderes de nuestra derecha, la figura del emperador George no vende mucho en la España post-Irak.
Y es que no faltó de nada: pantallas gigantes, música con marcha, mensajes cortos y directos e, incluso, cambio de look del jefe de filas de los populares –sólo por aclarar, diré que me refiero a Rajoy y no a Aznar–.
Sí, sí, sí, Rajoy apareció con las cejas perfiladas, la barba retocada y el pelo más cuidado. Cuentan los que saben que fue tratado por el mismo estilista que que le conserva el moreno marbellero a Zaplana –Dios los cría y ellos se juntan–. Imagino que será cierto y, además, nos sirve para analizar hasta qué punto llega la larga sombra del equipo Acebes-Zaplana en el actual Partido Popular.
Y es que, ya lo dice el sabio refranero español: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Por mucho que Aznar y Rajoy se sienten en el suelo; por mucho que se rodeen de jóvenes con camisetas a los que, por cierto, se les nota a la legua estar más acostumbrados al típico polo de Ralph Lauren que a la izquierdista camiseta reivindicativa; por mucho que quieran recurrir a una nueva estética, más propia de presentación de nuevo producto de Microsoft que de imagen de un partido político... les falla algo esencial: el mensaje es el mismo.
¡Qué oportunidad tirada a la basura! ¡Qué gasto económico tan innecesario! Y todo, para seguir diciendo lo mismo: que si se rompe España, que si Zapatero se ha vendido a ETA y todo ese argumentario de traca y pandereta que algún guionista de tercera –quizá el mismo que le escribió el guión al popular presentador de la convención, Miguel Ángel Tobías– ha establecido como dogma de la derecha reaccionaria.
Para eso, podían haberse puesto de fondo un toro de Osborne y vestir de luces a un Rajoy que, más pronto que tarde, deberá decidirse, por fin, entre tomar la alternativa y convertirse en figura propia, o no pasar de mero recuerdo de un pasado –mejor o peor, depende de quién lo diga– que algunos pretenden rememorar hasta la saciedad.