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Hay cosas de las que no se habla o palabras que no se pronuncian, sin la autorización de quienes ostentan el monopolio de lo políticamente correcto.
Es igual que sea una canción, la calificación de un político, una creencia religiosa, la definición de una ideología, el uso de una bandera o la iniciativa de un ayuntamiento. Hay una especie de censura previa que todos han admitido -asumido se dice ahora- y sin la aquiescencia de los que se han erigido en censores es muy difícil definir, calificar o hablar, de lo que siempre se ha hablado, siempre se ha calificado y siempre se ha definido.
Hay cosas de las que no se habla o palabras que no se pronuncian sin la autorización de quienes ostentan el monopolio de lo políticamente correcto.
Se ha llegado así a una perversión del lenguaje que, paradójicamente, de perversión ha pasado a ser lo correcto.
Hay presupuestos sociales, ultraderecha, fascismo, nazismo e incluso violencia machista, pero no hay -pura paradoja- violencia feminista, ultraizquierda, marxismo, comunismo o presupuestos liberales.
Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.
Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.
Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.
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