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El estadounidense exhibió su fortaleza anotadora (15 puntos en el cuarto final) para desatascar al Real Madrid en un encuentro que se complicó sorpresivamente a consecuencia de un enfriamiento ofensivo y debilidad defensiva.

Carroll desactiva al Khimki (79-74)

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Destaquemos de comienzo una estadística de prestigio: dos triunfos en sus últimas tres visitas a Madrid. Pocos clubes europeos cuentan con esta carta de presentación del Khimki de Moscú. No era un adversario cualquiera pese a su escaso historial. Y si cuentan con inspiración desde el perímetro complican el encuentro hasta la extenuación. Cierto, y aquí se revelan sus cuestas empinadas, es que no contaban ni con su referencia ofensiva (Shved: promedia la mitad de los puntos del equipo) ni con su última adquisición (Green); y tampoco con el aire de resultados a favor: una victoria y cinco derrotas en la máxima competición continental. Y enfrente estaba el Real Madrid.

Pese a este panorama, el compromiso blanco, en su regreso a casa tras tres semanas de gira, doméstica y europea, no acabó resultando una sesión práctica con público como se esperaba. Hubo susto y apreturas. Al Real Madrid le faltó consistencia en defensa y ataque: alteró notables momentos con otros episodios esporádicos de desajustes impropios de unos jugadores que se mueven de memoria. O como aquello de enfrascarse inútilmente en un desafió constante desde el perímetro. Antes de esto, la calidad y el talento dibujaron el comienzo (Causeur, con 8 puntos; y Llull, con 6, en el primer cuarto). En contraste, un equipo ruso plagado de americanos y mostrando un baloncesto errático para el espectador: a base de triples como único medio para subsistir. Lo que es jugar a lo americano.

Se trata de un camino tan válido como cualquier otro hacia el triunfo. A la dificultad de mantenerse en unos guarismos altísimos (y cedían al descanso: 33% contra 28%), suele ser necesario alguna otra virtud. Ser más tácticos, ser más un equipo y ser menos individualistas, como hace el Real Madrid, amén del dispar armario de recursos. Pese a estas sensaciones, los rusos se marcharon al descanso con aspiraciones. Así de cierto. De un 27-19 (tras triple de Rudy Fernández), hacia el ecuador del segundo cuarto, que apuntaba a cierre prematuro se pasó a un 36-33; un paréntesis para volver a unas mínimas distancias: 43-35.

Líder con susto
Nada sentenciado pese a las sensaciones del juego. Justo en esto estaba el peligro. Que el Real Madrid se relajase. O que echase de menos la anotación de Llull. O el escaso poderío de su juego interior. O que incomprensiblemente se dejase invitar a un masivo lanzamiento desde el perímetro, justo cuando tampoco había inspiración. No se explotaron otras vías. Porque de otro prometedor 51-41 (tras dos triples de Randolph y Causeur), los blancos vieron empequeñecerse, por segunda vez en la noche, su canasta al tiempo que los rusos (o americanos, dicho con más criterio) vivieron su momento más dulce: de ese 51-41 se pasó a un 54-55. Gill y Thomas eran los anotadores, aprovechando el vacío anotador y defensivo blanco.

Sin saber cómo, con adversario sólo capaz de explotar su tiro exterior hasta ese momento, el Real Madrid se encontró con el susto en el cuerpo. De hacerlo frente se encargó Carroll, con seis puntos seguidos (66-60). Quedaban aún poco más de cuatro minutos. Se estaba jugando con fuego en una cita a un marcador corto, y eso no beneficiaba a los blancos, acostumbrados a cotas anotadoras mayores. Pero no estaba bien la defensa (el Khimki ya no sólo anotaba triples) y tampoco la muñeca bien engrasada. Salvo la de Carroll, claro. Siempre entonado. Un triple, sí un triple, escorado y cayéndose elevó a compañeros y afición (72-64). Restaban otros tres minutos. Ya no hubo sustos mayores; tampoco holguras o sonrisas. Lo refleja el marcador y las caras. Sólo el poder anotador de Carroll (15 puntos en el cuarto final) espantó fantasmas, desatascó al Real Madrid y desactivó al Khimki.

Carroll desactiva al Khimki (79-74)

El estadounidense exhibió su fortaleza anotadora (15 puntos en el cuarto final) para desatascar al Real Madrid en un encuentro que se complicó sorpresivamente a consecuencia de un enfriamiento ofensivo y debilidad defensiva.
Rafael Merino
jueves, 15 de noviembre de 2018, 22:05 h (CET)

Destaquemos de comienzo una estadística de prestigio: dos triunfos en sus últimas tres visitas a Madrid. Pocos clubes europeos cuentan con esta carta de presentación del Khimki de Moscú. No era un adversario cualquiera pese a su escaso historial. Y si cuentan con inspiración desde el perímetro complican el encuentro hasta la extenuación. Cierto, y aquí se revelan sus cuestas empinadas, es que no contaban ni con su referencia ofensiva (Shved: promedia la mitad de los puntos del equipo) ni con su última adquisición (Green); y tampoco con el aire de resultados a favor: una victoria y cinco derrotas en la máxima competición continental. Y enfrente estaba el Real Madrid.

Pese a este panorama, el compromiso blanco, en su regreso a casa tras tres semanas de gira, doméstica y europea, no acabó resultando una sesión práctica con público como se esperaba. Hubo susto y apreturas. Al Real Madrid le faltó consistencia en defensa y ataque: alteró notables momentos con otros episodios esporádicos de desajustes impropios de unos jugadores que se mueven de memoria. O como aquello de enfrascarse inútilmente en un desafió constante desde el perímetro. Antes de esto, la calidad y el talento dibujaron el comienzo (Causeur, con 8 puntos; y Llull, con 6, en el primer cuarto). En contraste, un equipo ruso plagado de americanos y mostrando un baloncesto errático para el espectador: a base de triples como único medio para subsistir. Lo que es jugar a lo americano.

Se trata de un camino tan válido como cualquier otro hacia el triunfo. A la dificultad de mantenerse en unos guarismos altísimos (y cedían al descanso: 33% contra 28%), suele ser necesario alguna otra virtud. Ser más tácticos, ser más un equipo y ser menos individualistas, como hace el Real Madrid, amén del dispar armario de recursos. Pese a estas sensaciones, los rusos se marcharon al descanso con aspiraciones. Así de cierto. De un 27-19 (tras triple de Rudy Fernández), hacia el ecuador del segundo cuarto, que apuntaba a cierre prematuro se pasó a un 36-33; un paréntesis para volver a unas mínimas distancias: 43-35.

Líder con susto
Nada sentenciado pese a las sensaciones del juego. Justo en esto estaba el peligro. Que el Real Madrid se relajase. O que echase de menos la anotación de Llull. O el escaso poderío de su juego interior. O que incomprensiblemente se dejase invitar a un masivo lanzamiento desde el perímetro, justo cuando tampoco había inspiración. No se explotaron otras vías. Porque de otro prometedor 51-41 (tras dos triples de Randolph y Causeur), los blancos vieron empequeñecerse, por segunda vez en la noche, su canasta al tiempo que los rusos (o americanos, dicho con más criterio) vivieron su momento más dulce: de ese 51-41 se pasó a un 54-55. Gill y Thomas eran los anotadores, aprovechando el vacío anotador y defensivo blanco.

Sin saber cómo, con adversario sólo capaz de explotar su tiro exterior hasta ese momento, el Real Madrid se encontró con el susto en el cuerpo. De hacerlo frente se encargó Carroll, con seis puntos seguidos (66-60). Quedaban aún poco más de cuatro minutos. Se estaba jugando con fuego en una cita a un marcador corto, y eso no beneficiaba a los blancos, acostumbrados a cotas anotadoras mayores. Pero no estaba bien la defensa (el Khimki ya no sólo anotaba triples) y tampoco la muñeca bien engrasada. Salvo la de Carroll, claro. Siempre entonado. Un triple, sí un triple, escorado y cayéndose elevó a compañeros y afición (72-64). Restaban otros tres minutos. Ya no hubo sustos mayores; tampoco holguras o sonrisas. Lo refleja el marcador y las caras. Sólo el poder anotador de Carroll (15 puntos en el cuarto final) espantó fantasmas, desatascó al Real Madrid y desactivó al Khimki.

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