Europa entró en la era moderna de la construcción de los Estados nación aplicando el precepto de la integración por medio de la separación. Dos fechas hay que recordar por ser cruciales para tal proceso: 1555 y 1648. En 1555, las dinastías que gobernaban Europa se reunieron en Augsburgo para decidir una fórmula que pudiera poner fin a las prolongadas, sangrientas y devastadoras guerras civiles entre católicos y protestantes.
La fórmula que decidieron no pudo ponerse en práctica hasta un siglo después, cuando en 1648, con otra guerra de treinta años, entre, Reforma y Contrarreforma, volvieron a juntarse en Münster y Osnabrück para estampar sus firmas y dar legitimidad al principio de Augsburgo, que lo hizo obligatorio cumplimiento para reyes y príncipes de las dinastías participantes.
Así pues, se dejó en poder de éstos, la facultad de privilegiar a una de las iglesias enfrentadas y discriminar a la otra, y quedó también a su arbitrio, hasta donde podían tolerar, la negativa a someterse a la fe dominante de aquellos de sus súbditos que rechazaran convertirse.
