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X. Madrid, Girona

La negociación de los PGE

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La negociación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) y su posterior aprobación, es el más importante quehacer de un gobierno y es fundamental para su futura gestión y hasta para su permanencia en el poder. Por eso, extraña tanto la frivolidad de Pedro Sánchez y la superficialidad de sus ministros al tratar el asunto.



Si hay que negociar en la cárcel o en el extranjero, se negocia; si hay que ceder en cosas básicas, se cede; si hay que aumentar el gasto, se aumenta; si hay que subir los impuestos, se suben; si hay que mandar a Iglesias a negociar con Urkullu, se le manda; si hay que desmentirle, se le desmiente; si hay que engañar a Europa, se intenta; si hay que prorrogar los presupuestos de Rajoy, se prorrogan; si hay que camuflar la verdad, se camufla y si hay que ocultar la realidad, se oculta.



Lo preocupante no es que se usen todas las artes políticas -más o menos legítimas- para seguir en La Moncloa, lo que hace sonar las alarmas es la frivolidad en las acciones encaminadas a definir la vida de los españoles en los próximos tiempos.



La forma no es de recibo porque hay por medio negociaciones oscuras, inusuales y cuando menos raras, si nos atenemos a la catadura de los que negocian. El fondo apenas existe por cuanto depende de las apetencias de unos y de las exigencias de otros.



Si a todo ello se añade que esa ley tan fundamental, se deja en manos de quienes no quieren saber nada de España y de los españoles, el cuadro no puede ser más sombrío.



De la frivolidad al esperpento hay un paso y ese paso ya se está dado.

La negociación de los PGE

X. Madrid, Girona
Lectores
martes, 13 de noviembre de 2018, 00:11 h (CET)

La negociación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) y su posterior aprobación, es el más importante quehacer de un gobierno y es fundamental para su futura gestión y hasta para su permanencia en el poder. Por eso, extraña tanto la frivolidad de Pedro Sánchez y la superficialidad de sus ministros al tratar el asunto.



Si hay que negociar en la cárcel o en el extranjero, se negocia; si hay que ceder en cosas básicas, se cede; si hay que aumentar el gasto, se aumenta; si hay que subir los impuestos, se suben; si hay que mandar a Iglesias a negociar con Urkullu, se le manda; si hay que desmentirle, se le desmiente; si hay que engañar a Europa, se intenta; si hay que prorrogar los presupuestos de Rajoy, se prorrogan; si hay que camuflar la verdad, se camufla y si hay que ocultar la realidad, se oculta.



Lo preocupante no es que se usen todas las artes políticas -más o menos legítimas- para seguir en La Moncloa, lo que hace sonar las alarmas es la frivolidad en las acciones encaminadas a definir la vida de los españoles en los próximos tiempos.



La forma no es de recibo porque hay por medio negociaciones oscuras, inusuales y cuando menos raras, si nos atenemos a la catadura de los que negocian. El fondo apenas existe por cuanto depende de las apetencias de unos y de las exigencias de otros.



Si a todo ello se añade que esa ley tan fundamental, se deja en manos de quienes no quieren saber nada de España y de los españoles, el cuadro no puede ser más sombrío.



De la frivolidad al esperpento hay un paso y ese paso ya se está dado.

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