Esto es lo que debe creerse que es el delantero camerunés del Barcelona Samuel Eto'o, a juzgar por sus declaraciones de mediados de esta semana al hilo de su amago de abandono del terreno de juego por la presión que ejercieron sobre él los hinchas zaragocistas.
Y debe creérselo porque, preguntado atinadamente por nuestros colegas de la prensa catalana sobre los insultos que reciben compañeros suyos en el transcurso de los partidos, tales como Gurpegi ("drogadicto") o Guti ("maricón"), o incluso los árbitros en general ("hijo de ..."), tuvo la ceguera mental, o más bien chulería, de decir que su caso era distinto.
Resulta cuando menos curioso que nadie pueda meterse con él por su raza (algo que es criticable, pero que sucede y está ahí, exactamente como los casos antes citados por otros rasgos), mientras él hace declaraciones del tipo "yo he venido aquí [al Barça] a correr como un negro para ganar como un blanco" y similares cada pocas semanas.
Y es que alguien le va a tener que explicar despacito, para que lo entienda bien, lo que la inmensa mayoría de aficionados hemos captado hace mucho tiempo: que los sonidos simiescos no son emitidos por racistas, sino por aficionados que buscan (y por lo visto en Zaragoza parece que pueden conseguir) descentrar a un jugador determinado, para lo cual se recurre al insulto fácil basado en un rasgo distinguible, bien sea físico o de personalidad.
Además, estamos ante un jugador reincidente en esta "chulería". Sólo hay que recordar su rabieta tras la elección del Balón de Oro, dejando en muy mal lugar a sus compañeros de profesión, así como sus innecesarias andanadas hacia el Real Madrid cuando se presentó con el Barça. Por una vez, y sin que sirva de precedente, debo darle la razón a Dmitry Piterman: es el comportamiento del barcelonista en el terreno de juego (y fuera) el que enciende a los aficionados. Y no parece que nadie de su entorno haga nada por pararle los pies. Y ya va siendo hora.