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Dalmacio Negro Pavón y Carlos Taibo enuncian, denuncian y proponen

Democracia capciosa (III)

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Resulta curioso advertir cómo si analizamos los puntos de vista acerca del modelo de democracia vigente hoy en el entorno occidental de un liberal (entendido este en el sentido más puro del término; sin nada que ver con lo que hoy se alude por doquier como “neoliberalismo” y que no es sino burdo servilismo político hacia unas altas finanzas puestas, a su vez, al servicio de determinados espurios intereses particulares a nivel global) como es el profesor Dalmacio Negro Pavón, y de un libertario (de palabra y obra) como por su parte es asimismo el profesor Carlos Taibo, podemos evidenciar que ambos coinciden en lo significativo del pronóstico así como en gran parte de las vías de solución apuntadas para corregir o reconstruir ciertos puntales del estado de las cosas imperante en el ámbito referido. Politólogos los dos, y profesores universitarios precedidos por el rigor de sus respectivos trabajos, es del todo interesante aproximarse a las reflexiones de uno y otro.


El profesor Taibo escribía: “Los anarquistas son […] muy realistas tanto en lo que hace a la valoración del orden existente como en lo que se refiere a la postulación de la necesidad ineludible de construir otro nuevo, para lo que se han perfilado programas precisos asentados en una combinación de acción colectiva y respeto de la autonomía personal” (1). Y el profesor Negro Pavón, por su parte, escribía: “Si la democracia es en verdad política, presupone la igualdad natural de todos ante la ley, el autogobierno de las entidades menores, la separación ‘en su origen’, radical, desde la raíz (no en el Estado o Gobierno), de los poderes legislativo y ejecutivo” (2). Ambos, observamos en las anteriores palabras, abogan (pese a que medien ciertos matices diferenciales no irrelevantes) por un autogobierno popular desde el reconocimiento de la igualdad de todos si bien siendo además respetada la autonomía personal de cada cual (plataforma desde donde edificar lo común).


Taibo habla también de farsa democrática, refiriéndose a un sistema que se habría legitimado de manera delusiva, dando cobijo a una serie de prácticas corruptas estructurales, producto de un campo de juego viciado desde el inicio (3), algo compartido por el profesor Negro Pavón cuando observa que el descrédito de la democracia “consiste, justamente, en la intuición de que facilita el reino de la oligarquía” (4).


Por tal motivo tampoco están nuestros teóricos a favor del modelo representativo a través de elecciones. Taibo escribe que no hay mejor manera que la elección cuando de controlar a las personas se trata; asimismo apunta que las elecciones implican una intolerable dejación de responsabilidades en manos de otros. También indica el habitual desconocimiento programático de los votantes (5). Negro Pavón escribe por su parte: “la representación es nula dado que se prohíbe el mandato imperativo, con lo que se sustrae a los representados la libertad de vigilar y controlar directa y particularmente a ‘sus’ representantes. Prevalecen en cambio los sistemas electorales proporcionales, la fórmula que conviene a las oligarquías y caldo de cultivo de la partidocracia: la ley de hierro operando sin tapujos” (6). Taibo apunta el hecho de que la democracia directa es una aspiración libertaria: “Esa defensa se asienta en un rechazo de la delegación y la representación, en la postulación de organizaciones sin coacciones ni liderazgos, y en el repudio de cualquier tipo de gobierno” (7), cosa que se relaciona con lo anotado por don Dalmacio: “La democracia se está reduciendo […] a la corrección política definida y sancionada por los gobiernos con el asentimiento activo o pasivo de los gobernados infantilizados por la propaganda masiva, la educación en manos de los políticos y las costumbres del estatismo” (8).


El Estado es otro elemento contra el que se postulan ambos profesores, al menos tal y como ha sido concebido y consolidado en los sistemas objeto de nuestra atención. Negro Pavón aseveraba que hoy los Estados son totalitarios toda vez que dotarían a los gobernantes de un poder tendente a crecer inexorablemente, con la consecuencia de que, al fin, el interés general es el interés del Estado, que coincidiría con el de los partidos (esto es: las oligarquías). El Estado legisla sin atenerse necesariamente a nada que no sea su propio interés, y lo hace porque ha sido capacitado para ello en detrimento incluso del interés general (9). Taibo parece no estar muy en desacuerdo cuando apuntaba lo siguiente: “La deriva autoritaria de la institución Estado, y su sumisión manifiesta a los intereses privados, cada vez más evidentes en los últimos tiempos, no hacen sino fortalecer el diagnóstico anarquista, sólo en apariencia puesto en jaque por los Estados de bienestar” (10).


Negro Pavón y Taibo abogan por el respeto a la libertad individual dentro de formas de organización política no coercitivas (sean dichas formas más o menos sutiles); desean democracias participativas en las que los ciudadanos que lo deseen colaboren y contribuyan a la edificación del común patrimonio político-social. E incluso parecen encontrarse en un común deseo de que la economía sea domada y puesta al servicio del ciudadano. Las prácticas desmelenadamente productivistas que no solo se solapan, sino que se superponen a lo político no son bien vistas por los dos politólogos (11), quienes ponen a nuestra disposición todo ese magnífico acervo intelectual que atesoran en un intento de contribuir a iluminar el difuso atolladero en que nos hallamos.


Ya tiempo ha, en un interesante artículo, Felipe Aguado Hernández se haría eco de ciertos puntos compartidos por libertarios y liberales clásicos que, a la sazón, serían los que pudieran compartir Taibo y Negro Pavón: “El ‘rechazo absoluto del estado’ en todas sus formas por los anarquistas […] podría interpretarse como paralelo a ciertas tesis liberales clásicas. Para los contractualistas, el individuo es anterior al estado; solo aceptan éste como mal menor: preservación de los derechos fundamentales del individuo. Por ello el estado debe desempeñar unas funciones limitadas, subsidiarias de la ‘sociedad civil’, en la que no debe injerirse, y estará siempre obligado a no lesionar o sustituir los derechos individuales” (12), y, por otra parte, el anarquismo renegaría del Estado “en base a las exigencias de la ‘realización en libertad del individuo’, lo que también podría provocar simpatías liberales, dada la firme defensa de sus partidarios de las tesis de igualdad y libertad de los individuos como núcleo de la sociedad civil y del estado” (13). Todo esto no obstante, Aguado Hernández no podía dejar de atraer los profundos desencuentros entre ambos puntos de vista, comenzando por el divergente sentido de entender la propiedad. En palabras de Malatesta quedaba muy clara, de manera global, la diferencia de presupuestos: “El liberalismo viene a ser teóricamente una especie de anarquía sin socialismo” (14), esto es, no igualitarista. En la propiedad estaría la clave. Ahora bien, asimismo hay puntos de vista anarquistas que no se identifican necesariamente con socialismo alguno, como el de Émile Armand, quien así concebía dicho ideal: “creemos que prácticamente puede considerarse como anarquista a todo el que después de una reflexión seria y consciente, rechaza toda coerción gubernamental, intelectual y económica, o sea toda dominación, cuyo corolario económico es la explotación del hombre por el hombre, del hombre por el medio o del medio por el hombre” (15).


En cualquier caso, lo que sí es cierto, es que aquí hemos traído dos fórmulas que, partiendo de muy diferentes parámetros, confluyen cuando reclaman vías de democracia directa como forma de combatir a las oligarquías que desde el Estado se imponen y malversan la esencia de lo político henchidas de falsaria legitimidad.


Notas

(1) Taibo, C. (2015): “Repensar la anarquía”, Madrid, Los libros de la catarata, p. 44.

(2) Negro Pavón, D. (2015): “La ley de hierro de la oligarquía”, Madrid, Encuentro, p. 93.

(3) Cfr. Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 50.

(4) Negro Pavón, D. (2015): “Op. cit.”, 51.

(5) Cfr. Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 51.

(6) Negro Pavón, D. (2015): “Op. cit.”, p. 95.

(7) Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 55.

(8) Negro Pavón, D. (2015): “Op. cit.”, p. 53.

(9) Cfr. en el coloquio de presentación de su libro “La ley de hierro de la oligarquía”: https://www.youtube.com/watch?v=agqoSRbn0M4&t=3s (recuperado el día 1-11-2018).

(10) Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 65.

(11) Toda vez que no se puede construir un modelo de convivencia humana sobre la base de una herramienta o mecanismo subsidiario de la existencia humana carente de moral como es la economía.

(12) Aguado Hernández, F. (1994): “Anarquismo y liberalismo”, “Isegoría”, nº 9, pp. 129-135, pp. 131-132.

(13) Ibid., p. 132.

(14) Ibid., p. 133.

(15) Armand, É. (2009): “El anarquismo individualista”, Logroño, Pepitas de Calabaza, p. 32.

Democracia capciosa (III)

Dalmacio Negro Pavón y Carlos Taibo enuncian, denuncian y proponen
Diego Vadillo López
viernes, 9 de noviembre de 2018, 00:25 h (CET)

Resulta curioso advertir cómo si analizamos los puntos de vista acerca del modelo de democracia vigente hoy en el entorno occidental de un liberal (entendido este en el sentido más puro del término; sin nada que ver con lo que hoy se alude por doquier como “neoliberalismo” y que no es sino burdo servilismo político hacia unas altas finanzas puestas, a su vez, al servicio de determinados espurios intereses particulares a nivel global) como es el profesor Dalmacio Negro Pavón, y de un libertario (de palabra y obra) como por su parte es asimismo el profesor Carlos Taibo, podemos evidenciar que ambos coinciden en lo significativo del pronóstico así como en gran parte de las vías de solución apuntadas para corregir o reconstruir ciertos puntales del estado de las cosas imperante en el ámbito referido. Politólogos los dos, y profesores universitarios precedidos por el rigor de sus respectivos trabajos, es del todo interesante aproximarse a las reflexiones de uno y otro.


El profesor Taibo escribía: “Los anarquistas son […] muy realistas tanto en lo que hace a la valoración del orden existente como en lo que se refiere a la postulación de la necesidad ineludible de construir otro nuevo, para lo que se han perfilado programas precisos asentados en una combinación de acción colectiva y respeto de la autonomía personal” (1). Y el profesor Negro Pavón, por su parte, escribía: “Si la democracia es en verdad política, presupone la igualdad natural de todos ante la ley, el autogobierno de las entidades menores, la separación ‘en su origen’, radical, desde la raíz (no en el Estado o Gobierno), de los poderes legislativo y ejecutivo” (2). Ambos, observamos en las anteriores palabras, abogan (pese a que medien ciertos matices diferenciales no irrelevantes) por un autogobierno popular desde el reconocimiento de la igualdad de todos si bien siendo además respetada la autonomía personal de cada cual (plataforma desde donde edificar lo común).


Taibo habla también de farsa democrática, refiriéndose a un sistema que se habría legitimado de manera delusiva, dando cobijo a una serie de prácticas corruptas estructurales, producto de un campo de juego viciado desde el inicio (3), algo compartido por el profesor Negro Pavón cuando observa que el descrédito de la democracia “consiste, justamente, en la intuición de que facilita el reino de la oligarquía” (4).


Por tal motivo tampoco están nuestros teóricos a favor del modelo representativo a través de elecciones. Taibo escribe que no hay mejor manera que la elección cuando de controlar a las personas se trata; asimismo apunta que las elecciones implican una intolerable dejación de responsabilidades en manos de otros. También indica el habitual desconocimiento programático de los votantes (5). Negro Pavón escribe por su parte: “la representación es nula dado que se prohíbe el mandato imperativo, con lo que se sustrae a los representados la libertad de vigilar y controlar directa y particularmente a ‘sus’ representantes. Prevalecen en cambio los sistemas electorales proporcionales, la fórmula que conviene a las oligarquías y caldo de cultivo de la partidocracia: la ley de hierro operando sin tapujos” (6). Taibo apunta el hecho de que la democracia directa es una aspiración libertaria: “Esa defensa se asienta en un rechazo de la delegación y la representación, en la postulación de organizaciones sin coacciones ni liderazgos, y en el repudio de cualquier tipo de gobierno” (7), cosa que se relaciona con lo anotado por don Dalmacio: “La democracia se está reduciendo […] a la corrección política definida y sancionada por los gobiernos con el asentimiento activo o pasivo de los gobernados infantilizados por la propaganda masiva, la educación en manos de los políticos y las costumbres del estatismo” (8).


El Estado es otro elemento contra el que se postulan ambos profesores, al menos tal y como ha sido concebido y consolidado en los sistemas objeto de nuestra atención. Negro Pavón aseveraba que hoy los Estados son totalitarios toda vez que dotarían a los gobernantes de un poder tendente a crecer inexorablemente, con la consecuencia de que, al fin, el interés general es el interés del Estado, que coincidiría con el de los partidos (esto es: las oligarquías). El Estado legisla sin atenerse necesariamente a nada que no sea su propio interés, y lo hace porque ha sido capacitado para ello en detrimento incluso del interés general (9). Taibo parece no estar muy en desacuerdo cuando apuntaba lo siguiente: “La deriva autoritaria de la institución Estado, y su sumisión manifiesta a los intereses privados, cada vez más evidentes en los últimos tiempos, no hacen sino fortalecer el diagnóstico anarquista, sólo en apariencia puesto en jaque por los Estados de bienestar” (10).


Negro Pavón y Taibo abogan por el respeto a la libertad individual dentro de formas de organización política no coercitivas (sean dichas formas más o menos sutiles); desean democracias participativas en las que los ciudadanos que lo deseen colaboren y contribuyan a la edificación del común patrimonio político-social. E incluso parecen encontrarse en un común deseo de que la economía sea domada y puesta al servicio del ciudadano. Las prácticas desmelenadamente productivistas que no solo se solapan, sino que se superponen a lo político no son bien vistas por los dos politólogos (11), quienes ponen a nuestra disposición todo ese magnífico acervo intelectual que atesoran en un intento de contribuir a iluminar el difuso atolladero en que nos hallamos.


Ya tiempo ha, en un interesante artículo, Felipe Aguado Hernández se haría eco de ciertos puntos compartidos por libertarios y liberales clásicos que, a la sazón, serían los que pudieran compartir Taibo y Negro Pavón: “El ‘rechazo absoluto del estado’ en todas sus formas por los anarquistas […] podría interpretarse como paralelo a ciertas tesis liberales clásicas. Para los contractualistas, el individuo es anterior al estado; solo aceptan éste como mal menor: preservación de los derechos fundamentales del individuo. Por ello el estado debe desempeñar unas funciones limitadas, subsidiarias de la ‘sociedad civil’, en la que no debe injerirse, y estará siempre obligado a no lesionar o sustituir los derechos individuales” (12), y, por otra parte, el anarquismo renegaría del Estado “en base a las exigencias de la ‘realización en libertad del individuo’, lo que también podría provocar simpatías liberales, dada la firme defensa de sus partidarios de las tesis de igualdad y libertad de los individuos como núcleo de la sociedad civil y del estado” (13). Todo esto no obstante, Aguado Hernández no podía dejar de atraer los profundos desencuentros entre ambos puntos de vista, comenzando por el divergente sentido de entender la propiedad. En palabras de Malatesta quedaba muy clara, de manera global, la diferencia de presupuestos: “El liberalismo viene a ser teóricamente una especie de anarquía sin socialismo” (14), esto es, no igualitarista. En la propiedad estaría la clave. Ahora bien, asimismo hay puntos de vista anarquistas que no se identifican necesariamente con socialismo alguno, como el de Émile Armand, quien así concebía dicho ideal: “creemos que prácticamente puede considerarse como anarquista a todo el que después de una reflexión seria y consciente, rechaza toda coerción gubernamental, intelectual y económica, o sea toda dominación, cuyo corolario económico es la explotación del hombre por el hombre, del hombre por el medio o del medio por el hombre” (15).


En cualquier caso, lo que sí es cierto, es que aquí hemos traído dos fórmulas que, partiendo de muy diferentes parámetros, confluyen cuando reclaman vías de democracia directa como forma de combatir a las oligarquías que desde el Estado se imponen y malversan la esencia de lo político henchidas de falsaria legitimidad.


Notas

(1) Taibo, C. (2015): “Repensar la anarquía”, Madrid, Los libros de la catarata, p. 44.

(2) Negro Pavón, D. (2015): “La ley de hierro de la oligarquía”, Madrid, Encuentro, p. 93.

(3) Cfr. Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 50.

(4) Negro Pavón, D. (2015): “Op. cit.”, 51.

(5) Cfr. Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 51.

(6) Negro Pavón, D. (2015): “Op. cit.”, p. 95.

(7) Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 55.

(8) Negro Pavón, D. (2015): “Op. cit.”, p. 53.

(9) Cfr. en el coloquio de presentación de su libro “La ley de hierro de la oligarquía”: https://www.youtube.com/watch?v=agqoSRbn0M4&t=3s (recuperado el día 1-11-2018).

(10) Taibo, C. (2015): “Op. cit.”, p. 65.

(11) Toda vez que no se puede construir un modelo de convivencia humana sobre la base de una herramienta o mecanismo subsidiario de la existencia humana carente de moral como es la economía.

(12) Aguado Hernández, F. (1994): “Anarquismo y liberalismo”, “Isegoría”, nº 9, pp. 129-135, pp. 131-132.

(13) Ibid., p. 132.

(14) Ibid., p. 133.

(15) Armand, É. (2009): “El anarquismo individualista”, Logroño, Pepitas de Calabaza, p. 32.

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