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¿Están las democracias cautivas de un interés supremo que busca subyugarnos?

Democracia capciosa (II)

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Si uno lee los libros de Daniel Estulin no puede menos que estremecerse toda vez que revela unos supuestos contubernios profundamente ambiciosos pergeñados por unas selectas elites, en un nivel supraestatal, las cuales encierran el propósito de subyugar a las masas poblacionales a sus intereses personales, debatiendo qué estratagemas articular para redirigir los acontecimientos hacia sus deseos. Bien es cierto que se puede pensar que tales afirmaciones, por otro lado muy bien documentadas, meramente pudieran ser teorías de la conspiración de cariz sensacionalista, pero no menos cierto es que la paulatina deriva del mundo desde la Segunda Guerra Mundial se ajusta bastante a lo que Estulin nos refiere.


Los Estados, primero, se superpusieron a las naciones para, posteriormente, ir delegando sus competencias en entidades mayores, como la Unión Europea, que se han ido, por su parte, desprendiendo de todo ropaje político para limitarse a quedar al servicio de la economía globalizada de mercado (¿libre?). Estulin apuntaba: “La intención que subyacía a todas y cada una de las reuniones de los Bilderberg era cómo crear una ‘aristocracia de propósito’ entre Europa y Estados Unidos y cómo llegar a un acuerdo en cuestiones políticas, económicas y estratégicas, todo ello para gobernar juntos el mundo” (1), y seguía: “uno de los principales objetivos del Club consistía en someter la soberanía de los países europeos libres al gobierno mundial único angloamericano controlado por los Bilderberg, usando la amenaza nuclear como ariete contra el resto del mundo que se mostraba reacio” (2). Además, los miembros de dicho selecto club, al controlar los bancos centrales, pueden controlar a su antojo el flujo de masa monetaria y con ello a las grandes empresas y, por supuesto, a los poderes políticos (3).



Estulin, asimismo, se refería a un interés por parte de los miembros de este Club por el sistema socialista fabiano, que aboga por el total control de la sociedad a un nivel global. No les interesaría un sistema liberal de libre competencia, sino otro cautivo de sus intereses bajo su dominio. Ese sería el modelo globalizador que anhelarían, por eso “la prosperidad y el progreso impiden ejercer una represión, y si se tiene la intención de dividir la sociedad en gobernantes y siervos, es necesaria la represión. El fin de la prosperidad acabará con la producción de energía eléctrica nuclear y con toda la industrialización (excepto los sectores informático y de servicios)” (4). Y el caso, como también apuntaba Estulin, es que percibimos algo raro en el ambiente, una putrefacción institucional, una merma en el bienestar, si bien al sernos endilgado todo de manera tácita es menos palmaria la evidencia: “el votante medio no es tonto, se da cuenta de que hay algo que no cuadra. Las encuestas políticas reflejan que ha aumentado la percepción de que el Gobierno no cambia nada, se vote a quien se vote. Esta observación generalizada ha motivado un incremento de las abstenciones en las elecciones y ha generado un inquieto cinismo entre los ciudadanos” (5).


Estulin también se refiere a un supuesto apoyo por parte de Rockefeller a la Revolución rusa del 17, toda vez que si esta hubiera fracasado, Estados Unidos se habría encontrado con un rival económico y comercial muy poderoso, pues el panorama goestratégico hubiera sido muy otro, en cambio al quedar destruida Rusia tras el asalto de los bolcheviques al poder (merced al golpe de Estado articulado por Trotsky), al menos en lo que se refiere a la posibilidad de explotación de sus recursos industriales, eso dio ventaja a la otra superpotencia: “el detallado documento de Antony Sutton, ‘Wall Street and the Bolshevik Revolution’, explica que John D. Rockefeller y los supercapitalistas estadounidenses financiaron la Revolución bolchevique en Rusia”, y continuaba Estulin: “ha existido una alianza continua, aunque oculta, entre los capitalistas políticos internacionales en beneficio mutuo” (6). De hecho, en la década de los 20 fueron muchos los acuerdos entre la URSS y las empresas petroleras de J. P. Morgan y Rockefeller: “En 1926, la Vacuum Oil Company, propiedad de Rockefeller, cerró un acuerdo con el sindicato Naptha soviético para vender petróleo soviético en los países europeos a través del Chase National Bank (también propiedad de Rockefeller)” (7).


Jorge Verstrynge, allá por 1992 publicó un libro, “El sueño eurosiberiano”, en el que apuntaba muchos de los inconvenientes de las injerencias estadounidenses en Europa. Dicho libro, oscilaba entre un hondo componente desiderativo y una bien planteada tesis, no quedando el conjunto exento de rigor toda vez que los argumentos no carecían de pertinencia y solidez. Comenzaba Verstrynge haciéndose la siguiente pregunta: “¿qué pasará con nuestras relaciones con USA el día que nos percatemos de que a Moscú, y hasta a Vladivostock, se puede ir a pie, sin Océano por medio; y no así a Los Ángeles o a Washington?” (8).


Trataba Verstrynge de la necesidad de guerras y de un mercado de libre cambio para que el sistema capitalista se mueva a placer, siendo así como los USA, fagocitando a su metrópoli, tomó el relevo de Europa al frente de la economía mundial estableciendo mediante una potente infraestructura político-militar un orden en el que imponer su hegemonía (9).


E incluía un interesante párrafo Verstrynge en el que Kissinger (miembro con gran peso, parece ser, en el Club Bildelberg) enunciaba un propósito del todo acorde con las tesis de Estulin: “avisó ya, en 1974, Henry Kissinger que ‘USA no tiene una objeción a una política europea independiente, pero la tendrá si esa independencia tomase forma de una hostilidad fundamental (?) hacia USA, y si en una crisis que sólo pudiera ser resuelta mediante la cooperación, los europeos adoptasen deliberadamente una actitud de competición” (10). Verstrynge se mostraba contrariado ante la evidencia de los propósitos implícitos en la anterior aseveración, apostando por un acercamiento de la Europa occidental a la “ex-URSS” en aras de impedir que nuestro continente quedase reducido a lo que el definía como una “‘Potencia Regional’, es decir, de segundo orden o ‘Portorriqueñismo de primera’” (11). Y, como no podía ser de otro modo, también atraía el profesor Verstrynge, sin aludirla directamente, la Teoría del Corazón Continental, que formulara Mackinder: “aunque exista una vieja ley geopolítica según la cual ‘la dominadora de los mares no soporta la presencia en la ribera opuesta de una potencia independiente de ella’, y lo cierto que, con OTAN o sin OTAN, los norteamericanos se tendrán que acomodar, tarde o temprano, con la situación de una Europa independiente” (12). Aquí entra algo del tono desiderativo al que antes aludía, máxime a tenor de cómo transcurren hoy los acontecimientos. Pero lo que es cierto es que la explicación geopolítica del mundial devenir conecta bastante bien con los propósitos que se le atribuyen al Club Bildelberg así como a otras organizaciones semejantes, y no solo desde los libros y comparecencias de Estulin.


En un sentido politológico, atendiendo a la teoría del Estado, no son desdeñables las palabras del profesor Dalmacio Negro Pavón cuando alude a los Estados como aparatos técnicos que como tales no son ni buenos ni malos, pero que han sido usados espuriamente para intentar cambiar la naturaleza humana, ya que al depender muchos de ellos (la mayoría) de los gobernantes, estos cuentan con una serie de estructuras en la que apoyarse para tales propósitos. El profesor Negro Pavón apuntaba asimismo que el Estado “es un producto histórico, algo artificial que se superpone a la auténtica forma histórico-política europea: la nación” y añadía que dichos Estados han arrasado las naciones, sustituyéndolas por la opinión pública condicionada, toda vez que se habrían apoderado de la cultura. Y continuaba aseverando que se está destruyendo la historia universal, subsumiéndola en un Estado mundial que, cometiendo un craso error a su entender, está abogando por sustituir la política por la economía en lo que sería un orden amoral sobre el que no se puede edificar nada (12). ¿Será tal cosa la que se pretenda desde las bambalinas del poder mundial?


Notas

(1) Estulin, D. (2016): “La historia definitiva del Club Bilderberg”, Barcelona, Booket, pp. 80-81.

(2) Ibid., p. 81.

(3) Cfr., p. 83.

(4) Ibid., p. 108.

(5) Ibid., p. 159.

(6) Ibid., p. 284.

(7) Ibid., p. 295.

(8) Verstrynge, J. (1992): “El sueño eurosiberiano”, Madrid, Editorial Complutense, p. 17.

(9) Cfr. Ibid., p. 28.

(10) Ibid., pp. 43-44.

(11) Ibid., p. 73.

(12) Las afirmaciones anotadas atribuidas al profesor Negro Pavón han sido extraídas del coloquio de presentación de su libro “La ley de hierro de la oligarquía” (Encuentro, 2015), cfr. en: https://www.youtube.com/watch?v=agqoSRbn0M4&t=3s (recuperado el día 1-11-2018).

Democracia capciosa (II)

¿Están las democracias cautivas de un interés supremo que busca subyugarnos?
Diego Vadillo López
viernes, 2 de noviembre de 2018, 00:01 h (CET)

Si uno lee los libros de Daniel Estulin no puede menos que estremecerse toda vez que revela unos supuestos contubernios profundamente ambiciosos pergeñados por unas selectas elites, en un nivel supraestatal, las cuales encierran el propósito de subyugar a las masas poblacionales a sus intereses personales, debatiendo qué estratagemas articular para redirigir los acontecimientos hacia sus deseos. Bien es cierto que se puede pensar que tales afirmaciones, por otro lado muy bien documentadas, meramente pudieran ser teorías de la conspiración de cariz sensacionalista, pero no menos cierto es que la paulatina deriva del mundo desde la Segunda Guerra Mundial se ajusta bastante a lo que Estulin nos refiere.


Los Estados, primero, se superpusieron a las naciones para, posteriormente, ir delegando sus competencias en entidades mayores, como la Unión Europea, que se han ido, por su parte, desprendiendo de todo ropaje político para limitarse a quedar al servicio de la economía globalizada de mercado (¿libre?). Estulin apuntaba: “La intención que subyacía a todas y cada una de las reuniones de los Bilderberg era cómo crear una ‘aristocracia de propósito’ entre Europa y Estados Unidos y cómo llegar a un acuerdo en cuestiones políticas, económicas y estratégicas, todo ello para gobernar juntos el mundo” (1), y seguía: “uno de los principales objetivos del Club consistía en someter la soberanía de los países europeos libres al gobierno mundial único angloamericano controlado por los Bilderberg, usando la amenaza nuclear como ariete contra el resto del mundo que se mostraba reacio” (2). Además, los miembros de dicho selecto club, al controlar los bancos centrales, pueden controlar a su antojo el flujo de masa monetaria y con ello a las grandes empresas y, por supuesto, a los poderes políticos (3).



Estulin, asimismo, se refería a un interés por parte de los miembros de este Club por el sistema socialista fabiano, que aboga por el total control de la sociedad a un nivel global. No les interesaría un sistema liberal de libre competencia, sino otro cautivo de sus intereses bajo su dominio. Ese sería el modelo globalizador que anhelarían, por eso “la prosperidad y el progreso impiden ejercer una represión, y si se tiene la intención de dividir la sociedad en gobernantes y siervos, es necesaria la represión. El fin de la prosperidad acabará con la producción de energía eléctrica nuclear y con toda la industrialización (excepto los sectores informático y de servicios)” (4). Y el caso, como también apuntaba Estulin, es que percibimos algo raro en el ambiente, una putrefacción institucional, una merma en el bienestar, si bien al sernos endilgado todo de manera tácita es menos palmaria la evidencia: “el votante medio no es tonto, se da cuenta de que hay algo que no cuadra. Las encuestas políticas reflejan que ha aumentado la percepción de que el Gobierno no cambia nada, se vote a quien se vote. Esta observación generalizada ha motivado un incremento de las abstenciones en las elecciones y ha generado un inquieto cinismo entre los ciudadanos” (5).


Estulin también se refiere a un supuesto apoyo por parte de Rockefeller a la Revolución rusa del 17, toda vez que si esta hubiera fracasado, Estados Unidos se habría encontrado con un rival económico y comercial muy poderoso, pues el panorama goestratégico hubiera sido muy otro, en cambio al quedar destruida Rusia tras el asalto de los bolcheviques al poder (merced al golpe de Estado articulado por Trotsky), al menos en lo que se refiere a la posibilidad de explotación de sus recursos industriales, eso dio ventaja a la otra superpotencia: “el detallado documento de Antony Sutton, ‘Wall Street and the Bolshevik Revolution’, explica que John D. Rockefeller y los supercapitalistas estadounidenses financiaron la Revolución bolchevique en Rusia”, y continuaba Estulin: “ha existido una alianza continua, aunque oculta, entre los capitalistas políticos internacionales en beneficio mutuo” (6). De hecho, en la década de los 20 fueron muchos los acuerdos entre la URSS y las empresas petroleras de J. P. Morgan y Rockefeller: “En 1926, la Vacuum Oil Company, propiedad de Rockefeller, cerró un acuerdo con el sindicato Naptha soviético para vender petróleo soviético en los países europeos a través del Chase National Bank (también propiedad de Rockefeller)” (7).


Jorge Verstrynge, allá por 1992 publicó un libro, “El sueño eurosiberiano”, en el que apuntaba muchos de los inconvenientes de las injerencias estadounidenses en Europa. Dicho libro, oscilaba entre un hondo componente desiderativo y una bien planteada tesis, no quedando el conjunto exento de rigor toda vez que los argumentos no carecían de pertinencia y solidez. Comenzaba Verstrynge haciéndose la siguiente pregunta: “¿qué pasará con nuestras relaciones con USA el día que nos percatemos de que a Moscú, y hasta a Vladivostock, se puede ir a pie, sin Océano por medio; y no así a Los Ángeles o a Washington?” (8).


Trataba Verstrynge de la necesidad de guerras y de un mercado de libre cambio para que el sistema capitalista se mueva a placer, siendo así como los USA, fagocitando a su metrópoli, tomó el relevo de Europa al frente de la economía mundial estableciendo mediante una potente infraestructura político-militar un orden en el que imponer su hegemonía (9).


E incluía un interesante párrafo Verstrynge en el que Kissinger (miembro con gran peso, parece ser, en el Club Bildelberg) enunciaba un propósito del todo acorde con las tesis de Estulin: “avisó ya, en 1974, Henry Kissinger que ‘USA no tiene una objeción a una política europea independiente, pero la tendrá si esa independencia tomase forma de una hostilidad fundamental (?) hacia USA, y si en una crisis que sólo pudiera ser resuelta mediante la cooperación, los europeos adoptasen deliberadamente una actitud de competición” (10). Verstrynge se mostraba contrariado ante la evidencia de los propósitos implícitos en la anterior aseveración, apostando por un acercamiento de la Europa occidental a la “ex-URSS” en aras de impedir que nuestro continente quedase reducido a lo que el definía como una “‘Potencia Regional’, es decir, de segundo orden o ‘Portorriqueñismo de primera’” (11). Y, como no podía ser de otro modo, también atraía el profesor Verstrynge, sin aludirla directamente, la Teoría del Corazón Continental, que formulara Mackinder: “aunque exista una vieja ley geopolítica según la cual ‘la dominadora de los mares no soporta la presencia en la ribera opuesta de una potencia independiente de ella’, y lo cierto que, con OTAN o sin OTAN, los norteamericanos se tendrán que acomodar, tarde o temprano, con la situación de una Europa independiente” (12). Aquí entra algo del tono desiderativo al que antes aludía, máxime a tenor de cómo transcurren hoy los acontecimientos. Pero lo que es cierto es que la explicación geopolítica del mundial devenir conecta bastante bien con los propósitos que se le atribuyen al Club Bildelberg así como a otras organizaciones semejantes, y no solo desde los libros y comparecencias de Estulin.


En un sentido politológico, atendiendo a la teoría del Estado, no son desdeñables las palabras del profesor Dalmacio Negro Pavón cuando alude a los Estados como aparatos técnicos que como tales no son ni buenos ni malos, pero que han sido usados espuriamente para intentar cambiar la naturaleza humana, ya que al depender muchos de ellos (la mayoría) de los gobernantes, estos cuentan con una serie de estructuras en la que apoyarse para tales propósitos. El profesor Negro Pavón apuntaba asimismo que el Estado “es un producto histórico, algo artificial que se superpone a la auténtica forma histórico-política europea: la nación” y añadía que dichos Estados han arrasado las naciones, sustituyéndolas por la opinión pública condicionada, toda vez que se habrían apoderado de la cultura. Y continuaba aseverando que se está destruyendo la historia universal, subsumiéndola en un Estado mundial que, cometiendo un craso error a su entender, está abogando por sustituir la política por la economía en lo que sería un orden amoral sobre el que no se puede edificar nada (12). ¿Será tal cosa la que se pretenda desde las bambalinas del poder mundial?


Notas

(1) Estulin, D. (2016): “La historia definitiva del Club Bilderberg”, Barcelona, Booket, pp. 80-81.

(2) Ibid., p. 81.

(3) Cfr., p. 83.

(4) Ibid., p. 108.

(5) Ibid., p. 159.

(6) Ibid., p. 284.

(7) Ibid., p. 295.

(8) Verstrynge, J. (1992): “El sueño eurosiberiano”, Madrid, Editorial Complutense, p. 17.

(9) Cfr. Ibid., p. 28.

(10) Ibid., pp. 43-44.

(11) Ibid., p. 73.

(12) Las afirmaciones anotadas atribuidas al profesor Negro Pavón han sido extraídas del coloquio de presentación de su libro “La ley de hierro de la oligarquía” (Encuentro, 2015), cfr. en: https://www.youtube.com/watch?v=agqoSRbn0M4&t=3s (recuperado el día 1-11-2018).

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