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Convivencia, tolerancia, compromiso y esperanza,

40 años no son nada

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Nuestra constitución está de cumpleaños, 40 primaveras han pasado desde que aquel 6 de Diciembre el pueblo español ratificara en referéndum nuestra Carta Magna, una herramienta que se ha mostrado fundamental para el desarrollo de un país como el nuestro en los que los retos y desafíos enfrentados no han sido óbices para hacer posible que vivamos en un territorio en el que la convivencia ha demostrado ser la clave del progreso y la conquista del estado de bienestar compartido. Convivencia y tolerancia, palabras estás que unidas al concepto de la suma desde la diferencia en pos del interés general fraguaron los grandes procesos de construcción de un país, hoy referencia en muchas partes del mundo por su sistema de pensiones, de educación o sanidad pública entre otros éxitos logrados desde el trabajo compartido.


Y todo ello, gracias a una ciudadanía que desde la responsabilidad y el compromiso entendió que era fundamental hacer de la participación pública o privada elementos de construcción de un país que necesitaba allá por el año 1978 y en el posfranquismo dejar atrás los fantasmas de la dictadura que aún asomaban por las ventanas afrontando el reto de la convergencia con una Europa que se veía lejana. Máxime cuando las tasas de analfabetismo, las diferencias territoriales en materia de progreso o las desigualdades sociales eran parte de esa realidad a enfrentar por quienes en esa época se remangaban para con esperanza empezar a construir su futuro y el de sus hijos e hijas, siendo la Constitución la argamasa fundamental sobre la que erigir esa nueva España plural, libre, igual y digna de un mejor tiempo.


Convivencia, tolerancia, compromiso y esperanza, palabras cargadas de significado que hicieron posible que con nuestras luces y sombras España haya cambiado, que hayamos sido capaces de superar retos complejos y construir un país mejor que el que entonces teníamos. Aún cuando el carácter crítico de la españolidad piense que tiempos pasados fueron mejores o que el trabajo desarrollado tal vez no sea de tamaña virtud al que los libros de historia han asignado. Aunque la realidad sea diametralmente la contraria y la realidad es que el trabajo hercúleo de esa generación que se hecho a sus espaldas España para transformarla sea algo no cuestionable.


Así, cuarenta años después, nuestra Constitución sigue siendo un elemento de cohesión y de compromiso, una norma suprema que como faro sirve a la generación de las garantías necesarias para el progreso de un país que de nuevo se enfrenta a desafíos, a retos que nos enfrentan a la antítesis de las palabras que construyeron la España del siglo XXI.

Hoy, los fantasmas que pululan por las calles y plazas de nuestro país, son los de la falta de convivencia de quienes juegan a la guerra de banderas y de la exclusión, de la intolerancia de partidos que en la radicalidad enfrentan ideas populistas que sólo sirven para el frentismo entre los que se consideran buenos y malos, de escaso compromiso en una sociedad en s que el fútbol moviliza más que la lucha contra los derechos laborales o la construcción de proyectos de progreso para un país necesitado más que nunca del activismo social y la de la vana esperanza de muchos que halagüeños sólo pintas bastos sobre el futuro de un país grande , tan grande que como es capaz de lograr retos impensables desde la suma de las voluntades cuando llega el momento.


En definitiva, cuarenta años no son nada si somos capaces de volver a retomar la senda que nos llevó hasta aquí, la del interés general, la de la renuncia a las diferencias para buscar la suma, la de la visión de estado, el compromiso activo y reactivo de la sociedad en sus diferentes ámbitos de actuación, el de la puesta en valor del tejido empresarial y emprendedor como engranaje fundamental de progreso de un país o la necesaria idea de que la diferencia plural de nuestro país es la que nos hace únicos. Ese es el camino de una España que quiera seguir construyendo un país único.

40 años no son nada

Convivencia, tolerancia, compromiso y esperanza,
Josu Gómez Barrutia
domingo, 28 de octubre de 2018, 11:00 h (CET)

Nuestra constitución está de cumpleaños, 40 primaveras han pasado desde que aquel 6 de Diciembre el pueblo español ratificara en referéndum nuestra Carta Magna, una herramienta que se ha mostrado fundamental para el desarrollo de un país como el nuestro en los que los retos y desafíos enfrentados no han sido óbices para hacer posible que vivamos en un territorio en el que la convivencia ha demostrado ser la clave del progreso y la conquista del estado de bienestar compartido. Convivencia y tolerancia, palabras estás que unidas al concepto de la suma desde la diferencia en pos del interés general fraguaron los grandes procesos de construcción de un país, hoy referencia en muchas partes del mundo por su sistema de pensiones, de educación o sanidad pública entre otros éxitos logrados desde el trabajo compartido.


Y todo ello, gracias a una ciudadanía que desde la responsabilidad y el compromiso entendió que era fundamental hacer de la participación pública o privada elementos de construcción de un país que necesitaba allá por el año 1978 y en el posfranquismo dejar atrás los fantasmas de la dictadura que aún asomaban por las ventanas afrontando el reto de la convergencia con una Europa que se veía lejana. Máxime cuando las tasas de analfabetismo, las diferencias territoriales en materia de progreso o las desigualdades sociales eran parte de esa realidad a enfrentar por quienes en esa época se remangaban para con esperanza empezar a construir su futuro y el de sus hijos e hijas, siendo la Constitución la argamasa fundamental sobre la que erigir esa nueva España plural, libre, igual y digna de un mejor tiempo.


Convivencia, tolerancia, compromiso y esperanza, palabras cargadas de significado que hicieron posible que con nuestras luces y sombras España haya cambiado, que hayamos sido capaces de superar retos complejos y construir un país mejor que el que entonces teníamos. Aún cuando el carácter crítico de la españolidad piense que tiempos pasados fueron mejores o que el trabajo desarrollado tal vez no sea de tamaña virtud al que los libros de historia han asignado. Aunque la realidad sea diametralmente la contraria y la realidad es que el trabajo hercúleo de esa generación que se hecho a sus espaldas España para transformarla sea algo no cuestionable.


Así, cuarenta años después, nuestra Constitución sigue siendo un elemento de cohesión y de compromiso, una norma suprema que como faro sirve a la generación de las garantías necesarias para el progreso de un país que de nuevo se enfrenta a desafíos, a retos que nos enfrentan a la antítesis de las palabras que construyeron la España del siglo XXI.

Hoy, los fantasmas que pululan por las calles y plazas de nuestro país, son los de la falta de convivencia de quienes juegan a la guerra de banderas y de la exclusión, de la intolerancia de partidos que en la radicalidad enfrentan ideas populistas que sólo sirven para el frentismo entre los que se consideran buenos y malos, de escaso compromiso en una sociedad en s que el fútbol moviliza más que la lucha contra los derechos laborales o la construcción de proyectos de progreso para un país necesitado más que nunca del activismo social y la de la vana esperanza de muchos que halagüeños sólo pintas bastos sobre el futuro de un país grande , tan grande que como es capaz de lograr retos impensables desde la suma de las voluntades cuando llega el momento.


En definitiva, cuarenta años no son nada si somos capaces de volver a retomar la senda que nos llevó hasta aquí, la del interés general, la de la renuncia a las diferencias para buscar la suma, la de la visión de estado, el compromiso activo y reactivo de la sociedad en sus diferentes ámbitos de actuación, el de la puesta en valor del tejido empresarial y emprendedor como engranaje fundamental de progreso de un país o la necesaria idea de que la diferencia plural de nuestro país es la que nos hace únicos. Ese es el camino de una España que quiera seguir construyendo un país único.

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