A pesar de todas las zancadillas propinadas por parte de sus organizadores, la Copa del Rey sigue deleitándonos, cuando no con goles sí al menos con grandes dosis de emoción. Ambas cosas pudieron verse en la ida de las respectivas semifinales.
Los goles los vimos en Zaragoza. Siete, para más señas, repartidos tan desigualmente entre maños y madridistas que dejan a los blanquillos con casi los dos pies en la final, si bien queda el partido del próximo martes, que será un mero trámite salvo mayúscula sorpresa.
El otro partido no fue tan espectacular, pero mantuvo la emoción hasta el final. El Espanyol supo sobreponerse al gol de Rubén Castro y, ayudado por la mala cabeza de Coloccini, consiguió afrontar el partido de vuelta con ventaja en la eliminatoria, aunque un sólo gol deportivista les dejaría fuera de la gran final.
Curiosamente, esta última semifinal carece de fecha definida, algo inaudito no ya en la Copa del Rey sino en cualquier competición medianamente seria. La chapuza de calendario aprobada por los clubes trae esta consecuencia. Y es que la Copa tiene al enemigo en casa, pero a pesar de todo los locos del fútbol la seguimos queriendo.