En estos aciagos días para los medios de comunicación, presa de un amarillismo que raya lo atroz, de una dependencia política que pretenden encubrir todos los días (no todos los medios) y de una falta de ética tan constante como aburrida, el guapo Clooney llega a los cines delante y detrás de la cámara para contar el homérico combate fraguado entre un presentador de la CBS (Edward Murrow, interpretado por un David Strathairn magistral) y el maquiavélico senador Joseph McCarthy en el contexto de la particular caza de brujas llevada a cabo por este último hace medio siglo.
Buenas noches, y buena suerte ni es una película redonda ni es una película pretenciosa, pero su fotografía -en un blanco y negro mortecino-, la velocidad y la exactitud del diálogo y la inmediatez de su puesta en escena la convierten en una película más que saludable necesaria, y más que necesaria completa (escasa hora y media de metraje, sí, pero salimos con los ojos hinchados por el escaso parpadeo permitido).
Lo que echamos en falta es una mayor concreción en los personajes (sobre todo la descalabrada pareja formada por Robert Downey Jr. y Patricia Clarkson), pero, como decíamos, ni roza la perfección ni tampoco pretende ser el último grito en películas sobre el tema. Lo que tiene de bueno, además de los factores técnicos aludidos más arriba, es el atractivo del conflicto mediático en el que está inmerso, un mundo de luces y sombras en el que se encuentra una casta de héroes de los que ya no quedan, acuciados por presiones de las multinacionales que les mantienen en antena, a su vez acuciadas por unos políticos manipuladores, acuciados estos por la decisión mayoritaria de una ciudadanía contaminada por unos y otras (más hoy que hace cincuenta años).
Y así es como George Clooney, el hombre más atractivo del mundo para una parte nada minoritaria de las mujeres occidentales de cualquier lugar, edad y profesión, se ha metido en esto de dirigir películas -su ópera prima apuntaba pero nada más- por la puerta de los Oscar, la más alta (dicen algunos insensatos) de cuantas un cineasta puede cruzar.