Vuelvo a centrar mi columna en un protagonista del Valencia Club de Fútbol, en este caso en su entrenador, Quique Sánchez Flores, que ha estado en el ojo del huracán a lo largo de esta curiosa eliminatoria de Copa entre chés y deportivistas.
En su primera experiencia en Primera División al frente del Getafe, el sobrino de Lola Flores encajaba en un perfil elegante, tanto en su propuesta futbolística como en sus declaraciones ante los medios de comunicación. Exagerando un poco, parecía que estábamos frente a un nuevo Valdano.
En la capital del sur de Madrid las cosas le fueron francamente bien y, como premio a su excelente labor allí, fue fichado por el Valencia, club en el que desarrolló la parte más conocida de su carrera como futbolista que también incluyó estancias en el Real Madrid y el Real Zaragoza.
Pero la presión de estar en un club grande que exige resultados arbitrales y el victimismo arbitral habitual en la ciudad del Turia desde hace algunas temporadas están sacando a la luz la otra cara de Quique: el calentador de partidos y el recusador de árbitros. Es decir, justo lo contrario de lo que hacía en Getafe.
Y es que en vísperas del partido del monedazo, el preparador valencianista dijo que esperaba un ambiente fuerte por parte del público y un partido áspero y bronco (ya comenté a dónde nos llevó esto). Ahora, además, se añaden unas declaraciones en la que pide que Iturralde y Megía no sean designados para pitar al Valencia. Es decir, pretende que vuelvan al fútbol español las afortunadamente eliminadas recusaciones de árbitros.
En suma, aquí tenemos un ejemplo de cómo un entrenador de Primera División con un comportamiento ejemplar hasta el momento pasa al más puro forofismo en el mejor estilo Joan Gaspart. ¿Qué tendrá Valencia para provocar estas transformaciones?