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Mientras Europa habla de la Inmigración como un problema, el prodigioso Reino de Marruecos la considera una solución

Prodigioso Reino de Marruecos

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Un fantasma recorre Europa, el problema de la inmigración de africanos. ¿Un problema?, se preguntan hoy las autoridades de Marruecos en clave de burla, pude constatar el última fin de Semana en Oujda, donde se debatió la valorización del capital inmaterial.


La inmigración de europeos, siglos atrás, fue un terrible problema para los pueblos originarios de América, sin duda. También lo fue para los nativos sioux que habían firmado un pacto con “el Gran Jefe de Washington” a principios del siglo XIX, ignorado después por las caras pálidas abajo firmantes, al descubrirse oro en las colinas negras de Dakota.

Por la misma época la Sociedad Americana de Inmigración decidió que los afroamericanos, que no habían decidido su destino cuando migraron de su continente a Norteamérica para servir como esclavos, deberían regresar a su continente de origen y Liberia fue dibujada en el mapa. Hace apenas semanas, mientras monumentos confederados caían de su pedestal en el sur de Estados Unidos, un supremacista blanco se lamentó de que Lincoln no haya devuelto todos los negros al África tras abolir la esclavitud.


Domingo Faustino Sarmiento, segregacionista y partidario de la limpieza étnica, condenó a los nativos de su país a la solución final de la hora, cuando pidió a su amigo y correligionario Bartolomé Mitre no ahorrar sangre de gauchos. Se trataba de los mismos impulsores de una masiva inmigración europea para poblar la tierra abonada por los metizos.

La omnipresente xenofobia en la “buena conciencia” colectiva, apenas a catorce kilómetros al norte de Marruecos, hoy sirve pretextos en bandeja a los líderes políticos incompetentes que agitan al fantasma que no es.


El Reino de Marruecos lo ha expresado con claridad, ante exponentes de países africanos, europeos y americanos, el fin de semana pasado en Oujda. Marruecos considera al enfoque histérico de algunos europeos cuando hablan de la inmigración como una promesa de infierno para todos, una mera exageración.


Las autoridades del Reino ilustraron sobre sus políticas al respecto, que hacen honor a la tradición del país. Sus mecanismos inclusivos abarcan programas de capacitación laboral a los que incluso acceden subsaharianos indocumentados. Quedó claro que la inmigración no es considerada problema en un país cuyo acervo cultural, justamente, fue erigido con aporte de judíos y herejes que huían de las guerras que inventaban los monarcas europeos, para combatir a demonios que como vampiros, no se dejaban ver en los espejos.


Hoy, como en aquel tiempo, la pobreza derivada de un comercio injusto manejado por los países ricos, a la que se suma una guerra en Siria que es responsabilidad de los mismos culpables, no causa remordimiento a los supremacistas y segregacionistas que consideran la inmigración como un “flujo” que pueden detener como se cierra una llave de agua, al decir de Prévost Gérard.


Para el Rey Mohammed VI de Marruecos, aislarse del mundo es la peor maldición que puede sucederle a un país, y sobre todo a una comarca que considera que sus dueños son todos los que deseen habitarlo.


Cuentan que el abuelo del actual Rey, Mohammed V, había rechazado durante la Segunda Guerra Mundial el antisemitismo de los colaboracionistas franceses que a ejemplo de sus mentores nazis, pretendieron en su momento reeditar en Marruecos el horroroso salvajismo de Auschwitz o Dachau. Con un gesto elocuente, invitó a los civilizados ocupantes venidos de la orilla norte del mare nostrum, a tatuarle primero a él los brazos con los números que asignaban a los prisioneros judíos, si pensaban hacer algo semejante con sus súbditos.


Hoy todo parece indicar que una vez más, el prodigioso Reino de Marruecos tiene la fórmula para derrotar a los segregacionistas, y sin muros divisorios, campos de concentración ni fronteras intangibles impuestas por el colonialismo.

Sin hacerse eco de aquellos que hablan de captar inversionistas ficticios que desaparecen en agujeros negros de antimateria, ni ayuda impalpable.


Simplemente revalorizando su más preciado tesoro inmaterial, y confirmando que las tradiciones positivas, ilusiones de eternidad, sólo sobreviven cuando son capaces de reinventarse a sí mismas. 

Prodigioso Reino de Marruecos

Mientras Europa habla de la Inmigración como un problema, el prodigioso Reino de Marruecos la considera una solución
Luis Agüero Wagner
miércoles, 3 de octubre de 2018, 09:06 h (CET)

Un fantasma recorre Europa, el problema de la inmigración de africanos. ¿Un problema?, se preguntan hoy las autoridades de Marruecos en clave de burla, pude constatar el última fin de Semana en Oujda, donde se debatió la valorización del capital inmaterial.


La inmigración de europeos, siglos atrás, fue un terrible problema para los pueblos originarios de América, sin duda. También lo fue para los nativos sioux que habían firmado un pacto con “el Gran Jefe de Washington” a principios del siglo XIX, ignorado después por las caras pálidas abajo firmantes, al descubrirse oro en las colinas negras de Dakota.

Por la misma época la Sociedad Americana de Inmigración decidió que los afroamericanos, que no habían decidido su destino cuando migraron de su continente a Norteamérica para servir como esclavos, deberían regresar a su continente de origen y Liberia fue dibujada en el mapa. Hace apenas semanas, mientras monumentos confederados caían de su pedestal en el sur de Estados Unidos, un supremacista blanco se lamentó de que Lincoln no haya devuelto todos los negros al África tras abolir la esclavitud.


Domingo Faustino Sarmiento, segregacionista y partidario de la limpieza étnica, condenó a los nativos de su país a la solución final de la hora, cuando pidió a su amigo y correligionario Bartolomé Mitre no ahorrar sangre de gauchos. Se trataba de los mismos impulsores de una masiva inmigración europea para poblar la tierra abonada por los metizos.

La omnipresente xenofobia en la “buena conciencia” colectiva, apenas a catorce kilómetros al norte de Marruecos, hoy sirve pretextos en bandeja a los líderes políticos incompetentes que agitan al fantasma que no es.


El Reino de Marruecos lo ha expresado con claridad, ante exponentes de países africanos, europeos y americanos, el fin de semana pasado en Oujda. Marruecos considera al enfoque histérico de algunos europeos cuando hablan de la inmigración como una promesa de infierno para todos, una mera exageración.


Las autoridades del Reino ilustraron sobre sus políticas al respecto, que hacen honor a la tradición del país. Sus mecanismos inclusivos abarcan programas de capacitación laboral a los que incluso acceden subsaharianos indocumentados. Quedó claro que la inmigración no es considerada problema en un país cuyo acervo cultural, justamente, fue erigido con aporte de judíos y herejes que huían de las guerras que inventaban los monarcas europeos, para combatir a demonios que como vampiros, no se dejaban ver en los espejos.


Hoy, como en aquel tiempo, la pobreza derivada de un comercio injusto manejado por los países ricos, a la que se suma una guerra en Siria que es responsabilidad de los mismos culpables, no causa remordimiento a los supremacistas y segregacionistas que consideran la inmigración como un “flujo” que pueden detener como se cierra una llave de agua, al decir de Prévost Gérard.


Para el Rey Mohammed VI de Marruecos, aislarse del mundo es la peor maldición que puede sucederle a un país, y sobre todo a una comarca que considera que sus dueños son todos los que deseen habitarlo.


Cuentan que el abuelo del actual Rey, Mohammed V, había rechazado durante la Segunda Guerra Mundial el antisemitismo de los colaboracionistas franceses que a ejemplo de sus mentores nazis, pretendieron en su momento reeditar en Marruecos el horroroso salvajismo de Auschwitz o Dachau. Con un gesto elocuente, invitó a los civilizados ocupantes venidos de la orilla norte del mare nostrum, a tatuarle primero a él los brazos con los números que asignaban a los prisioneros judíos, si pensaban hacer algo semejante con sus súbditos.


Hoy todo parece indicar que una vez más, el prodigioso Reino de Marruecos tiene la fórmula para derrotar a los segregacionistas, y sin muros divisorios, campos de concentración ni fronteras intangibles impuestas por el colonialismo.

Sin hacerse eco de aquellos que hablan de captar inversionistas ficticios que desaparecen en agujeros negros de antimateria, ni ayuda impalpable.


Simplemente revalorizando su más preciado tesoro inmaterial, y confirmando que las tradiciones positivas, ilusiones de eternidad, sólo sobreviven cuando son capaces de reinventarse a sí mismas. 

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