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La proximidad del otoño
tiene el olor de la hiedra seca
que asesinó el feroz estío.
En párvulos charcos que irisan
la tenue luz en las aceras
la ciudad ve un mensaje tácito
que llama a volver al hogar.
Las tardes son cortas historias
escritas en lápiz añil
que rápido se vuelve noche.
Todo tiene color de nuevo,
de libreta por estrenar
y los bosques se visten de ocre.
La alegre danza del regreso,
que, sin embargo, tiene un son
de profunda melancolía.
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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