Viene utilizando el Partido Popular un argumento soterrado, con el que pretende despertar del letargo los sentimientos más reaccionarios de quienes, desde la nostalgia, no terminan de asumir la España diversa en la que todos tenemos cabida. ¡España se rompe! anuncian cual agorero que predice los males a través del vuelo de las aves.
Si me apuran, es posible que quienes se han lanzado a esta labor de adivinación, tomen como referente de ave a esa gaviota del PP que, tal y como demuestran todas las encuestas, no termina de levantar cabeza.
Y al grito de ¡España se rompe!, sus distinguidas señorías del PP han decidido que todo vale, incluso ―he aquí la paradoja― romper España.
¡Cosas veredes, amigo Sancho! o, utilizando aquella expresión castiza que hizo famosa el señor Trillo, ¡Manda huevos!
Durante ocho años, los entonces gobernantes populares, quisieron darnos clase de españolidad ¡y a qué coste! Solo les faltó examinarnos a todos y ponernos nota pero, ya se sabe que nadie es perfecto, cometieron un gran error: aplicar criterios excluyentes, dividiendo al país en el bando de los buenos ―ellos mismos― y en el de los malos ―la comunión de rojo-separatistas que, a sus ojos, somos el resto de españoles y españolas―.
¡Que no, señor Rajoy! Que la España que usted y los suyos anhelan ya pasó a mejor vida ―Requiem In Pacem―.
No hace españolidad quien enarbola banderas cada vez más grandes ―véase la de Plaza de Colón en Madrid―, ni quien quiere apropiarse, en sentido unívoco, de una realidad que a todos nos atañe. Hace patria quien consigue que la ciudadanía disfrute de cada vez más derechos, quien logra que esa españolidad no sea una imposición sino una oferta de esperanza, derechos y entendimiento.
Y en efecto, esa España ―su España― de la intransigencia, de la guerra, del odio a todo lo que no sonara a programa electoral del Partido Popular, de centralismo asfixiante, de inmovilismo político, de rodillo absolutista y manipulación informativa, se está rompiendo. Pero no se equivoquen, señores y señoras del PP, esa España irrespirable se rompe no por la voluntad del presidente Zapatero, sino por la de la gran mayoría de los españoles y españolas que, con nuestros votos, decidimos desterrar del Gobierno de la Nación a quienes se querían apoderar unívocamente de un concepto que nos pertenece a todos: la España democrática.