5 caballos blancos galopan como el viento por encima de los árboles. Y los bambolean y los encabritan y los mecen… Hemos salido del pueblo de Peñas Royas, y nos dirigimos a Torres de las Arcas (Teruel). A través de una pista que serpentea entre encrespados barrancos, rizados picos y sugerentes hondonadas, caminamos.

Las sombras que proyectan los pinos fagocitan la luz que, como en un catadióptrico, se cuela por entre las rendijas de las hojas jugando al corre que te pillo por el suelo. Después de 2 horas, desde un alto, avistamos un valle verde aserrado por el río azul, el Cabra, y al pueblo de Torre de las Arcas durmiendo la siesta a pierna suelta. En lo alto de una loma, un portentoso castillo del siglo XlV, nos vigila circunspecto mientras toma el sol a sorbos cortos. La iglesia de San Miguel nos saluda meneando su tatuado brazo al estilo mudéjar. Las campanas redoblan, los caballos resoplan y mis ojos descansan en un mar de bosques y colinas verdes, muy verdes.

Con 2 cervezas nos sentamos en la plaza del pueblo a charlar con los gentiles lugareños. Uno muy viajado, Álvaro, casado con una mujer del lugar y que vive en el molino, se presta a acompañarnos parte del trayecto a Obón. Absortos en la conversación, mientras nos cuenta su apasionante vida, el hermoso paisaje desaparece, el tiempo se paraliza, los kilómetros pasan sin darnos cuenta… Cuando nos despedimos en La Muela, pensé:”No hay nada mejor que el viaje al corazón de nuestras gentes.”