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“El odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás” Plutarco

¿Profanación de tumbas con fines políticos? y ¿luego qué?

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El señor Sánchez, fiel a su línea de enfrentar entre sí a los españoles, no desperdicia ocasión para añadir a su larga trayectoria de actos insensatos otro más, aparentemente inocuo, evidentemente fuera de lugar, obviamente extemporáneo y políticamente uno más de los graves errores a los que, desgraciadamente, ya nos tiene acostumbrados. Hace ya más de ochenta años que comenzó la Guerra Civil española que duró tres años y empalmó con la guerra europea en la que, afortunadamente, no participamos. Durante todo este tiempo, que para cualquier otra nación donde el espíritu de venganza, las ojerizas, el recuerdo de las ofensas y las inquinas personales, no estuvieran tan arraigados como en España, sería un tiempo lo suficientemente largo para que los recuerdos de aquellos tristes episodios se hubieran olvidado, las nuevas generaciones los contemplaran como una simple parte de nuestra Historia y ya nadie pensara en libros de caballerías en los que las cuestiones de honor se convertían en motivos de cruentas venganzas y matanzas absurdas.


Estamos convencidos de que, si se les preguntara a muchos de los jóvenes actuales sobre aquellos tiempos de la II República y les hablaran de Azaña, Largo Caballero, Negrín o los generales Mola o Godet se quedarían como si les estuvieran hablando de los tiempos del patriarca bíblico Noé. De Franco es posible que ya tuvieran más noticia, debido a que todos los que fueron derrotados por él en el campo de batalla, cuando los republicanos eran más numerosos, disponían de mejores armas, de más disponibilidades de oro, de más apoyos de las izquierdas europeas, como fue el caso de Francia y la URSS, mientras que el incipiente Ejército nacional cruzó el estrecho de Gibraltar con apenas dos mil efectivos; se han encargado de criticar su figura, denostar sus actuaciones, mentir sobre sus intenciones e hiperbolizar las represiones que se le han venido atribuyendo por sus fanáticos detractores cuando finalizó la contienda. ¿Fue, entonces un milagro lo que le proporcionó la victoria al general Franco? Evidentemente no, fue la debilidad de un gobierno republicano, sin autoridad, pendiente de los graves sucesos en Cataluña, dividido, luchando contra los nacionalismos vascos y catalanes y que, en 1934, un gobierno republicano fue puesto en riesgo de caer bajo las zarpas comunistas por parte de socialistas, comunistas y mineros de las cuencas de Asturias, que intentaron derogar el gobierno republicano. ¿Y saben ustedes a quién recurrieron los gobernantes para que resolviera el problema de la revolución asturiana?, pues ni más ni menos que al general Franco, que fue quien puso orden, envió a la cárcel a los revolucionarios y evitó que España cayera, ya por aquellas fechas, en manos de los famosos militantes del Frente Popular europeo, uno de los medios con los que los soviéticos intentaron hacerse dueños de toda Europa.


Claro que nadie se atreve a levantar la mano para pedir la palabra en defensa del general Franco y, si hay algunos que lo han querido hacer, 100 militares en la reserva que intentaron decir cuatro verdades sobre los acontecimientos que indujeron a que un grupo de militares se levantaran en armas para impedir que la República se desmoronara sobre sus propios cimientos, debido a sus dirigentes incapaces de controlar a un populacho dedicado a la quema de iglesias, matanzas de frailes y monjas, profanación de tumbas de religiosos y religiosas que fueron expuestos a las puertas de los templos para que fueran objeto del escarnio de las bandas de incontrolados que se hicieron dueños de las calles. La tan cacareada libertad de manifestación, opinión y expresión parece decaer cuando alguien quiere hablar en favor de una persona que ha sido declarada proscrita por el mero hecho de impedir al comunismo internacional, tan en boga en las naciones europeas de aquellos tiempos, en su modalidad de frentes populares, pudiera acabar con llevar a la nación española bajo el yugo de los comunistas rusos, de mano de los comisarios soviéticos que acabaron dirigiendo la Guerra Civil desde el bando rojo, durante el gobierno del señor Negrín, aunque acabaron siendo ampliamente superados por las tropas nacionales del general Franco.


A todos se les olvida mencionar el papel de Franco en la construcción de pantanos que aliviaron las consecuencias de la falta de agua en un país tradicionalmente escaso de dicho líquido elemento. Tampoco se le ha tenido en cuenta cuando evitó entrar en la II Guerra Mundial a pesar que las potencias del EJE, especialmente el Fürer alemán, Hitler, se lo pidiera insistentemente en su encuentro en la ciudad fronteriza de Hendaya. Se ocupó más que muchos otros gobernantes españoles de la tan cacareada transición, de los derechos de los trabajadores por medio de los denostados Sindicatos Verticales que, con todo y ser dirigidos desde el Gobierno, tuvieron la virtud de conseguir grandes mejoras sociales para los trabajadores y se convirtieron en los principales garantes de la seguridad del trabajo, que estuvo protegido y garantizado desde los sindicatos como nunca, en los tiempos que estamos viviendo, lo ha sido cuando el puesto de trabajo carece de las garantías de entonces.


Se ha pretendido hablar de una férrea limitación de las libertades de los ciudadanos y se han inventado toda clase de mentiras para querer presentar los 40 años del franquismo como una batalla de los ciudadanos para librarse de la opresión de un régimen “sanguinario” que tenía “atemorizada” a toda la población que no se atrevía a salir de sus casas. Nada de todo esto es cierto y uno que vivió durante toda la guerra y los años siguientes al cese de las hostilidades en aquella época, puede garantizar que la vida ciudadana transcurría con normalidad, con entera libertad para desplazarse a donde uno quisiera y sin miedo alguno de circular por las calles aunque fuera a las altas horas de la madrugada. Evidentemente no había partidos políticos, ni la gente iba por las calles pidiendo el reconocimiento de los homosexuales o la independencia de Cataluña porque quienes hubieran intentado tales acciones no hubieran permanecido mucho tiempo en libertad. Sin embargo, yo me permitiría hacer una pregunta a todas estas generaciones que tanto presumen de sus libertades, sobre su concepción de lo que debe ser el Estado, de la libertad para expresar opiniones o de su rechazo a todo lo que les legaron sus mayores si lo que hemos venido experimentando, desde que tuvo lugar la transición de la dictadura a la democracia, específicamente en lo que se refiere a la implantación de los partidos políticos y la restauración del comunismo en España; ha servido para mejorar, de una manera sustancial, en el aspecto político y práctico, lo que podríamos designar como “la gobernabilidad del Estado” o, por el contrario, visto lo visto, en algunos aspectos relacionados con la vida en nuestros pueblos y ciudades, no se ha advertido un retroceso respecto a las relaciones entre los ciudadanos, un evidente deterioro de la moral pública y un penoso olvido de aquellas saludables costumbres que solían darse en el trato entre los habitantes de aquellas pequeñas comunidades.


Salvo aquellos que intentaban maquinar en contra del régimen o los maquis que alteraron, durante un tiempo, la tranquilidad en la frontera franco española, o algunos catalanes que ya intentaban recobrar su independencia sin que apenas tuvieran eco en el resto de la ciudadanía de la región, la vida en las calles, los establecimientos de ocio, los restaurante, los comercios y las calles eran frecuentados, sin ningún temor, por multitudes de personas que no se sentían agobiadas por un régimen que los “amenazase” o les impidiera divertirse, siempre que no hubiera alteraciones del orden público o intenciones de tipo político en actos no permitidos. De hecho, pese al círculo “sanitario” que nos impusieron las naciones que formaron parte de “los aliados”, que impidieron que España pudiera salir de su situación de postguerra mucho antes de lo que pudo hacerlo, la distensión que empezó con una mejora de relaciones con los EE.UU ( con el general Eisenhower) y que fue extendiéndose poco a poco por el resto de países de Europa, permitió que, durante los últimos años del gobierno del general Franco, cuando subieron al gobierno ministros como Ullastres, López Bravo, López Rodó etc., todos ellos calificados de tecnócratas, contribuyó a que la España fuera adquiriendo un crecimiento tan importante y beneficioso que llegó a comparase con el del Japón.


Evidentemente hubo errores, hubo malos entendidos y es posible que la democratización del régimen no se debiera de haber apurado tanto y hubiera debido celebrarse antes de la muerte del general, algo que fue planteado por algunos sectores de la política y la sociedad. No obstante, la dureza con la que ha sido calificado el periodo que comprendió la época franquista, se debe fundamentalmente al preocupante crecimiento de un retorno a aquellas situaciones que, en alguna manera, se podrían comparar a las que existían en España durante los primeros años de la segunda república. Existen antecedentes de aquellas épocas que podrían servir para que, quienes tienen a su cargo el dirigir nuestro país, se lo tomaran más en serio, se dejaran de personalismos y delirios de grandeza y se fijaran más en los verdaderos problemas que afectan a nuestro país, que no son precisamente los que comunistas y separatistas, en beneficio de sus objetivos, están empeñados en resaltar; sino los que intentan ocultar y que nos vendrán con toda seguridad de parte nuestros vecinos de Europa en el caso, harto probable, de que nuestro gasto se dispare y dejemos de cumplir con los compromisos de austeridad que tenemos convenidos con Bruselas.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no vamos a dejar de recalcar el peligro de que, aquellos que tuvieron la suerte de nacer en épocas en las que el país ha vivido en un bienestar desconocido en tiempos de la guerra y la postguerra, caigan en la fácil tentación de olvidarse de que las situaciones pueden volver a empeorar y seamos tan necios de volver a caer en el error de no valorar convenientemente las consecuencias de una política extremista para una nación como España. Dejemos a Franco en su lugar de descanso y no queramos levantar las crostas que vuelvan a reverdecer aquellas heridas que todos ya debimos de haber olvidado.

¿Profanación de tumbas con fines políticos? y ¿luego qué?

“El odio es una tendencia a aprovechar todas las ocasiones para perjudicar a los demás” Plutarco
Miguel Massanet
jueves, 23 de agosto de 2018, 10:32 h (CET)

El señor Sánchez, fiel a su línea de enfrentar entre sí a los españoles, no desperdicia ocasión para añadir a su larga trayectoria de actos insensatos otro más, aparentemente inocuo, evidentemente fuera de lugar, obviamente extemporáneo y políticamente uno más de los graves errores a los que, desgraciadamente, ya nos tiene acostumbrados. Hace ya más de ochenta años que comenzó la Guerra Civil española que duró tres años y empalmó con la guerra europea en la que, afortunadamente, no participamos. Durante todo este tiempo, que para cualquier otra nación donde el espíritu de venganza, las ojerizas, el recuerdo de las ofensas y las inquinas personales, no estuvieran tan arraigados como en España, sería un tiempo lo suficientemente largo para que los recuerdos de aquellos tristes episodios se hubieran olvidado, las nuevas generaciones los contemplaran como una simple parte de nuestra Historia y ya nadie pensara en libros de caballerías en los que las cuestiones de honor se convertían en motivos de cruentas venganzas y matanzas absurdas.


Estamos convencidos de que, si se les preguntara a muchos de los jóvenes actuales sobre aquellos tiempos de la II República y les hablaran de Azaña, Largo Caballero, Negrín o los generales Mola o Godet se quedarían como si les estuvieran hablando de los tiempos del patriarca bíblico Noé. De Franco es posible que ya tuvieran más noticia, debido a que todos los que fueron derrotados por él en el campo de batalla, cuando los republicanos eran más numerosos, disponían de mejores armas, de más disponibilidades de oro, de más apoyos de las izquierdas europeas, como fue el caso de Francia y la URSS, mientras que el incipiente Ejército nacional cruzó el estrecho de Gibraltar con apenas dos mil efectivos; se han encargado de criticar su figura, denostar sus actuaciones, mentir sobre sus intenciones e hiperbolizar las represiones que se le han venido atribuyendo por sus fanáticos detractores cuando finalizó la contienda. ¿Fue, entonces un milagro lo que le proporcionó la victoria al general Franco? Evidentemente no, fue la debilidad de un gobierno republicano, sin autoridad, pendiente de los graves sucesos en Cataluña, dividido, luchando contra los nacionalismos vascos y catalanes y que, en 1934, un gobierno republicano fue puesto en riesgo de caer bajo las zarpas comunistas por parte de socialistas, comunistas y mineros de las cuencas de Asturias, que intentaron derogar el gobierno republicano. ¿Y saben ustedes a quién recurrieron los gobernantes para que resolviera el problema de la revolución asturiana?, pues ni más ni menos que al general Franco, que fue quien puso orden, envió a la cárcel a los revolucionarios y evitó que España cayera, ya por aquellas fechas, en manos de los famosos militantes del Frente Popular europeo, uno de los medios con los que los soviéticos intentaron hacerse dueños de toda Europa.


Claro que nadie se atreve a levantar la mano para pedir la palabra en defensa del general Franco y, si hay algunos que lo han querido hacer, 100 militares en la reserva que intentaron decir cuatro verdades sobre los acontecimientos que indujeron a que un grupo de militares se levantaran en armas para impedir que la República se desmoronara sobre sus propios cimientos, debido a sus dirigentes incapaces de controlar a un populacho dedicado a la quema de iglesias, matanzas de frailes y monjas, profanación de tumbas de religiosos y religiosas que fueron expuestos a las puertas de los templos para que fueran objeto del escarnio de las bandas de incontrolados que se hicieron dueños de las calles. La tan cacareada libertad de manifestación, opinión y expresión parece decaer cuando alguien quiere hablar en favor de una persona que ha sido declarada proscrita por el mero hecho de impedir al comunismo internacional, tan en boga en las naciones europeas de aquellos tiempos, en su modalidad de frentes populares, pudiera acabar con llevar a la nación española bajo el yugo de los comunistas rusos, de mano de los comisarios soviéticos que acabaron dirigiendo la Guerra Civil desde el bando rojo, durante el gobierno del señor Negrín, aunque acabaron siendo ampliamente superados por las tropas nacionales del general Franco.


A todos se les olvida mencionar el papel de Franco en la construcción de pantanos que aliviaron las consecuencias de la falta de agua en un país tradicionalmente escaso de dicho líquido elemento. Tampoco se le ha tenido en cuenta cuando evitó entrar en la II Guerra Mundial a pesar que las potencias del EJE, especialmente el Fürer alemán, Hitler, se lo pidiera insistentemente en su encuentro en la ciudad fronteriza de Hendaya. Se ocupó más que muchos otros gobernantes españoles de la tan cacareada transición, de los derechos de los trabajadores por medio de los denostados Sindicatos Verticales que, con todo y ser dirigidos desde el Gobierno, tuvieron la virtud de conseguir grandes mejoras sociales para los trabajadores y se convirtieron en los principales garantes de la seguridad del trabajo, que estuvo protegido y garantizado desde los sindicatos como nunca, en los tiempos que estamos viviendo, lo ha sido cuando el puesto de trabajo carece de las garantías de entonces.


Se ha pretendido hablar de una férrea limitación de las libertades de los ciudadanos y se han inventado toda clase de mentiras para querer presentar los 40 años del franquismo como una batalla de los ciudadanos para librarse de la opresión de un régimen “sanguinario” que tenía “atemorizada” a toda la población que no se atrevía a salir de sus casas. Nada de todo esto es cierto y uno que vivió durante toda la guerra y los años siguientes al cese de las hostilidades en aquella época, puede garantizar que la vida ciudadana transcurría con normalidad, con entera libertad para desplazarse a donde uno quisiera y sin miedo alguno de circular por las calles aunque fuera a las altas horas de la madrugada. Evidentemente no había partidos políticos, ni la gente iba por las calles pidiendo el reconocimiento de los homosexuales o la independencia de Cataluña porque quienes hubieran intentado tales acciones no hubieran permanecido mucho tiempo en libertad. Sin embargo, yo me permitiría hacer una pregunta a todas estas generaciones que tanto presumen de sus libertades, sobre su concepción de lo que debe ser el Estado, de la libertad para expresar opiniones o de su rechazo a todo lo que les legaron sus mayores si lo que hemos venido experimentando, desde que tuvo lugar la transición de la dictadura a la democracia, específicamente en lo que se refiere a la implantación de los partidos políticos y la restauración del comunismo en España; ha servido para mejorar, de una manera sustancial, en el aspecto político y práctico, lo que podríamos designar como “la gobernabilidad del Estado” o, por el contrario, visto lo visto, en algunos aspectos relacionados con la vida en nuestros pueblos y ciudades, no se ha advertido un retroceso respecto a las relaciones entre los ciudadanos, un evidente deterioro de la moral pública y un penoso olvido de aquellas saludables costumbres que solían darse en el trato entre los habitantes de aquellas pequeñas comunidades.


Salvo aquellos que intentaban maquinar en contra del régimen o los maquis que alteraron, durante un tiempo, la tranquilidad en la frontera franco española, o algunos catalanes que ya intentaban recobrar su independencia sin que apenas tuvieran eco en el resto de la ciudadanía de la región, la vida en las calles, los establecimientos de ocio, los restaurante, los comercios y las calles eran frecuentados, sin ningún temor, por multitudes de personas que no se sentían agobiadas por un régimen que los “amenazase” o les impidiera divertirse, siempre que no hubiera alteraciones del orden público o intenciones de tipo político en actos no permitidos. De hecho, pese al círculo “sanitario” que nos impusieron las naciones que formaron parte de “los aliados”, que impidieron que España pudiera salir de su situación de postguerra mucho antes de lo que pudo hacerlo, la distensión que empezó con una mejora de relaciones con los EE.UU ( con el general Eisenhower) y que fue extendiéndose poco a poco por el resto de países de Europa, permitió que, durante los últimos años del gobierno del general Franco, cuando subieron al gobierno ministros como Ullastres, López Bravo, López Rodó etc., todos ellos calificados de tecnócratas, contribuyó a que la España fuera adquiriendo un crecimiento tan importante y beneficioso que llegó a comparase con el del Japón.


Evidentemente hubo errores, hubo malos entendidos y es posible que la democratización del régimen no se debiera de haber apurado tanto y hubiera debido celebrarse antes de la muerte del general, algo que fue planteado por algunos sectores de la política y la sociedad. No obstante, la dureza con la que ha sido calificado el periodo que comprendió la época franquista, se debe fundamentalmente al preocupante crecimiento de un retorno a aquellas situaciones que, en alguna manera, se podrían comparar a las que existían en España durante los primeros años de la segunda república. Existen antecedentes de aquellas épocas que podrían servir para que, quienes tienen a su cargo el dirigir nuestro país, se lo tomaran más en serio, se dejaran de personalismos y delirios de grandeza y se fijaran más en los verdaderos problemas que afectan a nuestro país, que no son precisamente los que comunistas y separatistas, en beneficio de sus objetivos, están empeñados en resaltar; sino los que intentan ocultar y que nos vendrán con toda seguridad de parte nuestros vecinos de Europa en el caso, harto probable, de que nuestro gasto se dispare y dejemos de cumplir con los compromisos de austeridad que tenemos convenidos con Bruselas.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no vamos a dejar de recalcar el peligro de que, aquellos que tuvieron la suerte de nacer en épocas en las que el país ha vivido en un bienestar desconocido en tiempos de la guerra y la postguerra, caigan en la fácil tentación de olvidarse de que las situaciones pueden volver a empeorar y seamos tan necios de volver a caer en el error de no valorar convenientemente las consecuencias de una política extremista para una nación como España. Dejemos a Franco en su lugar de descanso y no queramos levantar las crostas que vuelvan a reverdecer aquellas heridas que todos ya debimos de haber olvidado.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

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