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Con lo que me gusta Cataluña y he llegado a sentir “vergüenza ajena” de los catalanes

Cataluña

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A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de compartir ampliamente el pan, la sal, los negocios y la diversión con los catalanes. En Barcelona, en muchos de los pueblos de su provincia y los de Gerona. No dejo de reconocer que, en mi modesta opinión, Barcelona es la ciudad más completa de España.


Por otra parte, mi trato con los catalanes ha sido siempre enriquecedor. En la época de los 70 desembarcábamos, allá por mediados de enero, todos los comerciantes del gremio textil en la feria de la Confección. Los malagueños nos veíamos en el hotel Inglés –en el llano de Boquerías- y en los alrededores del palacio de ferias, allá por la plaza España.


A la noche, nos encaminábamos a los teatros del Paralelo -el Molino y similares-, donde festejábamos los negocios completados durante el día. Pero, sobre todo, siempre teníamos las Ramblas. Desde Colón hasta la Plaza de Cataluña una riada de paseantes de todas las procedencias disfrutábamos de uno de los paseos con más carisma del mundo.


Todo eso se ha acabado. Los españoles somos considerados “non gratos” en Cataluña y están consiguiendo hacerse antipáticos para todos nosotros. Nos mandan a “hacer puñetas” (“a fer la mar”, dirán ellos), empezando por el Rey y terminando por los charnegos y “extranjeros”. Así que yo, que soy bisnieto de catalanes por vía materna, pillo rasca por todos lados.


Pues con su pan se lo coman. Ya se arrepentirán. En Mataró, Sardañola, Argentona, Hospitalet o Tarrasa se seguirá escuchando el acento andaluz que llevaron allí pueblos enteros que han contribuido a crear la riqueza de la gozan hoy los catalanes. Como en Alemania, Bélgica, Francia o Suiza.


Mi buena noticia de hoy la baso en mis recuerdos. De aquella foto del viaje de novios delante de la estatua de Colón, junto al puerto; de aquellas comidas en la Vallvidrera, en casa Juanito, o en La Dorada que montó allí un tal Félix, malagueño por más señas, donde servían chanquetes cada día.


¡Ay, Cataluña, quién te ha visto y quién te ve!

Cataluña

Con lo que me gusta Cataluña y he llegado a sentir “vergüenza ajena” de los catalanes
Manuel Montes Cleries
domingo, 19 de agosto de 2018, 10:16 h (CET)

A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de compartir ampliamente el pan, la sal, los negocios y la diversión con los catalanes. En Barcelona, en muchos de los pueblos de su provincia y los de Gerona. No dejo de reconocer que, en mi modesta opinión, Barcelona es la ciudad más completa de España.


Por otra parte, mi trato con los catalanes ha sido siempre enriquecedor. En la época de los 70 desembarcábamos, allá por mediados de enero, todos los comerciantes del gremio textil en la feria de la Confección. Los malagueños nos veíamos en el hotel Inglés –en el llano de Boquerías- y en los alrededores del palacio de ferias, allá por la plaza España.


A la noche, nos encaminábamos a los teatros del Paralelo -el Molino y similares-, donde festejábamos los negocios completados durante el día. Pero, sobre todo, siempre teníamos las Ramblas. Desde Colón hasta la Plaza de Cataluña una riada de paseantes de todas las procedencias disfrutábamos de uno de los paseos con más carisma del mundo.


Todo eso se ha acabado. Los españoles somos considerados “non gratos” en Cataluña y están consiguiendo hacerse antipáticos para todos nosotros. Nos mandan a “hacer puñetas” (“a fer la mar”, dirán ellos), empezando por el Rey y terminando por los charnegos y “extranjeros”. Así que yo, que soy bisnieto de catalanes por vía materna, pillo rasca por todos lados.


Pues con su pan se lo coman. Ya se arrepentirán. En Mataró, Sardañola, Argentona, Hospitalet o Tarrasa se seguirá escuchando el acento andaluz que llevaron allí pueblos enteros que han contribuido a crear la riqueza de la gozan hoy los catalanes. Como en Alemania, Bélgica, Francia o Suiza.


Mi buena noticia de hoy la baso en mis recuerdos. De aquella foto del viaje de novios delante de la estatua de Colón, junto al puerto; de aquellas comidas en la Vallvidrera, en casa Juanito, o en La Dorada que montó allí un tal Félix, malagueño por más señas, donde servían chanquetes cada día.


¡Ay, Cataluña, quién te ha visto y quién te ve!

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