Crash es una película desasosegante, violenta, humillante, hiriente, laberíntica y, en fin, la digna obra de madurez del guionista Paul Haggis, autor del libreto de Million Dollar Baby y creador de la exitosa -a la par que ultraconservadora- serie de televisión Walker: Texas Ranger. Crash es una película que sitúa a sus personajes en los extremos (de la cordura, de la humillación o del sufrimiento) para hacerlos regresar a una normalidad aparente tras un momento catártico. Y es, asimismo, una obra consciente de sus posibilidades en todo momento, un film que no necesita de suntuosos decorados o grandes estrellas para expresar, con una claridad meridiana, múltiples puntos de vista sobre el racismo.
Racismo motivado por la desconfianza y la inseguridad es el que practica la mujer del fiscal, interpretada por Sandra Bullock, cuando poco después de llegar a casa tras ser atacada por dos adolescentes negros decide cambiar las cerraduras para evitar males mayores. El cerrajero, un hispano con la cabeza rapada y algunos tatuajes, no es del agrado de la señora de la casa, que empieza a cultivar un malestar perpetuo frente a la diferencia. Racismo como arribismo y pérdida de valores es el que practican el superior de policía y un director de televisión, en este caso negros ascendidos por los blancos mediante la traición a sus principios y a sus propias gentes. Racismo como forma de autoprotección o autodefensa en un territorio extraño (el Los Angeles interracial o cualquier otra urbe impersonal) es el que manifiestan tanto el detective Graham Waters (Don Cheadle) como el propietario persa de una pequeña tienda, este último marginado también por la barrera lingüística. Por último y no menos importante el más común, el racismo como simple prejuicio que convierte el hecho aislado en modelo de conducta general para los individuos de una determinada raza o religión, cultivado en este caso por el policía que interpreta Matt Dillon, quien tiene el honor de protagonizar junto a Thandie Newton los momentos más impactantes de este intenso drama coral.
Para conectar unas historias con las otras Haggis recoge un montaje paralelo heredero del último Iñárritu, cargado de elipsis y dislocaciones temporales aunque menos enrevesado que el practicado por el mejicano. De ese modo, Crash conquista al público con facilidad, sin tiempo para hablarnos del pasado de los personajes que pululan por esta ciudad “fría, en la que se ha perdido el sentido del tacto”, como dice el detective Waters poco antes de contemplar el cuerpo de su hermano pequeño, muerto de un disparo a manos de la única persona que parecía inmune a ese miedo de lo diferente del que todos participan.
El desenlace, unos 25 minutos innecesarios e indoloros, resucita la ideología liberal de la alta burguesía sucediéndose las reconciliaciones de rigor mientras cae la nieve sobre la ciudad. Los temores han desaparecido gracias a la inocencia de una niña que todavía no ha crecido lo suficiente como para palpar, de su propia experiencia, la decrepitud de este mundo.