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Emergen en el cenit del día
los insectos crujientes del verano,
desterrados de un nido
que ayudaron a construir.
Así se edifican las desérticas tardes
del estío urbanita,
con exiliados de colonias dictiópteras
y con nómadas sin hogar en el que reposar.
Tarde árida, deshidratada
y desprovista de hospitalidad,
tarde que invita al umbrío
frescor de un techo,
tarde de un julio agónico,
implacable verdugo para los desheredados.
Tardes de asfalto pegajoso
atrapando las alpargatas podridas,
tardes de pieles de bronce arrugadas
buscando un rincón a la sombra
en el que la muerte dará un pisotón
o la libertad eterna.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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