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La siesta se siente joven
en las tardes en que la semana pesa
como la piedra de Sísifo.
Se siente joven la siesta
y por ser joven,
quizá,
no quiere obedecer
al sueño que reclama sitio
entre las sábanas exhaustas.
Se siente joven la siesta,
por eso juega
a conquistar los párpados
maduros, cansados,
sedientos del licor de Morfeo.
Se siente joven la siesta,
al final escapará
por la ventana de las horas
para hacerse adulta
sin ni siquiera haber estado.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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