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Etiquetas | Política | PP | Historia
Desde la militancia apelamos a la honestidad personal e intelectual del futuro líder, su competencia política y su lealtad a una España sin fisuras ni frivolidades nacionalistas

Renovarse o morir

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A raíz de los complicados momentos por los que transcurre hoy la vida del Partido Popular, me viene a la memoria la apasionante y a veces convulsa situación por la que atravesó, hace ya más de treinta años, la articulación del centro derecha español de la mano de Manuel Fraga Iribarne que tras muchas vicisitudes y no pocos enfrentamientos internos protagonizó, sin duda, el ensamblaje del proyecto más ambicioso y aglutinador del centro derecha español.


He tenido la fortuna y el privilegio de ser testigo y coprotagonista junto a hombres y mujeres de la talla política de Hernández Mancha, Álvarez Cascos, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy, Loyola de Palacio, Rita Barberá, Jorge Fernández, Federico Trillo, Mariano Rajoy o José María Aznar, máximos exponentes del conservadurismo centrista, que junto a los Javier Rupérez, García Margallo, Jaime Mayor o Javier Arenas, como cabezas visibles de la democracia cristiana, o a los de José Antonio Segurado y Esperanza Aguirre, del ala liberal, amén de otros muchos de compañeros del partido contribuimos a forjar la mayor organización política que, bajo las siglas del PP, ha jugado el doble papel de oposición y gobierno durante los últimos años de nuestra democracia.


Hoy la política española está sumida en un proceso profundamente cambiante desde las elecciones generales del año 2015 por la pérdida de hegemonía de las dos grandes formaciones políticas que representaban a la socialdemocracia y al centro derecha español, y la aparición, al mismo tiempo en el mapa electoral, de partidos como Ciudadanos o Podemos que, hasta ahora, lo único que han hecho es crecer por la pérdida de confianza de los votantes en quienes tradicionalmente venían alternándose el poder y que por la corrupción económica y moral y la deficiente gestión política en algunos graves asuntos, como Cataluña, han provocado una profunda decepción en sus bases o militantes.


Desde el año 2015 se han roto las mayorías absolutas y el Gobierno de turno depende hoy, y en el futuro también, de alianzas y pactos. El Gobierno de Mariano Rajoy ha soportado una fuerte presión política y mediática, especialmente por la corrupción de algunos de nuestros relevantes dirigentes, como en su día le ocurrió también a Felipe González. Lo evidente es que la artificiosa moción de censura ha abierto una nueva etapa en la vida política española y en el PP también.


A este panorama nos tenemos que enfrentar con un partido en busca de autor, de un líder nuevo. El Partido Popular ha perdido, como ya he señalado, la confianza de una parte de su electorado tradicional por errores propios y por haber dedicado desde el Gobierno la mayor parte de sus esfuerzos a la urgente y necesaria gestión económica y social que le imponía la grave crisis económica y el alto nivel de desempleo con el que se encontró después de Zapatero, gestión que hay que calificar de sobresaliente pero no comprendida ni valorada suficientemente.



Desde mi punto de vista, se cometieron dos errores: El primero es que el Gobierno no ha tenido nervio político y tanto la corrupción como la indecisión en la defensa de valores asumidos teóricamente por el ideario del partido, junto a la errónea y frustrada estrategia de Cataluña, nos ha causado profundas heridas que algunos e importantes grupos mediáticos, avalados por una deficiente política de comunicación, se encargaron de hurgar y machacar día si y día también.


La abstención por un lado de nuestro electorado tradicional a nuestra derecha y por otro la aparición de los populistas, limpios de polvo y paja hasta ahora, nos han hecho un descosido que es difícil arreglar, aunque si se actúa con honestidad política y se acierta en este Congreso, nuestra fragilidad actual sería muy reconducible y nuestra fortaleza recuperable.


El segundo error ha sido haber gestionado el partido sin una cabeza firme que lo dirigiera. Considero que compaginar el Ministerio de Defensa y la Secretaria General del partido ha sido un contrasentido y los vicesecretarios no han tenido la solidez y autoridad necesaria para asumir las responsabilidades de un partido que, por su historia y su papel relevante en la vida española, precisaba.


Por otra parte han sido demasiado patentes las discrepancias entre la ex vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y la ex secretaria general, Dolores de Cospedal, hoy precandidatas. En Cataluña y Andalucía estas discrepancias no han favorecido ni favorecen la conjunción de fuerzas y estrategias para hacer frente a los problemas más graves y relevantes a los que debe enfrentarse el PP.


Estamos en el momento más crucial del partido desde su refundación. En mi opinión personal, debemos dejar que los militantes reflexionen y se impliquen en un debate abierto sobre su liderazgo y proyecto de cara a una sociedad que ha sufrido una transformación inimaginable por su composición social y cultural, transformada por la globalidad y la sobreabundante información que aportan las nuevas tecnologías


Apelar solamente a la unidad por la imagen y cerrar en falso el Congreso sería cometer un grave error. Es obligado conocer de los candidatos, sus proyectos y compromisos sobre España y sobre los valores de nuestra sociedad. Desde la militancia apelamos a la honestidad personal e intelectual del futuro líder, su competencia política y su lealtad a una España sin fisuras ni frivolidades nacionalistas. Renovarse o morir requiere frescura, aire limpio y una inteligente combinación de juventud y madurez, ese es el gran desafío del XIX Congreso.

Renovarse o morir

Desde la militancia apelamos a la honestidad personal e intelectual del futuro líder, su competencia política y su lealtad a una España sin fisuras ni frivolidades nacionalistas
Jorge Hernández Mollar
lunes, 25 de junio de 2018, 06:56 h (CET)

A raíz de los complicados momentos por los que transcurre hoy la vida del Partido Popular, me viene a la memoria la apasionante y a veces convulsa situación por la que atravesó, hace ya más de treinta años, la articulación del centro derecha español de la mano de Manuel Fraga Iribarne que tras muchas vicisitudes y no pocos enfrentamientos internos protagonizó, sin duda, el ensamblaje del proyecto más ambicioso y aglutinador del centro derecha español.


He tenido la fortuna y el privilegio de ser testigo y coprotagonista junto a hombres y mujeres de la talla política de Hernández Mancha, Álvarez Cascos, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy, Loyola de Palacio, Rita Barberá, Jorge Fernández, Federico Trillo, Mariano Rajoy o José María Aznar, máximos exponentes del conservadurismo centrista, que junto a los Javier Rupérez, García Margallo, Jaime Mayor o Javier Arenas, como cabezas visibles de la democracia cristiana, o a los de José Antonio Segurado y Esperanza Aguirre, del ala liberal, amén de otros muchos de compañeros del partido contribuimos a forjar la mayor organización política que, bajo las siglas del PP, ha jugado el doble papel de oposición y gobierno durante los últimos años de nuestra democracia.


Hoy la política española está sumida en un proceso profundamente cambiante desde las elecciones generales del año 2015 por la pérdida de hegemonía de las dos grandes formaciones políticas que representaban a la socialdemocracia y al centro derecha español, y la aparición, al mismo tiempo en el mapa electoral, de partidos como Ciudadanos o Podemos que, hasta ahora, lo único que han hecho es crecer por la pérdida de confianza de los votantes en quienes tradicionalmente venían alternándose el poder y que por la corrupción económica y moral y la deficiente gestión política en algunos graves asuntos, como Cataluña, han provocado una profunda decepción en sus bases o militantes.


Desde el año 2015 se han roto las mayorías absolutas y el Gobierno de turno depende hoy, y en el futuro también, de alianzas y pactos. El Gobierno de Mariano Rajoy ha soportado una fuerte presión política y mediática, especialmente por la corrupción de algunos de nuestros relevantes dirigentes, como en su día le ocurrió también a Felipe González. Lo evidente es que la artificiosa moción de censura ha abierto una nueva etapa en la vida política española y en el PP también.


A este panorama nos tenemos que enfrentar con un partido en busca de autor, de un líder nuevo. El Partido Popular ha perdido, como ya he señalado, la confianza de una parte de su electorado tradicional por errores propios y por haber dedicado desde el Gobierno la mayor parte de sus esfuerzos a la urgente y necesaria gestión económica y social que le imponía la grave crisis económica y el alto nivel de desempleo con el que se encontró después de Zapatero, gestión que hay que calificar de sobresaliente pero no comprendida ni valorada suficientemente.



Desde mi punto de vista, se cometieron dos errores: El primero es que el Gobierno no ha tenido nervio político y tanto la corrupción como la indecisión en la defensa de valores asumidos teóricamente por el ideario del partido, junto a la errónea y frustrada estrategia de Cataluña, nos ha causado profundas heridas que algunos e importantes grupos mediáticos, avalados por una deficiente política de comunicación, se encargaron de hurgar y machacar día si y día también.


La abstención por un lado de nuestro electorado tradicional a nuestra derecha y por otro la aparición de los populistas, limpios de polvo y paja hasta ahora, nos han hecho un descosido que es difícil arreglar, aunque si se actúa con honestidad política y se acierta en este Congreso, nuestra fragilidad actual sería muy reconducible y nuestra fortaleza recuperable.


El segundo error ha sido haber gestionado el partido sin una cabeza firme que lo dirigiera. Considero que compaginar el Ministerio de Defensa y la Secretaria General del partido ha sido un contrasentido y los vicesecretarios no han tenido la solidez y autoridad necesaria para asumir las responsabilidades de un partido que, por su historia y su papel relevante en la vida española, precisaba.


Por otra parte han sido demasiado patentes las discrepancias entre la ex vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, y la ex secretaria general, Dolores de Cospedal, hoy precandidatas. En Cataluña y Andalucía estas discrepancias no han favorecido ni favorecen la conjunción de fuerzas y estrategias para hacer frente a los problemas más graves y relevantes a los que debe enfrentarse el PP.


Estamos en el momento más crucial del partido desde su refundación. En mi opinión personal, debemos dejar que los militantes reflexionen y se impliquen en un debate abierto sobre su liderazgo y proyecto de cara a una sociedad que ha sufrido una transformación inimaginable por su composición social y cultural, transformada por la globalidad y la sobreabundante información que aportan las nuevas tecnologías


Apelar solamente a la unidad por la imagen y cerrar en falso el Congreso sería cometer un grave error. Es obligado conocer de los candidatos, sus proyectos y compromisos sobre España y sobre los valores de nuestra sociedad. Desde la militancia apelamos a la honestidad personal e intelectual del futuro líder, su competencia política y su lealtad a una España sin fisuras ni frivolidades nacionalistas. Renovarse o morir requiere frescura, aire limpio y una inteligente combinación de juventud y madurez, ese es el gran desafío del XIX Congreso.

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