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Opinión
Etiquetas | Historia | Paraguay | Bolivia
Las casacas más populares en los países que se enfrentaron en la guerra paraguayo-boliviana, también quedaron en la memoria de aquel episodio entre soldados descalzos

El fútbol en la historia de la guerra del Chaco

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Semanas atrás, los cineastas bolivianos Franco Traverso y Oscar Salazar Crespo anunciaron la producción de una película sobre la participación del club The Strongest de La Paz en la guerra del Chaco, que en los años treinta del siglo XX enfrentó a Bolivia y Paraguay.


Corrían los años difíciles de la Gran Depresión norteamericana, cuyo punto de partida había sido la caída de la bolsa de New York, en octubre de 1929. Aquella crisis de confianza se había extendido por el mundo entero, y los capitales habían iniciado una disputa global por nuevos mercados y materias primas.


Paraguay y Bolivia serían algunos de los patos de la boda, y por supuesto, no era Sudamérica la que iba imponer condiciones a su majestad el Dólar. Una disputa entre capitales anglosajones trasladaría consecuencias, de aquella derivación de la negligencia de los estadistas y la irresponsabilidad de especuladores de la bolsa, varios miles de kilómetros al sur.


La denuncia del senador Huey Long sacudiría los mismos confesionarios del imperio, en mayo de 1934, en el Senado de Washington. Historia incómoda y no solo para los amos de las finanzas de Wall Street, también para muchos de los vocingleros anticomunistas y maccarthystas, que por surrealista que parezca, subsisten en la fauna política y mercantilista de Latinoamérica hasta el día de hoy.


Una guerra que muchos consideran como un episodio intrascendente, ha generado sin embargo, una profusa bibliografía que se ha extendido al cine, y uno de los protagonistas centrales en el entremada de intrigas que llevaron a su estallido(Huey Long), inspiró filmes laureados en Hollywood y novelas ganadoras del Pulitzer.


Tanto en Paraguay como Bolivia, hoy la historiografía militar recuerda a la más importante victoria boliviana de aquella guerra como “Strongest”, aunque pocos relacionen su etimología con el fútbol.


En 1932, el club de The Strongest era gran protagonista del campeonato boliviano de fútbol de La Paz cuando el evento deportivo debió ser suspendido por el estallido de la guerra con Paraguay. La comisión que dirigía a la agrupación deportiva, presidida por Víctor Zalles, decidió en forma unánime involucrar a sus futbolistas, simpatizantes, socios y dirigentes para defender la a Bolivia en la disputa territorial con Paraguay.


La batalla de la guerra del Chaco cuyo nombre recuerda al equipo boliviano de fútbol, pudo haber sido un completo desastre para el Paraguay, de no ser por la actuación legendaria del joven capitán paraguayo Joel Estigarribia, cuyo nombre hoy recuerda una localidad en el mismo Chaco. Con su victoria, los bolivianos lograron paralizar la ofensiva paraguaya, con un implacable fuego de artillería, poderosa aviación y decidida infantería.


Todavía flotaba una densa polvareda sobre el campo de batalla cuando el coronel Gaudioso Nuñez, comandante del primer Cuerpo, sin conocer el número de atacantes, ordenó a sus divisiones enviar poco más de un centenar de hombres bajo mando del joven capitán, para contener el avance enemigo. Hacinados en el Reducto Cabral, los defensores paraguayos fueron atacados por implacable fuego de mortero y valientes tropas decididas a explotar su éxito.


“Semejantes a sombras, el centenar de defensores se arrastraban confundidos con la tierra y la maleza. Sudor y polvo de batalla cubrían su estropeado verde olivo, sus cuerpos apenas encontraban precario refugio en pozos individuales abiertos a machete o yatagán” narra un testigo presencial.


Al concluir la desigual lucha, los altos jefes bolivianos ingresaron en las líneas paraguayas preguntando “donde estaba su general”, pues estaban convencidos de que había caído en su poder toda una División paraguaya con su comandante incluido.


Escribió Eduardo Galeano que el fútbol es la única religión que no tiene ateos, y el involucramiento del fútbol en la historia de aquella guerra entre Paraguay lo confirma.


Meses antes del estallido del conflicto armado, el capitán del club de fútbol más popular de Paraguay había caído muerto en una protesta contra el gobierno de Asunción. Los estudiantes se manifestaron para repudiar la negligencia de los políticos que se cruzaban de brazos y no daban la cara teniendo una guerra a la vuelta de la esquina.


Julio César Franco, recién egresado como bachiller del Colegio Nacional de la Capital, no solo era un destacado estudiante del primer año en la carrera de Medicina. También era un gran deportista, pues capitaneaba nada más y nada menos que el equipo de primera División del Club Cerro Porteño, el de mayor proyección popular en Paraguay.


Como en la despiadada masacre de Amritsar de 1919, un siniestro tableteo de ametralladoras gubernistas hizo fuego sobre una multitud desarmada, llegando a fusilar por la espalda a los que huían y a los que pretendían dar auxilio a los heridos. Al día siguiente, el presidente Guggiari se defendió declarando a la prensa que en realidad se trataba de un atentado en el cual, comunistas disfrazados de estudiantes, escondían armas entre las banderas paraguayas que portaban.


Pocos días después apareció misteriosamente muerte Epifanio Vázquez, responsable de las ametralladoras automáticas instaladas en las terrazas del Palacio de Gobierno de Asunción, en una evidente quema de archivo.


En los primeros días de Julio de 1932, menos de un año después de aquella matanza, el arqueólogo estadounidense Wendell Benett descubre el famoso monolito que lleva su apellido, parte del acervo de la sorprendente cultura Tiahuanaco. El día que la prensa da a conocer el hallazgo, estalla la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia.


The Strongest llama a sus socios a enrolarse para defender a Bolivia, en tanto su gobierno inflamado por una fanfarria nacionalista, decide trasladar el monolito Tiahuanaco a una importante avenida de La Paz. Los nativos advierten que una maldición caerá sobre los que osen realizar aquel sacrílego traslado, pero no son escuchados.


Cuenta la leyenda, que mover aquel monolito hizo caer una desgracia sobre Bolivia. Durante el lapso de su traslado a la capital boliviana, las armas bolivianas sufrieron pérdidas irreparables.


La prensa boliviana había advertido que aquel misterioso monumento, de una cultura a la que sus propios cronistas definen como venida de las estrellas, escondía cual esfinge egipcia, un impenetrable secreto o una maldición.


Es que en la historia del fútbol como en la historia de las guerras, aunque no sepamos cómo, ha quedado demostrado que falta tanto espíritu como para las letras.

El fútbol en la historia de la guerra del Chaco

Las casacas más populares en los países que se enfrentaron en la guerra paraguayo-boliviana, también quedaron en la memoria de aquel episodio entre soldados descalzos
Luis Agüero Wagner
viernes, 22 de junio de 2018, 06:45 h (CET)

Semanas atrás, los cineastas bolivianos Franco Traverso y Oscar Salazar Crespo anunciaron la producción de una película sobre la participación del club The Strongest de La Paz en la guerra del Chaco, que en los años treinta del siglo XX enfrentó a Bolivia y Paraguay.


Corrían los años difíciles de la Gran Depresión norteamericana, cuyo punto de partida había sido la caída de la bolsa de New York, en octubre de 1929. Aquella crisis de confianza se había extendido por el mundo entero, y los capitales habían iniciado una disputa global por nuevos mercados y materias primas.


Paraguay y Bolivia serían algunos de los patos de la boda, y por supuesto, no era Sudamérica la que iba imponer condiciones a su majestad el Dólar. Una disputa entre capitales anglosajones trasladaría consecuencias, de aquella derivación de la negligencia de los estadistas y la irresponsabilidad de especuladores de la bolsa, varios miles de kilómetros al sur.


La denuncia del senador Huey Long sacudiría los mismos confesionarios del imperio, en mayo de 1934, en el Senado de Washington. Historia incómoda y no solo para los amos de las finanzas de Wall Street, también para muchos de los vocingleros anticomunistas y maccarthystas, que por surrealista que parezca, subsisten en la fauna política y mercantilista de Latinoamérica hasta el día de hoy.


Una guerra que muchos consideran como un episodio intrascendente, ha generado sin embargo, una profusa bibliografía que se ha extendido al cine, y uno de los protagonistas centrales en el entremada de intrigas que llevaron a su estallido(Huey Long), inspiró filmes laureados en Hollywood y novelas ganadoras del Pulitzer.


Tanto en Paraguay como Bolivia, hoy la historiografía militar recuerda a la más importante victoria boliviana de aquella guerra como “Strongest”, aunque pocos relacionen su etimología con el fútbol.


En 1932, el club de The Strongest era gran protagonista del campeonato boliviano de fútbol de La Paz cuando el evento deportivo debió ser suspendido por el estallido de la guerra con Paraguay. La comisión que dirigía a la agrupación deportiva, presidida por Víctor Zalles, decidió en forma unánime involucrar a sus futbolistas, simpatizantes, socios y dirigentes para defender la a Bolivia en la disputa territorial con Paraguay.


La batalla de la guerra del Chaco cuyo nombre recuerda al equipo boliviano de fútbol, pudo haber sido un completo desastre para el Paraguay, de no ser por la actuación legendaria del joven capitán paraguayo Joel Estigarribia, cuyo nombre hoy recuerda una localidad en el mismo Chaco. Con su victoria, los bolivianos lograron paralizar la ofensiva paraguaya, con un implacable fuego de artillería, poderosa aviación y decidida infantería.


Todavía flotaba una densa polvareda sobre el campo de batalla cuando el coronel Gaudioso Nuñez, comandante del primer Cuerpo, sin conocer el número de atacantes, ordenó a sus divisiones enviar poco más de un centenar de hombres bajo mando del joven capitán, para contener el avance enemigo. Hacinados en el Reducto Cabral, los defensores paraguayos fueron atacados por implacable fuego de mortero y valientes tropas decididas a explotar su éxito.


“Semejantes a sombras, el centenar de defensores se arrastraban confundidos con la tierra y la maleza. Sudor y polvo de batalla cubrían su estropeado verde olivo, sus cuerpos apenas encontraban precario refugio en pozos individuales abiertos a machete o yatagán” narra un testigo presencial.


Al concluir la desigual lucha, los altos jefes bolivianos ingresaron en las líneas paraguayas preguntando “donde estaba su general”, pues estaban convencidos de que había caído en su poder toda una División paraguaya con su comandante incluido.


Escribió Eduardo Galeano que el fútbol es la única religión que no tiene ateos, y el involucramiento del fútbol en la historia de aquella guerra entre Paraguay lo confirma.


Meses antes del estallido del conflicto armado, el capitán del club de fútbol más popular de Paraguay había caído muerto en una protesta contra el gobierno de Asunción. Los estudiantes se manifestaron para repudiar la negligencia de los políticos que se cruzaban de brazos y no daban la cara teniendo una guerra a la vuelta de la esquina.


Julio César Franco, recién egresado como bachiller del Colegio Nacional de la Capital, no solo era un destacado estudiante del primer año en la carrera de Medicina. También era un gran deportista, pues capitaneaba nada más y nada menos que el equipo de primera División del Club Cerro Porteño, el de mayor proyección popular en Paraguay.


Como en la despiadada masacre de Amritsar de 1919, un siniestro tableteo de ametralladoras gubernistas hizo fuego sobre una multitud desarmada, llegando a fusilar por la espalda a los que huían y a los que pretendían dar auxilio a los heridos. Al día siguiente, el presidente Guggiari se defendió declarando a la prensa que en realidad se trataba de un atentado en el cual, comunistas disfrazados de estudiantes, escondían armas entre las banderas paraguayas que portaban.


Pocos días después apareció misteriosamente muerte Epifanio Vázquez, responsable de las ametralladoras automáticas instaladas en las terrazas del Palacio de Gobierno de Asunción, en una evidente quema de archivo.


En los primeros días de Julio de 1932, menos de un año después de aquella matanza, el arqueólogo estadounidense Wendell Benett descubre el famoso monolito que lleva su apellido, parte del acervo de la sorprendente cultura Tiahuanaco. El día que la prensa da a conocer el hallazgo, estalla la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia.


The Strongest llama a sus socios a enrolarse para defender a Bolivia, en tanto su gobierno inflamado por una fanfarria nacionalista, decide trasladar el monolito Tiahuanaco a una importante avenida de La Paz. Los nativos advierten que una maldición caerá sobre los que osen realizar aquel sacrílego traslado, pero no son escuchados.


Cuenta la leyenda, que mover aquel monolito hizo caer una desgracia sobre Bolivia. Durante el lapso de su traslado a la capital boliviana, las armas bolivianas sufrieron pérdidas irreparables.


La prensa boliviana había advertido que aquel misterioso monumento, de una cultura a la que sus propios cronistas definen como venida de las estrellas, escondía cual esfinge egipcia, un impenetrable secreto o una maldición.


Es que en la historia del fútbol como en la historia de las guerras, aunque no sepamos cómo, ha quedado demostrado que falta tanto espíritu como para las letras.

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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