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En política, el diálogo necesita que los sujetos de la comunicación se escuchen entre sí y estén dispuestos a dejarse transformar por los demás

Diálogo, respeto y lealtad en política

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A menudo solemos confundir la necesidad de comunicarse con la necesidad de expresarse. Sin embargo, expresarse no implica siempre una voluntad de comunicación entre dos o varias personas, ni entre un líder político y su grupo parlamentario, y los contrarios.


Expresarse no conlleva, habitualmente, escuchar, intercambiar y corregir los propios planteamientos tras haber acogido la palabra de los demás. Y por otro lado, la comunicación hace referencia directa al diálogo, y por lo tanto a la escucha, y esto va en los dos sentidos. En otros términos, el diálogo necesita que los sujetos de la comunicación se escuchen entre sí y estén dispuestos a dejarse transformar por la palabra y los argumentos de su contrario.


La comunicación en política es un ejercicio noble que encierra la voluntad, implícita o explícita, de seducir a la persona o personas que reciben el mensaje que se ofrece desde la humildad, reconociendo por ambas partes que nadie ostenta la verdad absoluta, y que necesita del resto para llegar, lo más cerca posible, a esa verdad que se pretende alcanzar. Todos se necesitan, y nadie es poseedor exclusivo de ningún mensaje superior. Normalmente, a los que se les pide una actitud de reconocimiento tienen un punto de vista diferente de su contrario.


Pero, ¿qué ocurre cuando el reconocimiento del contrincante político no se da? ¿Qué ocurre cuando no otorgamos valor alguno al argumentario con los que se pretende dialogar? Pues, simplemente, que no existe diálogo, sino imposición, descalificación, prejuicios, desdén, y, por qué no, mofa. No pretender persuadir al otro denota una sola preocupación, querer persuadir sólo a los suyos, o incluso a uno mismo, pero dejando de lado la preocupación por los demás.

La necesidad de comunicación sólo puede quedar satisfecha en la medida en que estamos abiertos al diálogo. Y es que todos entendemos bien que dialogar no es una suma de individualidades con razones encontradas, sino la firme voluntad benevolente de ir más allá del limitado y reducido punto de vista personal, para abrirse a la exigencia de verdad, que es la única búsqueda común tolerable.


El resto puede entenderse como una suma de monólogos, sin deseos de ir más allá de uno mismo o de los propios intereses personales y partidistas.


Tomar en consideración los planteamos de los demás grupos políticos, profundizar en ellos, aunque en un primer momento parezca que no se está de acuerdo, es una obligación de respeto y lealtad a la palabra comprometida.

Diálogo, respeto y lealtad en política

En política, el diálogo necesita que los sujetos de la comunicación se escuchen entre sí y estén dispuestos a dejarse transformar por los demás
Fausto Antonio Ramírez
jueves, 7 de junio de 2018, 06:46 h (CET)

A menudo solemos confundir la necesidad de comunicarse con la necesidad de expresarse. Sin embargo, expresarse no implica siempre una voluntad de comunicación entre dos o varias personas, ni entre un líder político y su grupo parlamentario, y los contrarios.


Expresarse no conlleva, habitualmente, escuchar, intercambiar y corregir los propios planteamientos tras haber acogido la palabra de los demás. Y por otro lado, la comunicación hace referencia directa al diálogo, y por lo tanto a la escucha, y esto va en los dos sentidos. En otros términos, el diálogo necesita que los sujetos de la comunicación se escuchen entre sí y estén dispuestos a dejarse transformar por la palabra y los argumentos de su contrario.


La comunicación en política es un ejercicio noble que encierra la voluntad, implícita o explícita, de seducir a la persona o personas que reciben el mensaje que se ofrece desde la humildad, reconociendo por ambas partes que nadie ostenta la verdad absoluta, y que necesita del resto para llegar, lo más cerca posible, a esa verdad que se pretende alcanzar. Todos se necesitan, y nadie es poseedor exclusivo de ningún mensaje superior. Normalmente, a los que se les pide una actitud de reconocimiento tienen un punto de vista diferente de su contrario.


Pero, ¿qué ocurre cuando el reconocimiento del contrincante político no se da? ¿Qué ocurre cuando no otorgamos valor alguno al argumentario con los que se pretende dialogar? Pues, simplemente, que no existe diálogo, sino imposición, descalificación, prejuicios, desdén, y, por qué no, mofa. No pretender persuadir al otro denota una sola preocupación, querer persuadir sólo a los suyos, o incluso a uno mismo, pero dejando de lado la preocupación por los demás.

La necesidad de comunicación sólo puede quedar satisfecha en la medida en que estamos abiertos al diálogo. Y es que todos entendemos bien que dialogar no es una suma de individualidades con razones encontradas, sino la firme voluntad benevolente de ir más allá del limitado y reducido punto de vista personal, para abrirse a la exigencia de verdad, que es la única búsqueda común tolerable.


El resto puede entenderse como una suma de monólogos, sin deseos de ir más allá de uno mismo o de los propios intereses personales y partidistas.


Tomar en consideración los planteamos de los demás grupos políticos, profundizar en ellos, aunque en un primer momento parezca que no se está de acuerdo, es una obligación de respeto y lealtad a la palabra comprometida.

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