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Nazareth Heredia

Un poquito de simpatía

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El pasado domingo asistí al encuentro entre el Málaga-Real Madrid en La Rosaleda. El partido estuvo cargado de expectación, como siempre que los merengues viajan a algún sitio y fue mucha la gente que pagó precios extremadamente caros por ver a los blancos. El partido finalizó 0-2 y los goles fueron dos verdaderos golazos. El primero lo marcó Sergio Ramos en el saque de un córner de Zidane, al cual la defensa malaguista no estuvo muy atento. El segundo fue una impresionante bicicleta con la que Robinho se iba de la defensa local y consiguió así el golazo de la noche.

Peleas de Morales y Roberto Carlos aparte, así como el lanzamiento de botellas al terreno de juego y las pitadas a los futbolistas blancos, me refiero a este partido desde otra perspectiva. Tras la tradicional comparecencia de prensa de los técnicos de ambos conjuntos, los periodistas acudimos a la zona mixta, donde decenas de periodistas aguardaban la salida de los “galácticos”.

Niños, fans eufóricas y gente más mayor aguardaba una foto, un autógrafo o una sonrisa de sus ídolos. No fue así. Salvando a unos cuantos a los que ahora nombraré, los futbolistas madridistas no respondieron. Casillas estuvo borde con los aficionados, Roberto Carlos ni siquiera se paró a hablar con la prensa, Helguera se ponía en la foto mirando hacia no sé donde y cada uno de los futbolistas que iban pasando, firmaban autógrafos a los chavales con un garabato sin importancia y sin mirar las caras de felicidad e incredulidad que tenían. Sergio Ramos pasó con aire de superioridad.

Zidane, Robinho, Baptista y pocos más se salvaron. Ellos dieron atención, sonrieron y se mostraron sinceros. De los demás mejor ni seguir hablando. “La mirilla” de hoy va a ser corta, pero contundente. No sé lo que se creerán esos jugadores que nacieron en la Tierra, como todos los humanos, que sí, que cobran cifras exorbitadas, pero que son personas. Señores, no se puede ir por la vida con ese aire de superioridad, mirando por encima del hombro y apagando las ilusiones de unos chavalines que sólo quieren, aparte del autógrafo o la foto, ver que sus ídolos también se alegran de verlos.

Un poquito de simpatía

Nazareth Heredia
Nazareth Heredia
jueves, 15 de diciembre de 2005, 23:04 h (CET)
El pasado domingo asistí al encuentro entre el Málaga-Real Madrid en La Rosaleda. El partido estuvo cargado de expectación, como siempre que los merengues viajan a algún sitio y fue mucha la gente que pagó precios extremadamente caros por ver a los blancos. El partido finalizó 0-2 y los goles fueron dos verdaderos golazos. El primero lo marcó Sergio Ramos en el saque de un córner de Zidane, al cual la defensa malaguista no estuvo muy atento. El segundo fue una impresionante bicicleta con la que Robinho se iba de la defensa local y consiguió así el golazo de la noche.

Peleas de Morales y Roberto Carlos aparte, así como el lanzamiento de botellas al terreno de juego y las pitadas a los futbolistas blancos, me refiero a este partido desde otra perspectiva. Tras la tradicional comparecencia de prensa de los técnicos de ambos conjuntos, los periodistas acudimos a la zona mixta, donde decenas de periodistas aguardaban la salida de los “galácticos”.

Niños, fans eufóricas y gente más mayor aguardaba una foto, un autógrafo o una sonrisa de sus ídolos. No fue así. Salvando a unos cuantos a los que ahora nombraré, los futbolistas madridistas no respondieron. Casillas estuvo borde con los aficionados, Roberto Carlos ni siquiera se paró a hablar con la prensa, Helguera se ponía en la foto mirando hacia no sé donde y cada uno de los futbolistas que iban pasando, firmaban autógrafos a los chavales con un garabato sin importancia y sin mirar las caras de felicidad e incredulidad que tenían. Sergio Ramos pasó con aire de superioridad.

Zidane, Robinho, Baptista y pocos más se salvaron. Ellos dieron atención, sonrieron y se mostraron sinceros. De los demás mejor ni seguir hablando. “La mirilla” de hoy va a ser corta, pero contundente. No sé lo que se creerán esos jugadores que nacieron en la Tierra, como todos los humanos, que sí, que cobran cifras exorbitadas, pero que son personas. Señores, no se puede ir por la vida con ese aire de superioridad, mirando por encima del hombro y apagando las ilusiones de unos chavalines que sólo quieren, aparte del autógrafo o la foto, ver que sus ídolos también se alegran de verlos.

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