Hace unos días Macron respondió en el Colegio de los Bernardinos de París con un discurso magistral, en el que pidió a los católicos un compromiso renovado con la nación. No se trata de que el Presidente de la República sea católico, ni siquiera creyente, sino de que, como garante de la libertad religiosa y en cumplimiento de su misión política, reconozca las razones que animan la presencia pública de los católicos de Francia. Macron ratificó los valores de la laicidad y se atrevió a pedir a los católicos que entregaran a la nación francesa tres dones de altísimo valor público: inteligencia, compromiso y libertad.
Libertad de “importunar”, libertad de palabra y libertad espiritual. Conscientes de que la discrepancia puede generar incomodidad, pero convencidos de que el encuentro genera frutos de concordia para la sociedad, Macron y los obispos franceses protagonizaron un diálogo franco y leal entre una Iglesia libre y un Estado libre.
