Uno apenas se acuerda del Caudillo, con cinco años que tenía cuando el dictador murió en la cama, lo más que tiene es recuerdos de la sociedad tardofranquista que le tocó vivir en su niñez y los recuerdos caseros, familiares, la televisión en blanco y negro, el primer canal y el UHF, los carteles de los nombres de las calles con las flechas de La Falange, las OJEs, los retratos de Franco en la escuela y sensaciones de ese tipo.
En cambio, escuchando a sus padres y abuelos, leyendo documentos y testimonios –absolutamente recomendable el coleccionable dominical sobre la Guerra Civil del diario El Mundo mes a mes, en que se refleja muy bien la situación política y social que se vivía como preludio al desastre fraticida en que se cometieron atrocidades de todo tipo por ambos bandos (Gernika, Paracuellos)- se hace una idea de la España que les tocó vivir durante 40 años; de una España que pasó hambre hasta los años 50, se estabilizó entonces y comenzó a crecer sobre todo gracias a la industria y al turismo en los 60, mucho menos de lo que debía y podía, con seguridad, y en un régimen totalitario y autárquico que autolimitó su desarrollo torpemente.
Por cierto, estremecedora y bellísima descripción de los ¿Hogares? de Auxilio Social de la Falange de Carlos Giménez en el cómic ‘Paracuellos’, que refleja como nadie la podredumbre moral y material del sistema contra unos críos desvalidos y desheredados de la fortuna.
Con todo, el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Ciertamente, hubo un levantamiento militar injustificado contra un Gobierno legítimo, pero muchas fuerzas sociales y políticas, de ambos bandos, buscaron el enfrentamiento, poniendo las bases para una guerra cruenta e inesperadamente larga para los dos frentes, que sufrió todo el país.
Hoy en día es prácticamente imposible que se reproduzca un enfrentamiento civil de esas características por múltiples razones; en cambio, es bastante lamentable observar que ciertas heridas no han cicatrizado un ápice y que en según qué ámbitos, los socialistas o izquierdosos son los ‘rojos’ de siempre o los nacionalistas el demonio ‘separatista’ de la patria. No hay más que oír cualquier mañana al inefable Federico Jiménez Losantos desde su tribuna en la COPE o ver ciertas manifestaciones tras el desastre del Prestige o el 11-M acusando al PP de ‘franquistas’, ‘fascistas’ y otras lindeces similares, que no resisten el más mínimo embate. ¿A santo de qué tanta mala baba, tan poco fair play, tan poco aprendizaje de la historia, propia y ajena?
Los estereotipos hispánicos de Valle Inclán siguen existiendo, con matices, pero permanecen en el subconsciente colectivo de la España profunda tal cual; sí, esos perfiles, ese retrato social tan bien reflejado por Unamuno o Pío Baroja. Y eso que el ‘enemigo’ más peligroso y asesino para el país, y para la cultura occidental, en general, como ya ha demostrado tristemente, lo representa el fundamentalismo islamista encabezado por Bin Laden, pero …ya se sabe, la cabre tira al monte.
Aprendamos de nuestros errores, ‘Libertas quae sera tamen’ (Libertad aunque tarde).