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“La mentira y el engaño tienen fecha de vencimiento, y al final todo se descubre. Al mismo tiempo, la confianza se muere… para siempre” anónimo

Montoro y la evidente decadencia del PP de Rajoy

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Durante mucho tiempo hemos estado pensando que, en el PP del señor Rajoy, se estaba actuando con indolencia en un asunto tan grave como es el del separatismo de la comunidad catalana. Durante los últimos años hemos tenido la inquietante sensación de que algo funcionaba defectuosamente en el Gobierno de España y que se han tomado decisiones evidentemente contradictorias en muchos asuntos fundamentales con las que, los votantes del partido que han esperado de un partido de derechas un comportamiento propio de un partido de derechas aunque, por conveniencias electorales se había mostrado como de centro derecha, no han estado en absoluto de acuerdo. Hemos criticado las excesivas concesiones que se les han ido haciendo a las oposiciones de izquierdas y las derivas hacia posiciones que parecían más de izquierdas que de una formación heredera de los valores y los principios de aquel partido, que fundó don Manuel Fraga Iribarne, para hacer frente a la avalancha de formaciones de izquierdas que, poco a poco, se han ido apoderando del panorama político español, a medida que han ido pasando los años y después de que el señor Aznar le imprimiese a España una época de esplendor y desarrollo económico que hacía muchos años que no se conocía.


Hemos visto, en el actual Gobierno de España, el reflejo de lo que, en otros tiempos y durante la II República fueron los sucesivos ejecutivos republicanos, que culminaron con el desastre de la Guerra Civil debido a los enfrentamientos entre sus miembros y las influencias de los distintos partidos a los que pertenecían. La existencia de distintas camarillas más o menos activas en el PP que, a medida que la situación de España se ha ido complicando, han ido produciendo roces y discrepancias según las distintas tendencias, más o menos liberales de los distintos ministros, que han cristalizado en evidentes rivalidades, como las existentes entre la señora Cospedal y la vicepresidenta Sáez de Santamaría; la poca sintonía entre el señor Montoro,, ministro de Hacienda, y el señor De Guindos, exministro de Economía e Industria; lo que, a su vez, parece que ha motivado que se hayan formado grupos partidarios de cada una de ellas, pese a que el señor Rajoy, en su cúpula de cristal, sigue mandando.


Sin que haya conseguido, como ocurrió con el señor Aznar, establecer una disciplina férrea en su ejecutivo, el señor Rajoy, evidentemente convencido de que su liderazgo no se discutía y que su política no admitía consejos ni correcciones; ha impuesto un tono a su ejecutoria como gobernante, basado en un principio muy gallego pero que, a la vista de los resultados cosechados hace ya tiempo se debería de haber dado cuenta de que iba abocado a un fracaso tal que le conduciría a una situación más grave que aquella que pretendió evitar aplicando su política tolerante, contemplativa, concesiva y permisiva con los separatistas y nacionalistas catalanes que, como era de prever, ellos la interpretaron como una patente de corso que les ha permitido ir avanzando, sin apenas oposición, en cuanto a tomarse las libertades de saltarse las leyes y las sentencias de los tribunales sin que, ni por parte de unos ni de los otros, se adoptasen medidas que les hiciesen entender que se habían topado con las líneas rojas de la inconstitucionalidad y la ilegalidad.


En todo caso, creemos que los últimos acontecimientos, que tuvieron sus primeras consecuencias con la declaración fallida de la declaración de la República Independiente Catalana, la fuga de Puigdemont y sus principales compinches, la sublevación del Parlamento catalán y de sus componentes independentistas y los hechos que, posteriormente, obligaron a la aplicación del Artº 155 de la Constitución, una decisión que hizo concebir esperanzas de que se impondría la legalidad en la comunidad catalana, acabando con todos los conatos de destruir la unidad de España y que permitiría restaurar la plena normalidad, política, institucional, social y económica en todo el territorio de la autonomía catalana. Desgraciadamente, hemos comprobado que no entraba en los planes gubernamentales el adoptar una actitud firme y decisiva, sino que se ha limitado a poner parches, permitiendo que, después de unas elecciones fallidas para los intereses gubernamentales, continuaran los mismos que fueron los causantes del desaguisado nacionalista que siguen siendo los que optan, en medio de un verdadero maremagnum de disputas, descalificaciones, diatribas contra el Estado español y descalificaciones a la Administración de Justicia, los que optan a ocupar las instituciones catalanas. Para colmo el Estado sigue con su falta de información, cediendo la iniciativa a aquellos que se aprovechan de sus carencias para realizar una bien orquestada campaña en el extranjero en apoyo de sus conveniencias; campaña que va teniendo sus consecuencias positivas para ellos en la forma en la que, algunos estados extranjeros, empiezan a valorar el problema catalán, algo que queda reflejado en la actitud negativa a conceder las extradiciones que, a través de la oportunas órdenes europeas de detención, se les han requerido.


Y, finalmente llegamos a lo más inesperado y letal que se pudiera haber producido para acabar de crear un ambiente de confusión mayor, darles un espaldarazo a los independentistas y sirva, por si fuera poco, para poner en cuestión una tema que, en cualquier otro país europeo en el que se hubiera producido semejante disparate, su gobierno no hubiera dudado un instante para aplicarle un remedio radical, sin andarse con tantas zarandajas, poniendo en funcionamiento la Ley Penal encarcelando, sin más miramientos, a todos los que hubieran participado en el conato de secesión, para que se les aplicara, sin tardanza y sin posibilidades de darse a la fuga, la ley en sus propios términos. Nadie puede pensar, a pesar de que un tribunal alemán haya pensado que no existían suficientes motivos para entregarnos a Puigdemont por sublevación, que no han existido motivos más que suficientes para que se les aplicara el CP a todos estos que, sin escrúpulos, se han estado burlando del resto de españoles a la vez que han incumplido, no sólo a las sentencias de los tribunales, sino los requerimientos del propio TC.


El no permitir la enseñanza en castellano, el exhibir sin recato banderas separatistas, el incumplir las órdenes de los tribunales de justicia, el insultar a España y el desobedecer las órdenes del TC, no debieran haber tenido otra contestación que una reacción inmediata y contundente. El silbar al Rey en un estadio de fútbol, lo mismo que el exhibir símbolos y eslóganes insultantes a España y a sus autoridades, debieran de haber sido causas suficientes para cerrar el estadio del CFB por tres o cuatro partidos lo que, con toda seguridad, hubiera calmado el furor patriótico de aquellos que se quedaran sin poder ver jugar a su club. El manifestarse mayoritariamente en las calles para pedir la independencia debiera de haber sido causa de que se investigara y pusiera a disposición de la justicia a los responsables de tales desórdenes. Nada de todo ello se ha producido y el Gobierno ha permanecido impasible con la peregrina idea de que si se les dejaba actuar libremente llegaría un momento en el que se cansarían.


Quizá hubiera sido así si se les hubiera cortado toda la inyección económica que han ido recibiendo, por encima de la financiación que legalmente le correspondía a la comunidad catalana; aquellos préstamos que se les han ido transfiriendo a través del FLA para que pudieran atender a aquellos pagos que, debido a haber distraído fondos, para sus necesidades secesionistas, de las partidas de financiación que legalmente le correspondían a Cataluña. Más de 30.000 millones de euros de deuda contraída con el Estado avalan el que el TS pudiera recibir la información de la policía y guardia civil, respecto a que casi dos millones de euros fueron invertidos por el gobierno de la Generalitat en financiar el llamado “proces catalán”. Gracias a que, por fin, el señor Montoro ha mostrado su verdadero rostro, seguramente para sacarse de encima responde por su fracaso y el de su ministerio en cuanto a vigilar el destino de los fondos que se les ha ido entregando al gobierno catalán, nuestro ministro de economía, ha tenido la debilidad de afirmar con toda rotundidad que: “ni un solo euro del dinero recibido por los catalanes se ha invertido en el proceso de independencia”. Craso error y una evidente imprudencia que, por sí misma, debiera motivar la dimisión inmediata del señor ministro a causa de su evidente incapacidad para estar al frente de un ministerio de la importancia como es el de Hacienda.


Y es que ya son muchas las meteduras de pata, la forma evidentemente chulesca y autoritaria de dirigirse a los españoles, algo que contrasta con la docilidad que muestra en favorecer las finanzas catalanas. Este señor no sólo ha cometido una estupidez supina y en un momento crucial en que sus efectos pueden perjudicar nuestros esfuerzos para conseguir que, las extradiciones pendientes, pudieran llegar a buen término; sino que ponen en duda la credibilidad de todo el gobierno del señor Rajoy puesto que nadie en su sano juicio puede pensar que, esta metida de pata, no haya tenido el apoyo del resto del ejecutivo. Aún en el caso de que el señor Montoro hubiera actuado por su cuenta, sin pedir consejo al resto del ejecutivo; tampoco se podría entender que, en un gobierno como el español, no se sometiera a una revisión previa cualquier declaración que se hiciera ante la opinión pública. En fin, lo más terrible de todo este cúmulo de incongruencias es que, a la vista de los votantes del PP, les queda la duda sobre si todo lo que hemos estado presenciando durante los últimos años no ha sido más que una representación teatral, donde se nos ha vendido como un enfrentamiento algo que quizá ya estaba convenido de antemano a través de las cloacas del Estado.

¿Qué es lo que, en realidad estuvo haciendo en Barcelona la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría en sus conversaciones con los personajes más importantes de la burguesía catalana?, ¿cuáles fueron los resultados de su estancia en Barcelona, si es que los hubo y cuáles se nos ocultaron a los españoles porque, si los supiéramos, elevaríamos el grito a los cielos?


No queremos ni pensar que se nos hubiese ocultado a los españoles, a los que somos de derechas y no lo ocultamos, a los que queremos una España unida y estamos alucinados cuando vemos lo que se ha permitido a los separatistas y a los que todavía no son capaces de entender la grave equivocación que cometió el señor Rajoy al no celebrar elecciones, en un momento en el que tenía todas las posibilidades de salir reforzado, metiéndose en la trampa, aceptando presidir un gobierno en minoría, entregado a las imposiciones de los partidos que lo apoyasen y a un Parlamento al que ha intentado frenar con vetos, hasta ahora que parece que el Supremo ha dictado una resolución en contra de semejante práctica.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos vergüenza ajena por un gobierno que nos ha mentido en sus promesas electorales y que puede que lo haya vuelto a hacer al permitir que, su dejadez y su preocupación por mantenerse en las encuestas, le haya llevado a dejarnos ante las fauces de la bestia negra de un futuro de izquierdas y con el peligro de que suframos el mayor descalabro internacional jamás previsto. 

Montoro y la evidente decadencia del PP de Rajoy

“La mentira y el engaño tienen fecha de vencimiento, y al final todo se descubre. Al mismo tiempo, la confianza se muere… para siempre” anónimo
Miguel Massanet
viernes, 20 de abril de 2018, 07:19 h (CET)

Durante mucho tiempo hemos estado pensando que, en el PP del señor Rajoy, se estaba actuando con indolencia en un asunto tan grave como es el del separatismo de la comunidad catalana. Durante los últimos años hemos tenido la inquietante sensación de que algo funcionaba defectuosamente en el Gobierno de España y que se han tomado decisiones evidentemente contradictorias en muchos asuntos fundamentales con las que, los votantes del partido que han esperado de un partido de derechas un comportamiento propio de un partido de derechas aunque, por conveniencias electorales se había mostrado como de centro derecha, no han estado en absoluto de acuerdo. Hemos criticado las excesivas concesiones que se les han ido haciendo a las oposiciones de izquierdas y las derivas hacia posiciones que parecían más de izquierdas que de una formación heredera de los valores y los principios de aquel partido, que fundó don Manuel Fraga Iribarne, para hacer frente a la avalancha de formaciones de izquierdas que, poco a poco, se han ido apoderando del panorama político español, a medida que han ido pasando los años y después de que el señor Aznar le imprimiese a España una época de esplendor y desarrollo económico que hacía muchos años que no se conocía.


Hemos visto, en el actual Gobierno de España, el reflejo de lo que, en otros tiempos y durante la II República fueron los sucesivos ejecutivos republicanos, que culminaron con el desastre de la Guerra Civil debido a los enfrentamientos entre sus miembros y las influencias de los distintos partidos a los que pertenecían. La existencia de distintas camarillas más o menos activas en el PP que, a medida que la situación de España se ha ido complicando, han ido produciendo roces y discrepancias según las distintas tendencias, más o menos liberales de los distintos ministros, que han cristalizado en evidentes rivalidades, como las existentes entre la señora Cospedal y la vicepresidenta Sáez de Santamaría; la poca sintonía entre el señor Montoro,, ministro de Hacienda, y el señor De Guindos, exministro de Economía e Industria; lo que, a su vez, parece que ha motivado que se hayan formado grupos partidarios de cada una de ellas, pese a que el señor Rajoy, en su cúpula de cristal, sigue mandando.


Sin que haya conseguido, como ocurrió con el señor Aznar, establecer una disciplina férrea en su ejecutivo, el señor Rajoy, evidentemente convencido de que su liderazgo no se discutía y que su política no admitía consejos ni correcciones; ha impuesto un tono a su ejecutoria como gobernante, basado en un principio muy gallego pero que, a la vista de los resultados cosechados hace ya tiempo se debería de haber dado cuenta de que iba abocado a un fracaso tal que le conduciría a una situación más grave que aquella que pretendió evitar aplicando su política tolerante, contemplativa, concesiva y permisiva con los separatistas y nacionalistas catalanes que, como era de prever, ellos la interpretaron como una patente de corso que les ha permitido ir avanzando, sin apenas oposición, en cuanto a tomarse las libertades de saltarse las leyes y las sentencias de los tribunales sin que, ni por parte de unos ni de los otros, se adoptasen medidas que les hiciesen entender que se habían topado con las líneas rojas de la inconstitucionalidad y la ilegalidad.


En todo caso, creemos que los últimos acontecimientos, que tuvieron sus primeras consecuencias con la declaración fallida de la declaración de la República Independiente Catalana, la fuga de Puigdemont y sus principales compinches, la sublevación del Parlamento catalán y de sus componentes independentistas y los hechos que, posteriormente, obligaron a la aplicación del Artº 155 de la Constitución, una decisión que hizo concebir esperanzas de que se impondría la legalidad en la comunidad catalana, acabando con todos los conatos de destruir la unidad de España y que permitiría restaurar la plena normalidad, política, institucional, social y económica en todo el territorio de la autonomía catalana. Desgraciadamente, hemos comprobado que no entraba en los planes gubernamentales el adoptar una actitud firme y decisiva, sino que se ha limitado a poner parches, permitiendo que, después de unas elecciones fallidas para los intereses gubernamentales, continuaran los mismos que fueron los causantes del desaguisado nacionalista que siguen siendo los que optan, en medio de un verdadero maremagnum de disputas, descalificaciones, diatribas contra el Estado español y descalificaciones a la Administración de Justicia, los que optan a ocupar las instituciones catalanas. Para colmo el Estado sigue con su falta de información, cediendo la iniciativa a aquellos que se aprovechan de sus carencias para realizar una bien orquestada campaña en el extranjero en apoyo de sus conveniencias; campaña que va teniendo sus consecuencias positivas para ellos en la forma en la que, algunos estados extranjeros, empiezan a valorar el problema catalán, algo que queda reflejado en la actitud negativa a conceder las extradiciones que, a través de la oportunas órdenes europeas de detención, se les han requerido.


Y, finalmente llegamos a lo más inesperado y letal que se pudiera haber producido para acabar de crear un ambiente de confusión mayor, darles un espaldarazo a los independentistas y sirva, por si fuera poco, para poner en cuestión una tema que, en cualquier otro país europeo en el que se hubiera producido semejante disparate, su gobierno no hubiera dudado un instante para aplicarle un remedio radical, sin andarse con tantas zarandajas, poniendo en funcionamiento la Ley Penal encarcelando, sin más miramientos, a todos los que hubieran participado en el conato de secesión, para que se les aplicara, sin tardanza y sin posibilidades de darse a la fuga, la ley en sus propios términos. Nadie puede pensar, a pesar de que un tribunal alemán haya pensado que no existían suficientes motivos para entregarnos a Puigdemont por sublevación, que no han existido motivos más que suficientes para que se les aplicara el CP a todos estos que, sin escrúpulos, se han estado burlando del resto de españoles a la vez que han incumplido, no sólo a las sentencias de los tribunales, sino los requerimientos del propio TC.


El no permitir la enseñanza en castellano, el exhibir sin recato banderas separatistas, el incumplir las órdenes de los tribunales de justicia, el insultar a España y el desobedecer las órdenes del TC, no debieran haber tenido otra contestación que una reacción inmediata y contundente. El silbar al Rey en un estadio de fútbol, lo mismo que el exhibir símbolos y eslóganes insultantes a España y a sus autoridades, debieran de haber sido causas suficientes para cerrar el estadio del CFB por tres o cuatro partidos lo que, con toda seguridad, hubiera calmado el furor patriótico de aquellos que se quedaran sin poder ver jugar a su club. El manifestarse mayoritariamente en las calles para pedir la independencia debiera de haber sido causa de que se investigara y pusiera a disposición de la justicia a los responsables de tales desórdenes. Nada de todo ello se ha producido y el Gobierno ha permanecido impasible con la peregrina idea de que si se les dejaba actuar libremente llegaría un momento en el que se cansarían.


Quizá hubiera sido así si se les hubiera cortado toda la inyección económica que han ido recibiendo, por encima de la financiación que legalmente le correspondía a la comunidad catalana; aquellos préstamos que se les han ido transfiriendo a través del FLA para que pudieran atender a aquellos pagos que, debido a haber distraído fondos, para sus necesidades secesionistas, de las partidas de financiación que legalmente le correspondían a Cataluña. Más de 30.000 millones de euros de deuda contraída con el Estado avalan el que el TS pudiera recibir la información de la policía y guardia civil, respecto a que casi dos millones de euros fueron invertidos por el gobierno de la Generalitat en financiar el llamado “proces catalán”. Gracias a que, por fin, el señor Montoro ha mostrado su verdadero rostro, seguramente para sacarse de encima responde por su fracaso y el de su ministerio en cuanto a vigilar el destino de los fondos que se les ha ido entregando al gobierno catalán, nuestro ministro de economía, ha tenido la debilidad de afirmar con toda rotundidad que: “ni un solo euro del dinero recibido por los catalanes se ha invertido en el proceso de independencia”. Craso error y una evidente imprudencia que, por sí misma, debiera motivar la dimisión inmediata del señor ministro a causa de su evidente incapacidad para estar al frente de un ministerio de la importancia como es el de Hacienda.


Y es que ya son muchas las meteduras de pata, la forma evidentemente chulesca y autoritaria de dirigirse a los españoles, algo que contrasta con la docilidad que muestra en favorecer las finanzas catalanas. Este señor no sólo ha cometido una estupidez supina y en un momento crucial en que sus efectos pueden perjudicar nuestros esfuerzos para conseguir que, las extradiciones pendientes, pudieran llegar a buen término; sino que ponen en duda la credibilidad de todo el gobierno del señor Rajoy puesto que nadie en su sano juicio puede pensar que, esta metida de pata, no haya tenido el apoyo del resto del ejecutivo. Aún en el caso de que el señor Montoro hubiera actuado por su cuenta, sin pedir consejo al resto del ejecutivo; tampoco se podría entender que, en un gobierno como el español, no se sometiera a una revisión previa cualquier declaración que se hiciera ante la opinión pública. En fin, lo más terrible de todo este cúmulo de incongruencias es que, a la vista de los votantes del PP, les queda la duda sobre si todo lo que hemos estado presenciando durante los últimos años no ha sido más que una representación teatral, donde se nos ha vendido como un enfrentamiento algo que quizá ya estaba convenido de antemano a través de las cloacas del Estado.

¿Qué es lo que, en realidad estuvo haciendo en Barcelona la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría en sus conversaciones con los personajes más importantes de la burguesía catalana?, ¿cuáles fueron los resultados de su estancia en Barcelona, si es que los hubo y cuáles se nos ocultaron a los españoles porque, si los supiéramos, elevaríamos el grito a los cielos?


No queremos ni pensar que se nos hubiese ocultado a los españoles, a los que somos de derechas y no lo ocultamos, a los que queremos una España unida y estamos alucinados cuando vemos lo que se ha permitido a los separatistas y a los que todavía no son capaces de entender la grave equivocación que cometió el señor Rajoy al no celebrar elecciones, en un momento en el que tenía todas las posibilidades de salir reforzado, metiéndose en la trampa, aceptando presidir un gobierno en minoría, entregado a las imposiciones de los partidos que lo apoyasen y a un Parlamento al que ha intentado frenar con vetos, hasta ahora que parece que el Supremo ha dictado una resolución en contra de semejante práctica.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos vergüenza ajena por un gobierno que nos ha mentido en sus promesas electorales y que puede que lo haya vuelto a hacer al permitir que, su dejadez y su preocupación por mantenerse en las encuestas, le haya llevado a dejarnos ante las fauces de la bestia negra de un futuro de izquierdas y con el peligro de que suframos el mayor descalabro internacional jamás previsto. 

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