Hace unas semanas Wes Craven estrenaba su particular visión de los nuevos miedos con Vuelo nocturno, film que comparte con este una fórmula de partida reconocible: terrorista occidental - avión lleno de pasajeros - víctima inocente a la que chantajear. Pero Plan de vuelo: Desaparecida sólo recurre al formulismo a nivel argumental (incluso lo sobrepasa, banalizando toda la historia en su patético desenlace), mientras en el ámbito puramente formal (sí, la separación forma-fondo es tajante en esta película de encargo, en la que el realizador no tiene voz ni voto en el guión) el alemán Robert Schwentke nos deleita con un catálogo de encuadres bienvenidos del mundo publicitario en un intento de transmitir la claustrofobia y el sentimiento de opresión de una madre (Jodie Foster) que ha perdido la pista de su hija en pleno vuelo.
Y lo consigue desde una cámara-ojo firme, que se mueve sin zozobrar, a donde quiere, porque es necesario, encuadrando sólo lo que se necesita cuando se necesita. Además, la presencia de la actriz Jodie Foster (enorme, única e indivisible protagonista de esta historia) enfatiza esa sensación de pérdida y ofuscación momentánea rayana en la locura que a veces tiene Plan de vuelo: Desaparecida. Como también Schwentke se apoya en la gélida fotografía de Florian Ballhaus (hijo del sensacional Michael Ballhaus, colaborador habitual de Martin Scorsese) y en el suspense de la partitura de James Horner.
Pero lo curioso de Plan de vuelo: Desaparecida y de Vuelo nocturno es esa parodia que ambas proponen en pleno vuelo, aun lo hagan por razones bien diferentes. Me refiero a esos pasajeros de clase media aficionados a las armas que tan bien describen las vocecillas que aparecen casi inaudibles, esos niños antipáticos, producto de la cultura materialista que los ha criado, o la necesidad de que los terroristas no puedan / no deban ser árabes, aunque muchos de estos no sean musulmanes (parece que nadie se da cuenta de estos detalles) o islamistas (término que a estas alturas ya sabremos diferenciar de islámico).
Aun así, si en Vuelo nocturno la idea no se desarrollaba demasiado bien y el final era lo peor de la función, en la película protagonizada por la Foster el ideario argumental de sorpresa-opresión-sorpresa se desliza sobre ruedas hasta que llegan unos quince minutos finales que destrozan al film por completo, desatando no sólo la incoherencia sino también un cúmulo de concesiones nada discretas a un sentimentalismo desmedido, marca de ese logotipo (Buena Vista International) que veíamos al comienzo.