Recién iniciado el siglo XXI, ciertas modas y corrientes sociales de opinión se abren camino en nuestra sociedad y arraigan en amplias capas de la sociedad con pasmosa facilidad, cuando, paradójicamente, varias de ellas no tienen bases lógicas que las sustenten.
Me voy a referir a una de ellas: el fenómeno antiglobalización. ¿A qué responden tantas movilizaciones y acusaciones a esta realidad como culpable de los peores males de la sociedad actual? Es gracioso ver a cualquiera de sus activistas más radicales cómo embutido en sus Levi’s, con su cazadora Quiksilver o sus deportivas Nike monta una barricada o lanza un simpático cóctel molotov a una perversa sucursal del Banco Mundial.
En fin, cuántos disgustos han dado y siguen dando en Hispanoamérica los populismos demagogos de Perón, Menem, Fujimori, etc, y hoy siguen los Kirschner, Chávez y compañía como fieles herederos.
‘La ignorancia es muy atrevida’ decía con frecuencia mi madre cuando era niño, y sí que lo es. La condonación de la deuda externa, el 0,7 del PIB a los países en vías de desarrollo, los compromisos de Kyoto... cualquier motivo es válido para eludir responsabilidades propias y echarle las culpas al FMI, al Banco Mundial, a Wall Street, o a Bush, como paradigmas del capitalismo más salvaje y deshumanizados.
¿Acaso la reducción paulatina de las barreras al comercio, a la libertad de circulación de las personas, bienes y capitales, tanto en el seno de la UE como a nivel mundial no han traído las mayores cotas de progreso y prosperidad económica conocidos hasta la fecha?
¿Quién se puede oponer a utilizar la TV digital, el e-mail, Internet, etc?
Debemos actuar en lo local, ciertamente, pero con todos los instrumentos tecnológicos y humanos de que dispongamos. Cuanto más interconectados estén todos los mercados y menos intervenga la Administración, cuanta más libertad sensu stricto exista en el mercado, el usuario final, vd, yo, todos, obtendremos los bienes y servicios más baratos. Habrá mucha mayor movilidad geográfica y funcional; puede con ello crearse cierta sensación de desarraigo en algunas culturas, como la nuestra, por ejemplo, bastante apegada al terruño, pero mi país es el planeta... planeta Tierra.
Ello no implica la eliminación de todas las barreras ni el fin del Estado, pero sí la limitación de sus funciones a aquellas que la iniciativa privada no sea capaz de cubrir con garantías.
A mi con seguridad me molestan infinitamente más los subsidios permanentes a sectores poco productivos, con mi dinero y su dinero, condenados a reconvertirse o desaparecer (recordaré al funesto INI, las inexplicables cuantosísimas ayudas a la Agricultura de la UE, etc). Invirtamos en I+D, donde no estamos en este país a la cabeza precisamente, en Educación, en Tecnología... enseñemos a pescar y no demos pescado.
El 0,7% puede ser una ayuda a los países más desfavorecidos pero como mucho es un parche, no una solución duradera. Y progreso y desarrollo no quiere decir olvidarse de los sectores más desfavorecidos; ahí sí debe operar el Estado, pero cuanto más formada y preparada esté una sociedad, las bolsas de pobreza serán menores.
Progreso y desarrollo sostenible, hasta el infinito y más allá.