Yo quería mucho a mi caballito.
Le soñaba despierta.
Como una idiota
que cree en cuentos.
Como alguien que desea algo
que no tiene y no lo comprende.
Algo que por la imposibilidad que cuesta
no podría llegar a tener jamás
ni en las luces ni en las sombras
grises melocotón.
Palomy era una utopía. Pensaba
que el libertador Simón Bolívar
también tenía un caballo blanco,
como mi Palomo.
También tenía uno el Apóstol Santiago.
También tenía uno yo, servidora.
Palomo era de fuego rojo,
era del agua del mar,
dominaba el aire más limpio,
cubría tierras de arena,
no tenía igual en el planeta.
Palomo
tenía los ojos negros azabache.
Tenía una hermosa melena
que casi le llegaba al suelo.
Trotaba con la mayor
de las elegancia conocidas.
Era como una paloma blanca
que no volaba
pero era como si lo hiciese.
Fue mi sueño de niña.
Y Palomo sabía sonreír,
sabía hacer reír a carcajadas.
Conocía historias de los caminos.
Sabía mucho y me hacía feliz.
Por eso lo firmó y lo corroboro.
Los animales propietarios son
de mi tesoro.
(De Tsunami de Rosas).