Era una mañana de un día de marzo. El sol dormía. Las hojas chapoteaban alegres con sus botas rojas en el rocío. La tierra bostezaba mientras se tomaba una taza de café, humeante. Fue entonces cuando empezamos
a caminar desde Canfranc pueblo, a través de un concierto de ramas y troncos entrelazados. A veces, el agua del río tocaba la armónica y otras, la pandereta. El viento, como siempre, el violín. Los abetos y las hayas, el arpa. Los carámbanos, el piano. Cuando,
de la penumbra del bosque surgió la melodía del Ave María de Schubert.
Que nos envolvió y transportó a la Majada de Gabardito y el tiempo se detuvo. Dejamos de respirar y se hizo eterno: la bondad lo cubría todo con su clásico manto blanco, bajo la sonata
azul del cielo, acentuado por polifónicas nubes. El sol estaba allí, presente, dirigiendo la orquesta. Desde este privilegiado lugar, atravesamos una sinfonía de barrancos con sus respectiva arboleda y arroyos que cantaban al compás “Memory" del musical Cats.
Y así llegamos a tiempo a un lujoso anfiteatro para presenciar “El Lago de los Cisnes”. Y más tarde ¡ay! Más tarde nos dimos por satisfechos con alcanzar la Majada de Lecherin Bajo, con los Mallos de los Lecherines al fondo y la canal que lleva a la cueva
de su mismo nombre. Estando allí, extasiados, empezaron a nevar las notas de "La Vergine Degli Angeli", y decidimos volver, no podíamos soportar por más tiempo tanta belleza...