Historia de amor a tres bandas, choque de clases, lucha intensa entre la pasión y el bienestar entendido como lujo y comodidad (materialismo), deseos frustrados, celos, pesimismo y algo de suerte son los elementos que hacen de Match Point un film que se deja ver, divertido a ratos y poco dado a la reflexión salvo en su último tercio, cuando la resolución es inminente y la tragedia confirmada.
Woody Allen ya no ironiza con Dostoievski, ya no reflexiona como en La última noche de Boris Grushenko y no filosofa como en Delitos y faltas. Ahora intenta hacer películas más sutiles y menos trascendentes, aunque en todas ellas podemos comprobar hasta qué punto aquellos divertimentos encubiertos continúan de plena actualidad. Así, cuando Jonathan Rhys-Meyers (Chris) roba una escopeta de la casa de su suegro, sabemos que su elección (además de demostrar que cualquiera puede ser un brutal asesino) ha trocado el amor por el dinero.
Woody Allen pone de relieve que entre la clase adinerada y el proletariado hay más que simples diferencias en la comida, en el modo de vestir o en los metros cuadrados de los pisos. Él sabe que muchos harían lo que Chris con tal de conservar un puesto seguro dentro de una poderosa familia, aun renunciando al amor verdadero (no sé si esta expresión se ha quedado antigua) y, más adentro, a la verdad.
Quizás estemos en un mundo en el que la verdad importe poco en comparación con las apariencias (fíjense la deplorable campaña que han montado contra la modelo Kate Moss, únicamente porque la han cogido haciendo algo que es, obviamente, producto del asqueado universo de la moda), y posiblemente (no me crucifiquen por esto) el asesinato ya no se pague como en Crimen y castigo. Es como si la brutalidad que vemos en las noticias o los engaños y montajes de los programas del corazón no tuviesen cupables, de modo que nadie se hace responsable de nada y todos mantienen limpia su conciencia. O tan sucia que ya es costumbre.
Es curioso el modo en que Allen ha estructurado la película, con un guión que en realidad no rezuma demasiadas ideas, en contraposición con la belleza de algunas imágenes y la meridiana claridad de muchos de los diálogos. Match Point es una ópera cuya emoción se lleva por dentro, hasta que al final la tragedia explota y, aunque parezca mentira, nada cambia.