Tim Burton filmó (junto con Mike Johnson) La novia cadáver mientras, en un plató adyacente, daba las órdenes a Johnny Depp y Freddie Highmore en Charlie y la fábrica de chocolate. Con las dos películas estrenadas más o menos simultáneamente (todavía coinciden en varios cines, aunque la segunda lanzará en breve una primera edición en formato digital) ya podemos decir que estamos ante las dos mejores películas del director de Ed Wood sin que nadie tenga que echarse las manos a la cabeza rememorando las andanzas del Burton productor (Pesadilla antes de Navidad) o del Burton murciélago (Batman y secuela).
Ya estamos lejos de las extravagancias que frenaban los relatos (ahora potenciados por una cuidada dirección artística) y del ambicioso aliento trascendente que surcaba por sus primeros largometrajes en celuloide. En La novia cadáver, filmada con un complejo sistema de animación stop-motion, encontramos las constantes burtonianas a nivel estilístico (en este sentido hay que mencionar la ayuda inestimable de Danny Elfman y los personajes del diseñador español Carlos Grangel) y sobre todo en la temática, con una historia de amor complicada por el interés y la mezquindad de unos padres retratados con unas cuantas pinceladas de humor malsano.
De aquí surge otra historia paralela que mezcla el mundo de los vivos y el de los muertos dando pie a extraordinarios aciertos visuales y juegos de palabras constantes enmarcados en la ironía más mortífera, punteada con las magníficas canciones de Danny Elfman en números musicales que quedarán para la historia (especialmente la bienvenida que la fauna de cadáveres brinda a Victor -Depp- en el universo de los muertos o la canción que nos identifica del todo con esas personas que lloran en la muerte porque no pudieron hacerlo en vida). En realidad todo lo bello de La novia cadáver pertenece a ese mundo subterráneo de viudas negras, gusanos que se esconden en las cabezas y esqueletos que tocan el piano ofreciéndonos más de un guiño avispado, en contraposición con la ciudad fría y silenciosa de la superficie regida por unos cuantos mentecatos con cuatro tallas menos de neuronas.
Queda entonces el film como una lúgubre fantasía extravagante tocada por la ironía de un Burton en su mejor momento, capaz de extraer conclusiones tremendamente humanas de un universo tan personal que se puede generalizar. El inconveniente de los amores a primera vista y las visitas fugaces bajo las tumbas es su duración, unos escasos setenta minutos.