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Los días se suceden dislocados
por entre nebulosos circunloquios
que emiten los pedestres altercados
y los insustanciales vaniloquios
aromatizadores de lo urbano.
Los días transitan entreverados
por entre el hormigón y el gris asfalto.
Moratorias absurdas van viajando
en autobús o en metro, por debajo
de la desilusión, que procesiona
por adentros arcanos y cercanos.
La lúgubre alegría fluye, azul,
sobre un mar de ignominia y desamor
y la noche se pone un traje blanco
y soleado. Y surgen los atascos
y sobre el desconcierto brota el orden
y la vida luce un semblante extraño.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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